Segunda Parte: Los Reclutados

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CAPÍTULO 10: FEDERICO

Sin más rodeos decido ir a Alemania, se que es lo mejor, se que eso salvaguardaría el futuro de mi hijo, mi novia y si bien el dinero no hace la felicidad seguro nos quitaría unas cuantas preocupaciones.

Estoy de pie terminando de acomodar mi corbata azul oscura en mi camisa blanca cuando Martina entra nuevamente a la habitación a quitarse su ropa de dormir, veo que me mira a los ojos por unos instantes.

Le pregunto con un tono de curiosidad— ¿Sucede algo?—. Ella sonrió.

Se acercó a mi y me dijo— Alguna vez te dije que me gustan tus ojos oscuros y tu pelo negro?—. Yo sonreí.

Le comenté con tono de broma— Todo el tiempo, ¿sabías que me gustan las embarazadas?—. Ella dejó escapar una risita muy tierna.

Me miró, puso una mano en mi pecho lo que me generaba una sensación de calma, una sensación a hogar, una sensación a mi familia y me respondió con con sonrisa pizpireta — Que suerte que estoy de siete meses!—. Su dulzura era tal, que me puse de pie, la besé, sentí como nuestros labios se rozaban con mucha ternura. Amo a esa chica, fue lo mejor que me pasó en la vida.

Mientras dejé que ella se cambiara, rápidamente me tomé un café para mantenerme despierto. Ella salió de la habitación con un buzo de lana verde y unos pantalones flojos para no apretar al bebé que estaba terminando de gestarse en su vientre, así era ella, super-mega-híper cuidadosa. Martina es la mujer más valiente que conocí, se que está nerviosa porque me voy, aún así no me lo dice pero lo soporta por nuestro futuro. Lo que más me preocupa de ella es que se quede sola hasta que mi suegra salga a las seis de la tarde del trabajo y se venga con ella. Al fin y al cabo somos una pareja, hay momentos que se deben hacer sacrificios.

Antes de empezar el sacrificio decidí darle la sorpresa, pensaba dársela cuando volviera pero no, tenía que ser ahora.

Cuando iba a salir del apartamento del edificio me puse de rodillas, extendí una mano abriendo un estuche azul y le pregunté lo que era obvio.

Ella se emocionó al instante, yo le sonreí mientras le preguntaba— Martina, cuando vuelva de Alemania, ¿Te gustaría ser mi esposa?—. Ella comenzó a llorar y reír a la vez.

Le coloqué el anillo de plata con una pequeña mariposa con piedras rosadas en su dedo anular e inmediatamente me abrazó y nos besamos como siempre, muy apasionadamente. La amo, amo a ésta chica, mi mundo lleva su nombre.

Al no darme su respuesta le pregunté a tono de broma— ¿Lo tomo como un sí?—. Ella asintió con la cabeza sin hablar y nos comenzamos a reímos.

Bajamos por la escalera muy despacio ya que ella no podía hacerlo a gran ritmo y teníamos que tener precaución. Llegamos a la puerta principal del edificio, le abro la puerta, la dejo salir primero y luego salgo yo. Al salir veo una muchacha joven de unos veinte y tantos años con su pelo negro recogido, unos ojos claros que eran hermosos, una sonrisa perfecta y esa chica era angelical.

Ella me mira, se presenta con un tono dulce y pregunta— Mi nombre es Heather, y usted debe de ser Federico, ¿verdad?—. Ella me señalaba con su dedo gentilmente.

Le devolví la sonrisa y le respondí cortésmente— Si, ¿Por qué?—. Pregunté con duda.

Heather sonriendo se explicó— Lo venimos a buscar para trasladarlo al aeropuerto, un servicio que brindamos— Ella señaló el auto se subió y dijo— ¿Puede subir?, tenemos que marcharnos, los felicito por el bebé—. Sonrió alegremente.

Martina exclamó alegremente— Muchas gracias— unas lágrimas cayeron de sus ojos y comentó— Ve, no alarguemos la despedida, sube, todo estará bien, lo prometo—. Nos dimos un penúltimo beso como siempre nos decimos (ya que consideramos que el último beso se da cuando alguien fallece), nos abrazamos y me subí al auto.

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