Hoy el chico rubio estuvo un tanto distante en clases.
Pero no intenté acercarme.
Tal vez me ponía roja y comenzaba a decir idioteces.
Entonces sólo me esforzé en ocupar mi cabeza en algo que no sea él.
El día pasó terriblemente lento.
Pero al fin nos estamos llendo.
Cuelgo mi mochila solo en uno de mis hombros.
Todo el peso en un solo brazo.
No es cómodo.
No es conveniente.
No me hace una bonita postura.
Pero me pone nerviosa colocarme ambas manijas.
Así que ignoro la presión hacia abajo que ejercen los libros y las carpetas.
Mi compañera dice algo.
Y me río.
Y camino por el patio.
Los chicos hoy tienen educación física.
Las chicas ya nos vamos.
Nunca lo he saludado a la hora de irme.
Pero siempre deseo que él se acerque a hacerlo.
Pero no lo hace.
Y entonces jamás pasó.
Y probablemente jamás pase.
Suelto un suspiro.
Sigo caminando.
Entonces, justo antes de llegar a la puerta, siento como algo toma mi mochila suavemente.
Evitandome avazar.
Detengo el paso.
Y me mantengo inmóvil al sentir un aliento chocar contra mi cuello.
Y un escalofrío me recorre al escuchar aquellas palabras.
"Te amo", susurró con velocidad.
Me quedo quieta.
Justo en el mismo lugar.
Conteniendo la respiración.
No hacía falta voltear para saber quien era.
Muerdo mi labio.
Y llego hasta el final del recorrido.
No había notado lo rápido que iban los latidos de mi corazón.
Ahora que aspiro y exhalo el aire correctamente todo vuelve a su lugar.
Incluyendo mis sentimientos.
Y guardo mis energías para gritar en paz al llegar a casa.
Porque ese suave y ronco "te amo" es digno de gritar en paz al llegar a casa.
