Termino de dibujar en la enorme hoja.
Y escucho como el chico rubio me llama.
Y por mi apodo.
Extrañé tanto el sonido de mi nombre pronunciado por su voz.
Giro mi rostro.
Y él me pregunta si tengo pañuelos.
Y asiento con la cabeza.
Esforzándome por no verlo a los ojos.
Y agarro la mochila con velocidad.
Deslizo el cierre del bolsillo pequeño.
Veo el celular ahí.
Abro el paquete.
Saco un pañuelito.
Se lo extiendo.
Y él estira su mano.
Y por segundos, nuestros dedos se rozan.
Y yo me alejo.
Sin ser capaz de mirarlo fijamente.
Y trago.
"Gracias", dice suavemente.
Haciendome estremecer.
"De nada", respondo, mirando mi bolso.
Evitando su cabello rubio.
Evitando sus ojos cafés.
Evitandolo a él.
El profesor se acerca.
Y me dice que el dibujo está quedando genial.
Le sonrío.
Mi compañero, de ojos verdes, me mira.
Y me da un empujón.
Y dice que dibujo muy bien.
Y me pregunta si puedo hacerle un auto.
Y le respondo que no, que tiene que hacerlo él.
Y suplica.
Y hace un puchero.
Ruedo los ojos.
Se lo hago rápidamente.
Me agradece.
Y me abraza, apretándome con fuerza toda la cara.
Y lo golpeo.
Y río.
Sigo pintando.
Y pienso.
Y recuerdo al chico rubio.
Lo miro, disimuladamente.
Él está charlando con su amigo.
Suspiro.