CAPITULO 17

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Sentado frente a su chimenea, veía la primera nieve caer al otro lado de su balcón, el invierno había llegado a Carpoge y eso significaba que los festivales en todo el reino estaban a días de comenzar. Teban recordaba muy bien esta época del año, la amaba porque su madre estaba con él y su hermana, y los llevaba a cada uno de los festivales de los pueblos; hasta que murió y quedó a merced del rey Heruces, pues su hermana, afortunadamente, fue enviada a Henis, el reino vecino, a estudiar con las otras princesas. Así no tuvo que ser criada por ese tirano ni ver caer el reino que aman.

Pero ella estaba a un par de días de volver y estaba nervioso, no la había vuelto a ver desde hace 5 años y aunque se escribían con regularidad, no sabía cómo reaccionaría al ver el reino en tal estado. Pero el sonido de la puerta de su habitación abriéndose de golpe lo hizo reaccionar.

—Buenos días, Teban — dijo su padre, entrando.

—Padre — hizo una reverencia.

—La habitación de tu hermana está lista, quizá quieras ir a ver a Eren, es tiempo de tus lecciones — le dijo, aunque lo último lo decía como una orden.

—Respóndeme algo padre, ¿por qué debo ir con Eren cuando aprendo más con Melek?

—Es un anciano, los tiempos cambian y Eren sabe más del reino, ya que Melek es muy viejo para recorrer el reino y tu te has negado de salir de este castillo desde que tu hermana se fue — le dijo, no sabía que esas palabras lastimaban al chico, pero tampoco le importaba si lo hacía.

—No quiero ver lo que has hecho con el reino, impuestos elevados, criaturas atacando los pueblos cercanos al bosque, ¡destruiste todo lo que mamá construyó!

El rey no toleraba tal insubordinación, se acercó y dio una bofetada al príncipe, tan fuerte que la sangre salió de su labio y lo hizo caer.

— ¡Este es mi reino, y no llegaras al trono si así lo decido!

Antes de salir de la habitación, el rey le dio una última mirada de desprecio a su hijo. Siempre era la misma situación, y desde hace años, Teban había dejado de llorar o sentir los golpes, todo lo que quedaban eran cicatrices y odio.

Aún en el piso, miró hacia su balcón y de nuevo deseo saltar, su vida era triste desde que su madre murió, pero se volvió un infierno cuando su hermana se fue. Había intentado ser fuerte por ellas, y Melek le había ayudado con eso, pero desde que los golpes se volvieron cada vez más seguidos su esperanza y la poca felicidad que le quedaban, se fueron por completo y para siempre. Deseando con más intensidad el morir, pero dejaría a su hermana sola con ese monstruo y eso jamás lo permitiría, nunca dejaría que él o cualquier otra persona le pusieran un solo dedo encima. Su hermana era lo único que lo mantenía con vida, lo único que le ayudaba a resistir.

Y cuando ella volviera, huirían del reino, y dejarían atrás todo lo malo que les había pasado.

Decidió desobedecer a su padre y fue al campo de entrenamiento de los caballeros de su padre, tomo una espada y eligió a uno de los prisioneros. Le dio una armadura, lo dejó escoger sus armas y lo mandó al ruedo para pelear contra él.

Teban prefería pelear con los prisioneros porque ellos no se contenían, pelearían con todas sus fuerzas y explotarían su capacidad de guerreros; eso era lo que él quería, un reto, superarse con cada combate. Los caballeros, por el hecho de ser el príncipe no lo atacarían con fuerza o lo dejarían ganar.

—Muy bien Jumas, un enfrentamiento y te moveré a la misma celda que tu familia — le dijo, como incentivo. Eso era todo lo que podía ofrecerles a los prisioneros: comida, mejores celdas, estar con su familia o tiempo fuera; si los liberaba su padre lo mataría a él y al prisionero. Y eso lo sabían bien.

Jumas era un hombre robusto y grande, era un hombre de las cuevas que había sido capturado junto a su familia 1 año atrás, lo conoció cuando lo salvó de ser ejecutado tras atacar a un comandante que intentó tomar a su esposa, castigó al comandante y envió a Jumas de vuelta a su celda. Ese día su padre hizo que uno de los verdugos le diera de latigazos por 1 hora, un castigo que lo dejó en cama 1 semana.

El prisionero tomó una alabarda y él sus dos espadas, cada quien en un extremo del área circular de entrenamiento. Jumas se abalanzó contra el príncipe y este levantó sus espadas para bloquear el ataque, el ruido de los metales chocando con gran fuerza atrajo la atención de los caballeros, campesinos y plebeyas que ahí se encontraban, haciendo que se acercasen.

Teban pateó al prisionero para alejarlo y enseguida lanzó una estocada a su abdomen, pero Jumas se hizo a un lado en el último momento; el prisionero intentó clavar su alabarda en la espalda de Teban pero él lo bloqueo con su espada izquierda, se alejó pero Jumas no le daría tiempo de reponerse, le dio vuelta a la alabarda y con el mango derribó al joven. Ahora estaba expuesto y Jumas se acercaba amenazante, los caballeros estaban por acercarse a derribar al prisionero pero él les ordenó alejarse, ese momento distrajo a Jumas por unos segundos y tomó la ventaja. Se levantó e hizo un corte en la pierna izquierda de Jumas, sangró y se enfureció, soltó la alabarda y tomó el mangual que llevaba en la espalda y comenzó a girarlo para golpear a Teban en el pecho, bloqueaba todos los ataques que podía con sus espadas pero él era más rápido, como último recurso, Teban golpeó la muñeca de Jumas con el mango de su espada y solo así soltó el mangual.

Sin opciones, el prisionero tomó el brazo derecho de Teban y lo torció, gritó por el dolor y soltó su espada, Jumas la tomó y empezó un duelo de espadas. Esa era la especialidad del príncipe, desde pequeño entrenaba con los caballeros y así adquirió una destreza inigualable. Este era su momento, descargó toda su ira en esa espada, lanzando estocadas y golpes con frenesí y haciendo a Jumas retroceder cada vez más, hasta que se tropezó con los escudos que había y soltó la espada, era momento del golpe ganador, lanzó la espada al cuello del hombre y se detuvo a centímetros de él.

— ¿Mal día, príncipe? — le dijo Jumas entre jadeos.

No era la primera vez que Jumas participaba en combates con el príncipe, y sabía que cada vez que se ponía como un loco con la espada, era porque había tenido un altercado con el rey.

—Como no tienes idea — le respondió de la misma manera.

Le extendió la mano y lo ayudó a levantarse — ¡Capitán Barbrow! Que este hombre reciba atención médica y llévenlo a la celda superior con su familia — ordenó.

El capitán Barbrow era el único caballero en el ejército de su padre que compartía sus ideales, que era una buena persona, honrada y de buena cuna; y con los años había desarrollado una gran amistad con él. Era de las pocas personas en las que confiaba.

Regresó al castillo y de camino escuchaba los murmullos de las plebeyas, mujeres muy bellas pero sin gracia, sabían cocinar, atender a su esposo y cocer o confeccionar ropa, pero él quería algo más, quería una chica que atrapara las miradas de otros hombres, no solo por su belleza, sino por tener algo especial, no estaba seguro de qué. Pero de lo que si estaba seguro, era que quería alguien que nadie más pudiera tener, exclusivo para él.

Una chica, una mujer, una compañera; alguien a quien aferrarse y que jamás lo dejara.

Thysthy y la profecía | #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora