Capítulo 9.

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Devon

Esposan mis manos y mis pies. Me sacaron de las celdas después de no sé cuantos días, que fueron los más tortuosos y tristes de mi vida. Salimos de las celdas y vi un largo pasillo con muchas puertas a cada lado. Empezamos a caminar, a cada lado había un guardia custodiando que no fuera a hacer nada estúpido.

Miraba a cada lado, pero tampoco es que hubiera mucho que ver. La mayoría de las puertas estaban cerradas, pero detrás de ellas se escuchaban desde gritos hasta golpes que me ponían la piel chinita.

Ya casi para llegar al final del pasillo pasamos por una puerta, estaba abierta, dentro había algunos guardias y alcance a ver al encargado de este lugar. En una plataforma cómo en la que yo había estado había un chico, se veía un poco más joven que yo. No se veía bien, supe que estaba muerto, no sé como pero lo sabía, él había fallecido.

—Muévete —sentí un empujón.

Frente a mí una puerta metálica se abrió, era el ascensor. Entramos y subimos, arriba de nosotros había cinco pisos más, que sería la planta baja de la fortaleza. El ascensor se detuvo, las puertas se abrieron y estábamos en otro pasillo, caminamos unos metros hasta que salimos por el comedor, me llevaron escaleras arriba y me condujeron a mi cuarto.

Al pasar por una puerta lo escuché: era Dax.

—¡Devon! —golpeaba el metal. Volteé a verlo y forcejeé con los guardias.

Arriba, a la altura de su rostro había un vidrio que me dejaba verlo.

—¡Devon! —me solté los guardias y me acerqué a su puerta —. Estás aquí —me sonrió.

—Tú estás aquí —le dije, esperanzada.

Dax

Verla había traído paz a mi alma, a lo poco que quedaba de ella.

Los guardias la cogieron de nuevo y se la llevaron a su cuarto.

Desde que me trajeron aquí no me habían dejado salir. Tenían la puerta cerrada y no me dejaban salir para nada, me pasaban la comida por debajo de la puerta y hacía días que no veía la luz del sol, o la poca que había, porque la mayor parte del tiempo llovía en Hell.

—Dax —escuché la voz de Axel y de inmediato me puse de pie. Me acerqué a la puerta y ahí estaba él, en una de sus manos sostenía un aparato donde escribía algo —. Los exámenes salieron bien, estás sano y eres competente para salir —volteó a verme con cara de fastidio —, y sino hubiera sido por lo ocurrido hace días, ya estuvieras fuera. Ahora tendrás que esperar para poder estar afuera.

—¿Quien se va ir conmigo?

—¿Qué?

—Quiero saber quien será mi compañera.

Se rio, burlón.

—No están en condiciones para pedir una compañera.

—Todos los que salen de aquí tienen un compañero o compañera y yo merezco uno, si voy a hacer al trabajo sucio por ustedes es justo que tenga una compañera, ¿no?

—No harás el trabajo sucio por nosotros.

—Como digas —espete.

—Déjame ver que puedo hacer, no te voy a preguntar a quien quieres como compañero porque ya sé quien es —miró en dirección la puerta de Devon —. Ella es inestable. Lo sabes.

—Lo sé. No me importa.

Bufó. Se pellizcó el puente de la nariz y suspiró.

—Déjame ver que puedo hacer.

SALVAJE (COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora