Capítulo 24.

2.2K 276 38
                                    

Devon

Nunca me imaginé que mi primera vez con un chico fuera así, tan salvaje y excitante. No habíamos salido de la cama en dos días, dos días en los que Dax se encargó de llevarme al cielo y no bajarme de ahí por mucho tiempo. Tenía sus dedos marcados en todo mi cuerpo, había mordidas en mis pechos y marcas de sus labios en mi piel. Dax no era normal y ahora más que nunca amaba esto, que fuera tan descarado al decir las palabras, que no tuviera pelos en la lengua para hacerme saber que estar dentro de mí le resultaba la más poderosa de las drogas.

Dax me sostenía con sus brazos y me apretaba a él. Mis pechos estaban apretados a su pecho, mis piernas alrededor de sus caderas. Me movía al ritmo que marcaban sus embestidas.

Lo sentía tan profundo dentro de mí. Me gustaba como sus grandes manos sostenían mi cuerpo mientras que las mías alrededor de su cuello lo tenían cerca de mí, lo más cerca que podían estar dos personas como nosotros.

Quizá no éramos normales, pero aún había un poco de humanidad en nosotros y Dax se encargaba de repetírmelo a cada rato. Decía que el sexo era algo normal en los humanos y que no nos íbamos a privar de este deseo por mucho que nos hayan querido transformar en esto que ahora éramos.

—Tú me encantas —murmuró en mis labios. Abrí los ojos. Él me miraba fijamente, ahondando dentro de mí. Me miraba como si yo fuera su todo, él era mi todo.

Dax era lo único que yo tenía en este momento. Era la persona que le daba estabilidad a mi vida y la hacía un poco más normal de lo que en realidad era. Porque lejos de lo que pasaba en las cuatro paredes de este lugar, la verdad no éramos dueños de nuestra vida, podíamos estar afuera pero una parte de nosotros se había quedado en el laboratorio.

—Eres hermosa, Devon, me gusta tu boca —su dedo se deslizó de un extremo de mis labios al otro. Mi boca se abrió por instinto —. Tus ojos que están llenos de luz. Me gusta tu cabello —con sus dedos hizo a un lado los mechones que caían rebeldes a mis costados —. Tu cuerpo que es mi perdición —sus manos apretaron mis caderas con salvajismo —. Y toda tú me encantas —jadeó.

—Te amo, Dax —dije al mismo tiempo que mordía mi labio y se adentraba mucho más en mí.

Gemí en su boca y mis labios fueron atrapados por los suyos.

—Me gusta como me provocas, como me besas. Me gusta como te mueves y me llevas al éxtasis. Te amo, te amo.

Repetía con la voz rasposa. Supe que estaba a punto de llegar porque yo sentí lo mismo. Cada vez que llegaba sentía un cosquilleo que se extendía por todo mi ser y enviaba una corriente a mis terminaciones, era mil veces más potente que un orgasmo cualquiera.

—Joder —jadeó. Me apretó más a él y se corrió dentro de mí. Mis paredes se llenaron de su semen, lo absorbían, yo me alimentaba de él. Dax decía que era normal en nosotros hacer esto.

—Te amo —le dije besando su frente.

Estaba caliente y todo su cuerpo estaba perlado en sudor. Su respiración era irregular. Estaba temblando.

—¿Estás bien?

—Sí —depositó un beso en mi cuello —. Es solo que tú me haces mal.

—¿Qué?

—No pienses mal, es solo que cada que estamos juntos me debilito un poco, necesito acostumbrarme a la fuerza con la que me tomas.

—¿Yo te hago daño? —lo separé un poco de mí, solo para ver aquellos orbes.

Esta noche no había llovido en Hell, y era raro ya que casi toda la semana llovía como si nunca hubiera caído una gota del cielo. La luz de la luna se colaba entre las cortinas de la ventana. Pude apreciar su rostro, era hermoso. Tenía una belleza bestial que me volvía loca.

—No, tú nunca me harías daño, mein lieber, tú me haces bien.

—¿Estás seguro?

—Tan seguro que mi nombre es Dax y que te amo más que a mi vida —se acercó y me dio un corto beso sobre los labios.

Me baje de él y se puso de pie, entró al baño y escuché el agua de la ducha caer. Salí de la cama y enrollé la sábana a mi cuerpo. Tenía muchas marcas sobre mi piel y quizá podía tener el cuerpo adolorido pero no sentía ni los moretones ni las marcas de las mordidas, ni mucho menos dolía cuando enterraba sus dedos.

Me acerqué a la ventana y corrí las cortinas con dos dedos. Afuera la luna se dejaba ver esplendorosa entre las nubes, las estrellas la acompañaban, su luz se reflejaba en los pocos charcos de agua que había en el estacionamiento. Más allá estaba el bosque. Todo el lugar estaba rodeado de árboles, solo se veía la carretera que llegaba a la ciudad de Hell, al centro de esta. Ahí vivía mi madre, en uno de los tantos barrios pobres y llenos de inseguridad. ¿Cómo estaría ella?, ¿estaría bien?, ¿pensaba en mí?

Tenía tantas preguntas en la cabeza y ninguna de ellas podía ser respondida. Me estaba llenando la cabeza con ideas tontas cuando ahora yo debía adaptarme a esto que era: un monstruo, eso era yo, eso éramos. No había otra palabra para describirnos, porque no la había, no éramos ni humanos ni bestias, solo monstruos que habían sido creados con un solo propósito: matar.

Desconocía lo que Axel tenía deparado para nosotros, pero algo muy en el fondo de mi ser me dijo que había que matar. Lo había hecho solo una vez y estaba segura que podía hacerlo otras veces más. Dax estaba a mi lado y podía con todo lo que se viniera. Él era mi salvavidas, era mi todo y por él haría lo que sea, lo que fuera.

SALVAJE (COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora