Epílogo

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Llueve. Los relámpagos iluminan las paredes de mi habitación. Debería estar durmiendo, es de madrugada y tengo que levantarme temprano para ir a trabajar.

Hace tres meses que mi familia y yo llegamos al pueblo del Cempal. En mi pueblo natal, el Lirio, se desató una ola de violencia debido a una crisis económica. Vivir allá resultaba imposible, así que mi padre nos consiguió un viaje en barco, cruzamos todo el mar azul y aquí nos establecimos.

El Cempal es un pueblo muy bonito, colorido, diría yo. Los habitantes son bastante alegres, amables y cálidos; te saludan aunque no te conozcan, te ayudan aunque no te conozcan... Te dan las gracias y se despiden de ti como si fueras un viejo amigo muy querido. Nos acogieron muy bien. La comida y las tradiciones son mi cosa favorita del Cempal.

Amo este pueblo.

Decidí que este era el lugar y el momento para hacer un cambio radical en mi vida. Me refiero a que llegó el momento de dejar mi zona de confort y salir al mundo real. Solía ser una chica que no salía de casa porque no tenía necesidad de hacerlo salvo para ir al colegio, y ni eso porque me contrataban profesores privados. Nunca me gustó la gente de mi colegio y la directora no se cansaba de repetir que me sentía superior a los demás. Mi vida era muy cómoda, estaba arreglada, no había por qué salir a trabajar o a estudiar porque mi familia gozaba de una buena posición. Si tienes dinero no tienes de qué preocuparte, eso pensaban mis padres y me convencieron de ello. Sin embargo, he reflexionado y algo me dice que la vida da giros de tuerca y de repente te puedes quedar sin nada. Por ejemplo, en el Lirio vivíamos muy bien pero nunca nadie imaginó que habría una crisis y todo se vendría abajo. Pues bien, puede que el dinero de mis padres no dure para siempre, inclusive mis padres no vivirán por siempre y tendré que valerme por mi misma...

No lo sé, tengo unas ganas locas de ser independiente. Empezaré por ganar mi propio dinero para poder comprarme lo que me apetezca.

Por tanto, ayer tomé la iniciativa y salí a buscar empleo. Anduve merodeando por el centro hasta que di con un restaurante de comida casera bastante concurrido que sirve desde el desayuno hasta la cena. Me gustan los ambientes hogareños. La dueña del local, doña Clara (una señora robusta, de piel alechada y ojos pequeños) solicitaba alguien que se encargara de lavar los platos. Me pareció interesante, y como le urgía, me contrató al instante. Me arrastró a la cocina y me plató frente al fregadero repleto de ollas y trastos sucios.

Cabe resaltar que su cocina es demasiado estrecha para mi gusto. Las hornillas estaban a todo lo que daban y el vapor de los guisos sofocaba. Al menos olía delicioso. Un chico alto de cabello negro estaba de espaldas a mí demasiado ocupado sofriendo cebolla para voltear a verme. Dado que mi zona de trabajo se halla en la opuesta de la suya y no dejaban de llegar platos y cubiertos sucios, no nos vimos la cara en todo el día, además, él se marchó antes que yo.

Lo cierto es que se acercó un par de veces a mi para dejar más trastos sucios en el fregadero pero rápidamente regresaba a lo suyo.

Así que básicamente doña Clara y aquel chico se dedican a cocinar mientras que yo lavo los platos. Paula, hija de doña Clara, se encarga de atender las mesas y cobrar.

Santo cielo ¡Tengo unas ojeras terribles! ¿Cómo podré disimularlas? Me choca que mis ojeras sean oscuras y no como bolsitas, hubiera preferido mil veces las bolsitas. Parezco un panda.

Me pongo mi mejor vestido para ir al trabajo, ya sé que es ridículo arreglarme para lavar trastos. Mi mamá me bordó un mandil que protegerá mi ropa de la humedad. Es muy bonito. Antes de irme me despido de mis papás y mis hermanos con un beso. Les agrada verme activa.

Feint [Fillie]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora