Capitulo 4 - El castigo

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Madison

—¡Perdón, iba mucha velocidad de verdad no fue intencional! 

—¡Pues no me imagino cómo sería si sí lo fuera! ¡Eres una salvaje! —vociferó.

Acababa de insultarme y bastó esa acción para que la molestia se impregnara en mí. No me daba la cara y eso solo me irritaba más. Deseaba enfrentarlo y decirle que no podía tratarme así ni mucho menos insultarme.

¿Es que quién se creía? Había reconocido mi error, además no creo que le haya sido para tanto, ¿no?

No, que va. Si casi le rompes una o dos costillas a lo mucho.

Mi conciencia y yo no nos entendíamos, eso estaba claro.

—¡Te he dicho que lo sentía! ¿Quién te crees que eres para insultarme? —ladré a la defensiva— Pedazo de idiota.

Sin embargo, aún seguía sin darme la cara, me ignoraba.

De repente, tomó la mano a la chica, que por cierto tiene una mueca de dolor en el rostro, no puedo evitar sentir remordimiento ante su malestar, y la levantó, pero me daba la espalda.

—¿Cielo, te duele algo? ¿Quieres ir a la enfermería?

—No, cariño. Solo me duele un poco la pierna, no es nada grave. —le restó importancia. Sin embargo, no puedo ver la expresión del chico que está de espaldas.

—¿Segura? —su voz ronca, sonaba preocupada y dudosa ante su respuesta.

Seguro era de esos típicos novios muy sobre protectores, pensando que tiene muñecas de porcelanas como novias.

Ridículos.

Y por primera vez, se dignó a mirarme y juraba que mi ceño fruncido vaciló un poco al ver su maldita cara.

Bien. Era guapo. Tal vez más de lo que quería admitir.

Si decía que los chicos; Alex, Diego y Lucas; eran lindos entonces aquel chico era un ser de otro planeta. Definitivamente esa belleza no era común, para nada. Estaba mirándome entre enojado y sorprendido. No sabía el porqué de lo último, tal vez se compadecía de mi expresión culpable de tal desastre.

Él era alto, más alto que su novia. Castaño, con ojos claros, mandíbula marcada y cincelada y los labios no los tenía ni tan carnosos ni tan delgados, la medida justa y perfecta.

Sin embargo, la belleza epatante no era suficiente para que el enojo diluyera. Yo sabía que era solo eso, belleza. Esa misma que yo remuneraba siempre que no era más que una visión distorsionada de lo que era en realidad el ser humano.

¡Pero vamos! había que reconocer que el chico era ridículamente atractivo.

Él se quedó viéndome por unos segundos y al fin reaccionó— ¿Acaso no te fijas por donde andas? ¿A quién se le ocurre ir por el instituto en una patineta? —interrogó el muy idiota—. Está prohibido.

—Cameron déjala, no fue intencional seguramente —trató de calmarlo su novia y noté la miraba comprensiva que me dedicó, lo cual me agradó.

—Si ya oíste bien, Cameron —dije por primera vez su nombre—. No fue intencional, supéralo. Además, no es bueno para la salud el enojo. —mencioné con una sonrisa fingida.

¿Qué puedo decir? Ser un grano en el trasero era mi pasión.

—¿Siempre eres así de insoportable? —noté que sus ojos azules se oscurecían.

—¿Se supone que esta es la parte en la que me voy corriendo al baño a llorar? —me burlé mientras él tensaba la mandíbula— Mi madurez y carácter me lo impiden, siento decepcionarte.

¡Sólo tú, imbécil! (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora