Capítulo 5.

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Sin salida.

Devon

El sabor de la sangre cubría mi lengua y las paredes de mi boca. Sentía las encías entumecidas, me dolían los dientes como si se me fueran a caer.

El golpe en mi mejilla era evidente. Las llagas en las muñecas ardían y la sangre ya se había secado alrededor. Esta vez Kei no me había hecho nada, solo lo vi masturbarse frente a mí, después que se llevaron a Dax, hacía dos días desde aquella noche. No lo había visto, no sabía nada de él y parecía que el que un paciente desapareciera era de lo más normal en este lugar.

Nadie hacía preguntas, nadie decía nada. Solo yo, que curiosa les preguntaba a todos por Dax. Algunos de los tantos pacientes, ni siquiera hablaban mi idioma, entre el alemán, el mandarín, el coreano y el español convivíamos doscientos reclusos.

Al verlos todos ahí, despreocupados, me pregunté si todos eran como Dax, si alguno poseía la misma fuerza que él, si yo sería como él. ¿Qué le habían hecho?, ¿por qué era tan veloz?, ¿por qué tenía aquellas garras filosas que parecían cortar todo a su paso?

—No andes preguntando por Dax —frente a mí se sentó una chica. Su cabello era corto y negro.

—Pero él...—me hizo callar, poniendo uno de sus dedos sobre sus labios.

—Él está bien, siempre lo está —dijo despreocupada.

Mire a uno de los guardias que se paseaba en la parte de arriba con una de esas cosas que había usado Kei en contra de Dax. Lo vi golpearlo con esa cosa, después lo pateó en las costillas, el rostro, hasta que se cansó y se detuvo. Entre tres guardias se lo llevaron inconsciente. Kei regreso por mí, me ató de las manos con la misma sábana de mi horrible cama, me tocó, me hizo tocarlo. Me besó, rompió mis ropas y se corrio en mi cuerpo.

—La próxima vez no te irá tan bien —dijo después de lamer mis senos.

—¿Dónde está? —inquirí.

—Va a regresar.

—¿Ha salido de la fortaleza? —ella se rio muy bajo.

—Nadie sale de aquí, a menos que ellos lo quieran.

—Pero...

—No digas nada, Dax va a volver, siempre lo hace —dijo segura de sus palabras, pero sentía que se las decía a ella para intentar apaciguar el tormento con el que estaba viviendo.

Después de la cena subimos cada uno a sus respectiva ratonera. Busque la manera de cerrar la puerta pero era imposible, no tenía cerradura y no había nada con que cerrarla. Me hice a la idea que esta noche Kei cumpliría con sus amenazas, que iría por mí y esta vez si me haría suya, como tanto lo deseaba, como tanto lo anhelaba.

Miraba desde la cama hacia la ventana, la lluvia golpeaba los sucios vidrios, el ambiente era frío, húmedo. Las paredes eran de un color gris oscuro. Había algunos rayones, palabras que no entendía que significaban.

Suspiré. Mirando la nada, pensando en todo. Me preguntaba como estaba mi mamá, que le habrán dicho de mí, que mentiras le contaron sobre mi paradero. Tenía miedo, no sabía que era este lugar, porque un centro de rehabilitación no, estaba lejos de serlo.

Mein lieber —escuché.

Al voltear vi a Kei, en su mano sostenía la misma barra con la que había lastimado a Dax, en la otra una soga. Tragué saliva.

—Así es como te dice Dax, ¿no? —me arrincone en la pared. Con mis manos abracé mis piernas y rogué al cielo que alguien viniera en mi ayuda.

Kei cerró la puerta detrás de sí. Un escalofrío me recorrió el cuerpo. La barra se desplegó iluminando la ratonera, dejó caer la soga al suelo. Su mirada se volvió oscura, tenebrosa. Su nariz parecía una albóndiga morada por el fuerte golpe que había recibido aquella noche.

—Pues él no está aquí para salvarte, esta vez no —sonrió.

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SALVAJE (COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora