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Thomas no se sentía bien. Había estado todo el día con tos, una tos seca y fuerte que parecía drenar toda la energía de sus pulmones. Y ahora su nariz había empezado a gotear. No sabía cómo se había contagiado ese resfriado, eran días bastante calurosos. Pero, pensó, seguramente todo el estrés que había ido acumulando en esos días tenía algo que ver. No sabía qué les pasaba a sus hijos, pero se notaba a la legua que tenían problemas. Y él no tenía idea de cómo lidiar con esos problemas.¡Ellos ni siquiera iban a hablarle!

Michael siempre había sido un chico algo tímido y cerrado, pero lo notaba más extraño que nunca. Pasaba todo el día en su habitación con sus libros, y cuando salía estaba nervioso y tenía un rostro culpable, como si quisiera decir algo y no supiera cómo. Thomas sabía que debía acercarse a él, intentar ayudarlo, pero no podía evitar enojarse con su hijo por su comportamiento. Se había vuelto irascible y desobediente, y estar a su lado por más de unos minutos no era una bonita experiencia. Esperaba que se recuperara pronto, porque moría por contarle del trabajo que le había conseguido. Tal vez eso lo animaría un poco.

Lucy había crecido mucho. Recordaba cuando era una niña pequeña que se arrojaba a sus brazos, que no tenía nada que ver con la hermosa mujer en la que se había convertido. No sabía si estaba siendo muy estricto con ella, pero es que tenía mucho miedo de que la lastimaran. Ella era su niña, siempre lo había sido. Y no pensaba dejar que un idiota la manipulara y arruinara. Pero... Tal vez no la estaba dejando vivir. Tal vez una cita no hacía daño a nadie.

Cuando escuchó que Alex salió con una niña, tuvo ganas de festejar. ¡Era un chico normal! Siempre lo había preocupado un poco el nulo interés de su hijo en las cosas que hacían todos los niños de su edad, pero nunca había hecho nada al respecto. Y, en el último tiempo, había empezado a temer que, por culpa de su negligencia, Alex hubiera quedado marcado para siempre. Pero luego tuvo una cita. Y no le fue nada bien. Tal vez sí era... No quería ni pensarlo. Pero seguramente no era la chica indicada. Ya se ocuparía él de buscarle una.

En ese momento estornudó, su cabeza se inclinó hacia adelante y sus pies se despegaron del suelo. Por un segundo perdió la dirección y tropezó. Quedó allí, tendido en la calle, incapaz de levantarse.

Una familia felizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora