Capítulo 26.

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Devon

Habían pasado dos semanas ya y no teníamos noticias de Axel. Creí que tal vez se había olvidado de nosotros pero Dax dijo que a él no se le olvidaba nada, menos si tenía que ver con lo que le convenía.

Estas dos semanas Dax me había enseñado a buscar una presa, alguien como el infame humano que había muerto aquella noche. Me enseñó a rastrear, cazar y entrenar.

Me enseñó algunos golpes y como matar a una víctima con tan solo una mordida. Me llevó a la montaña para moverme ágil entre los grandes árboles y poder trepar las grandes y afiladas rocas que la conforman.

Aquella mañana desde que desperté tuve un mal presentimiento que se presentó como un mal sabor en la boca del estómago. Los pelos de mi cuerpo se pusieron de gallina y un nudo en la garganta me avisaba que algo malo estaba por ocurrir.

No había mucho que hacer en aquel lugar, ya que tampoco queríamos que los humanos sospecharan algo, así que lo que más hacíamos además de tener relaciones era ver la vieja televisión enfrente de la cama.

Pasábamos horas y horas viendo la programación y por la noche salíamos un rato para matar el tiempo.

—¿Pasa algo? —Dax rozó su mano con la mía.

Miré sus dedos encima de los míos y seguí el camino desde su brazo hasta su hermoso rostro.

Aún no podía creer que él fuera mi compañero. No sabía si agradecerle al destino o al doctor que vio algo en mí para hacerme su compañera.

Pero gracias a todos los dioses por tenerlo en este momento a mi lado. Me hubiese vuelto loca con todo lo que estaba pasando en mí y sin él no hubiese sabido que hacer.

—Tengo un mal presentimiento.

—He notado que estás algo nerviosa.

—¿Sí? —me le quedé mirando.

—Sí.

—¿Cómo sabes cuándo me pasa algo? —quise saber.

—Puedo escuchar los latidos de tu corazón, además miras a cada rato el móvil y tarareas una canción en tu cabeza.

—Es la canción que mi mamá me cantaba cuando era pequeña y no podía dormir.

Bajé la cabeza. Los recuerdos de mi madre llegaron a mí de golpe.

—Lo siento —cogió mi mano y le dio un apretón —. No debí hablar de tu madre.

—Tú nunca me has hablado de tus padres.

Volteé a verlo y una sombra de tristeza cubrió su ojos.

—Ahora yo lo siento —me encogí de hombros.

—No hay mucho que decir de ellos, murieron cuando tenía diez años.

—¿Y no tienes más familia?

—No que yo sepa. Y si la tengo deben estar lejos de Hell, todos huyeron cuando la crisis cayó.

—Sí, recuerdo esos días.

—Pero oye, yo estoy aquí y jamás te voy a dejar.

—¿Jamás? —inquirí.

—Jamás, yo voy a estar contigo toda la vida.

Y no hablaba literalmente. Cuando Dax decía que toda la vida, era toda la vida.

De repente el móvil empezó a sonar y vibrar encima de la mesita. Pegué un respingo al mismo tiempo que Dax se giraba hacia el aparato. De un salto llegó de la cama a la mesa, cogió el móvil, miró la pantalla y deslizó el dedo por esta.

—¿Diga?

—¡Dax! —era Axel. Un escalofrío me recorrió la médula —. Lamento no haberme comunicado contigo pero las cosas han estado un poco tensas aquí.

"No me interesa saber que pasó"

Pensó Dax.

Puede que no te interese saber pero han venido a hacer una revisión al lugar.

—¿Por fin se han dado cuenta de la mierda que escondes? —Axel se rio.

Que gracioso eres y no, sabes que es muy difícil que alguien se dé cuenta de lo que pasa aquí.

Dax bufo. Su cuerpo estaba tenso y tenía la mandíbula apretada, al igual que los puños. Pude darme cuenta de cuanto odiaba a Axel y pude ver lo que tenía hagas de hacerle. Degollarlo y comérselo vivo. Sus deseos eran tentadores.

—¿Y qué quieres? —preguntó irritado.

Que tú y tu noviecita vayan a Hell...

—¿Qué?

Creo que me has escuchado muy bien. Hoy por la noche alguien irá por ustedes dos, mañana ya estarán en Hell.

—¿Y qué haremos?

No te lo puedo decir por ahora. Sabes que yo sigo órdenes al igual que tú y es mejor que hagas lo que te digo sino tus amigos la pueden pasar muy mal.

—Tú te atreves...

No me hables así, Dax, ¿se te olvida que tienes a tu lado a una cosita rubia que lo podría pasar muy mal si te pasa algo?

—No te atreverías a tocarla.

Pues no me obligues a hacerlo —espetó Axel —. Haz lo que te digo.

Colgó.

Dax dejó el móvil encima de la mesa, sus manos rodearon el filo de esta y apretó tan fuerte que la rompió.

—Dax.

—Tenemos que ir a Hell —murmuró pero lo pude escuchar perfectamente.

—Yo no quiero ir a Hell.

—No nos queda de otra, mein lieber —los músculos de su espalda se tensaron.

—¿Y qué haremos allá? —quería y no quería saber la respuesta.

—Matar.

SALVAJE (COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora