capítulo 9.

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De toda la Ciudadela, el Zoco era el lugar favorito de ______. Ya fuera por los edificios tan variopintos que lo componían o por el ambiente tan animado que siempre reinaba allí, bastaba con poner un pie en él para olvidar, durante unos instantes, que había un muro inmenso que los aprisionaba a todos dentro. También porque fue allí donde encontró a la pequeña Carla.

Solo hizo falta recordar a la niña rubia para que se le hiciera un nudo en el estómago. Sentía como si hubiera visto aquellos ojos azules por última vez esa misma mañana, observando todo en silencio, atentos, desde el callejón que había junto a su primera madriguera.

«Mi madriguera», pensó. ¿Cuánto tiempo había transcurrido desde entonces?

Su mente aún conservaba en la memoria el olor que desprendían esos agujeros que hacían las veces de viviendas unipersonales con una cama, un fogón y una letrina y que trepaban por buena parte del muro, unas encima de otras y conectadas entre sí por escaleras de mano. En espacios del tamaño de un monovolumen se hacinaban cientos de moradores que no podían costearse nada mejor y que tenían que luchar en verano y en invierno contra el frío o el calor, y la falta de luz por encontrarse pegadas a la muralla de la Ciudadela.

Le parecía increíble pensar que ella creció allí, concretamente en las viviendas que se encontraban delante del Zoco. Y que habría seguido siendo así de no haber sido por Carla.

-Qué recuerdos, ¿verdad?

______ suspiró y se volvió hacia Diego.

-Demasiados...

Al poco de conocer a la niña, ______ comprendió que no podía seguir en esas condiciones. Y que tanto ella como la pequeña merecían un futuro más digno. Por eso decidió alistarse en el ejército como centinela: para salir de aquella barraca y ofrecerle a Carla la oportunidad que a ella le hubiera gustado tener... sin saber que, al haber tomado ese camino, la estaba condenando.

Ya no le quedaban lágrimas que llorar por el cruel destino de Carla, pero la rabia seguía ahí, latente y viva como una llama eterna. Por eso se obligó a dejar de pensar en ello y se cubrió mejor la boca con el cuello de la chaqueta para evitar que nadie la reconociera. Después se adelantó para mantener el paso de Diego y siguieron avanzando por la Avenida del Hambre mientras dejaban atrás los grandes y pretenciosos edificios de los leales que habitaban aquella zona: el inmenso palacio griego, la falsa metrópolis, el castillo medieval, el edificio piramidal en el extremo opuesto... Todas ellas eran construcciones muy anteriores a quienes ahora las habitaban, pertenecientes al Viejo Mundo y a los humanos que no necesitaban recargar baterías.

Aquella zona era la más concurrida de la Ciudadela, con una presencia de leales solo superada por el anillo interior y los alrededores de la Torre. Gran parte de ellos eran magnates de los comercios más prósperos del mercado que, en muchos casos, comenzaron su andadura con pequeños negocios en la zona de los moradores hasta que pudieron dar el salto, no solo geográficamente, sino también en la escala social. ______ prefería pensar que se lo habían ganado limpiamente, que habían luchado por llegar tan lejos, aunque no era difícil imaginar la cantidad de favores que debían de haber hecho, y que seguirían haciendo, al gobierno para estar ahí.

-Es raro tenerte aquí.--dijo Diego, sacándola de sus cavilaciones.--Después de cómo acabaron las cosas, pensé que jamás volvería a verte.

-Bueno, nunca digas nunca.--sentenció ella, esbozando un intento de sonrisa.

No quería hablar del tema. No en aquel momento. Necesitaba concentrarse para recordar lo mejor de la única parte de la Ciudadela que le traía buenos recuerdos... y entonces el centinela hizo la pregunta que llevaba esperando desde la noche anterior:

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