capítulo 17.

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Scarlett abrió los ojos y se incorporó en la litera, temblando. Había vuelto a tener una pesadilla. Hacía mucho que no lograba dormir de un tirón, en concreto, desde que abandonó el complejo y la celda de cristal en la que la Billie original la había retenido.

Agobiada, Scarlett apoyó la espalda en la pared y se abrazó las rodillas con fuerza intentando normalizar la respiración.

Los retazos de la pesadilla se disolvían en el recuerdo como copos de nieve en la palma de la mano. Copos que ella nunca había visto, que jamás había sentido, pero que conocía a pesar de no saber cómo ni por qué.

Ese era el origen de todas sus pesadillas, incluso cuando abría los ojos: el recuerdo constante de la falta de recuerdos. Sabía cosas, muchas. Cuanto más escuchaba a los demás, más se daba cuenta de la cantidad de conocimientos que su cerebro retenía, pero eso era todo: nada de aquello venía ligado a una memoria concreta, a un momento particular de su existencia.

Billie masculló algo debajo de ella y Scarlett se preguntó cómo podía su clon conciliar el sueño con tanta facilidad. ¿Acaso no se cuestionaba una y otra vez cada recuerdo que le venía a la memoria? Supuso que no, que ella lo tendría más fácil, que bastaba con hacer un leve esfuerzo para creerse que la infancia que recordaba había sido suya, igual que la vida antes de aquel infierno.

También supuso que, con ______ a su lado, todo era más sencillo.

Pero Scarlett no tenía a nadie. Por mucho que los demás hicieran un esfuerzo por integrarla, no había día que no sintiera que su presencia estaba de más. Que solo cuando era necesario cargar con algo o realizar algún recado sencillo, y siempre supervisada por Billie, por supuesto, podía participar.

Quizás por eso había sucedido lo del callejón. En realidad no le había dado muchas vueltas al asunto. Tampoco había podido: una parte de ella parecía haber olvidado ese momento, como si nunca hubiera sucedido o ella no hubiera estado involucrada. Como si lo hubiera visto desde fuera y Billie hubiera dirigido aquella mirada cargada de pánico a otra persona, no a ella.

Sin embargo, cada día que pasaba, más le costaba ignorar lo que había sentido cuando estaba golpeando a aquel morador borracho. Por primera vez desde que había abandonado su celda, desde que había despertado, de hecho, Scarlett había notado que sus acciones podían tener un efecto decisivo en algo. Si Billie no la hubiera detenido a tiempo, aquel tipo probablemente habría muerto. Su vida habría terminado en ese instante, por su culpa. Y aquello le asustaba y le fascinaba a partes iguales. Se arrepentía de lo que había ocurrido, sí, pero sobre todo de haberse dejado llevar por aquel impulso animal sin apreciar su sentido.

¿Cómo habría sido ella en caso de que Billie y ______ no la hubieran encontrado? ¿Qué habría pasado si la original la hubiera liberado y ahora no conociera a nadie? ¿Consideraría a los rebeldes los buenos o los malos de toda aquella historia? ¿Se habría inmiscuido en aquella guerra que a ella no le afectaba? Y, lo que más le reconcomía por dentro, ¿qué hubiera pasado si la que hubiera despertado en Origen hubiese sido ella en lugar de Billie?

Poco a poco, con aquellas preguntas sin respuesta sonando en su cabeza como una perversa nana, Scarlett se fue quedando dormida de nuevo...

-Scarlett, despierta.

Cuando la chica abrió los ojos, le dio la sensación de que apenas habían pasado unos segundos desde que había cerrado los ojos, pero los sonidos que llegaban desde el pasillo le hicieron comprender que ya era de día. Billie se encontraba a su lado, con la mano sobre su hombro y una sonrisa cansada en los labios.

-Tenemos que ponernos en marcha. Hay que traer las armas y Shawn quiere hablar con nosotras.

No le dio tiempo a responder. Antes de que pudiera incorporarse y se diera cuenta de que había dormido retorcida después de desvelarse a media noche, su clon había abandonado el cuarto y la había dejado sola. Como cada mañana, fue a las duchas, se pintó las marcas del pecho y subió a la cocina, donde Berta le dejó un plato de gachas que se comió sin hablar. Todo el mundo se quejaba de la comida de la mujer, pero para ella era una maravilla. El mero hecho de que alguien la saludara todos los días con una sonrisa y un bol de comida caliente hacía que su contenido supiera mil veces mejor. Supuso, aunque le dolió reconocerlo, que no haber desayunado nunca de verdad facilitaba todo.

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