Capítulo 25.

2K 280 44
                                    

Dax

Devon miraba por la ventana con una sábana enrollada a su cuerpo. Ella era hermosa en toda la extensión de la palabra. Era perfecta para mí y la amaba, las amaba más de lo que había llegado a amar a alguien.

No recordaba mucho de mi pasado, pero estaba seguro que nadie esperaba por mí. Pero Devon tenía a su madre todavía y donde sea que ella estaba pensaba en su hija. Yo deseaba cumplir cada uno de los sueños de Devon, y uno de esos era ver a su madre una última vez. Lo haría la llevaría con ella y cuando termináramos con todo esto y con la fortaleza la llevaría lejos de aquí, a las montañas como tanto ella deseaba.

—No te atormentes —le dije saliendo por completo del baño.

Dejé la puerta abierta y me acerqué a ella. Ya me había puesto unos pantalones pero tenía la parte de arriba descubierta.

—¿Has hablado con Axel? —me preguntó.

Rodeé su cintura con mis brazos y apoyé mi barbilla en su hombro desnudo.

—Aún no tengo noticias de él.

Con la cabeza señalé el móvil que yacía en la misma posición desde que habíamos llegado aquí. Lo puse a cargar como me dijo Axel y lo hacía cada que se bajaba la pila, pero él no había llamado, no había ni un mensaje ni nada.

—¿Crees que nos veremos en la necesidad de ir al centro de Hell?

—Sí —no le podía mentir, mucho menos porque ella podía leer mis pensamientos y era inútil mentirle y aunque ella no pudiera saber lo que yo pensaba no iba a empezar a mentirle ahora.

Ella era mi todo y yo no era nada sin ella. La estuve esperando por mucho tiempo y tenía que haber confianza entre nosotros.

—No me vayas a dejar, Dax —me pidió dándose la vuelta —. Nunca me vayas a dejar.

Acuné su rostro entre mis manos y la atraje a mí.

—Nunca lo haré, mi amor, siempre voy a cuidar de ti y nunca te voy a dejar.

Asintió con la cabeza.

Limpie las amargas lágrimas que caían por sus mejillas y le di un beso en la nariz.

—Ve a darte una ducha mientras busco algo para cenar.

No dijo nada. Solo soltó mis brazos y fue al baño, dejando la sábana en el puerta, por unos segundos tuve una hermosa vista de su cuerpo desnudo.

Me puse una camiseta y salí en busca de algo para cenar. Las afueras de Hell era un pequeño lugar con unas cuantas casas, el motel donde vivíamos y algunos locales de comida en la orilla de la carretera. No había mucho que ver y tampoco es que quisiera ver mucho. Tenía a Devon para perderme en la infinidad de su mirada.

Cuando aquella mujer me entregó la bolsa con comida había mucha curiosidad en su mirada. Ella se preguntaba quien era yo, que hacía ahí y lo más importante, cuanto me medía aquello. Cogí la bolsa y salí del local que estaba abierto las veinticuatro horas del día.

Caminé unos metros hasta que llegué al motel. Al entrar vi a Devon en la cama, solo tenía una blusa que le llegaba a los muslos, me di cuenta que no traía sostén y tampoco me importó. Cerré la puerta y me acerqué a la mesita para dejar la comida encima.

—Hasta acá puedo escuchar tus pensamientos.

Reí.

—Que mujer tan descarada —se puso de pie y a grandes zancadas llegó a mí. Me olisqueó, sus fosas nasales se dilataron.

—Calma —le pedí.

—¿Qué le importa ella cuánto te mide? —escupió —. Eso solo lo puedo saber yo.

—Devon, calma, es una tontería —puse mis manos en sus hombros y volvió a olisquear —. ¿Me estás oliendo?

—Ya sabes lo que se siente.

—Soy solo tuyo, de nadie más —rodeé su cuerpo con mis brazos, atrayéndola a mí —. Solo tuyo y de nadie más, fiera.

—Más te vale, Dax, o te juro que te mato.

—Mejor besame —sonrió y me dio un suave y delicado beso.

Lo poco que le llegué a sacar al doctor sobre la condición de Devon es que ella era mucho más territorial que yo, es decir, más celosa. No iba a dejar que nadie se acercara a mí, ya fuera un humano o alguien de nuestra misma especie. No me importaba que fuera celosa, al contrario.

Sus labios se acoplaron al contorno de mis labios. Cada que la besaba era como tocar el cielo, no quería estar en otro lugar que no fueran sus brazos. Quería tenerla para siempre cerca de mí.

—Huele a carne —dijo, cortando nuestro beso —. Es la comida —se mostró decepcionada.

—Apenas comiste días atrás, no es bueno que comas solo carne humana —hizo un puchero —. Y no me mires así, no me vas a convencer.

—¿Sabes que te tengo en mis manos, Dax?

—Completamente.

—Eres mío —asentí.

—Solo tuyo.

—Y puedo hacer que hagas lo que yo quiero.

—Aún tengo un poco de voluntad.

—Si yo quiero no la tendrás más —murmuró.

—A ti no te puedo decir que no —sonrió, victoriosa.

—Me amas.

—Más que comer.

—Me amas mucho —asentí. Rodeó mi cuello con sus brazos y nos fundimos en un profundo beso.

SALVAJE (COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora