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—¿Qué? ¿Acaso no te dijeron? Yo vivo aquí, ¡me aman! ¿O es que no confías en mi palabra?

No puede ser.

—Lo oí, pero sinceramente no creo ni una parte de esa historia, ¿a cuántos de esos pobres aldeanos los amenazaste para ocultarme la verdad?

—Hey, calmate niño.—el mayor movió sus manos de arriba a abajo, Sonic siempre había sido muy apresurado a la hora de hablar.—Es halagador que hayas pensado tanto en mí, pero créeme al decirte que no tengo pensado en molestarte, no por ahora.

—¿¡Qué!? ¿¡Por qué!?—preguntó dolido sin notarlo.

—Bueno, veras...—Se tomó su tiempo para encontrar las palabras adecuadas, acomodándose en su silla preferida para hablar con más fluidez.—El gobierno no me quiere de vuelta, podría regresar y tomar mi venganza, pero para serte sincero no tengo ninguna razón para hacer eso, ¡tengo mi propio reino aquí donde todos me alaban! De cierta forma te agradezco que me hayas enviado aquí.

—¿Un pueblo gobernado por el ególatra de Robotnik? No lo sé, tengo un mal presentimiento de eso, viejo.

—Búrlate lo que quieras, no cambiará nada. —al decir eso, regresó su vista a su mesa de trabajo, tomando lo que había hecho para posteriormente levantarse.—Ahora, si me disculpas, tengo asuntos más relevantes que tratar, porque yo SI TENGO COSAS QUE HACER.

Al resaltar las últimas palabras con obviedad, el adulto tomó rienda a su caminar para salir del taller con un paso altanero, dejando al grupo más decepcionado que desde el principio, en especial a cierto erizo con problemas de autocontrol, ¿cómo se le ocurría complicarle todo? ¿Ahora qué se supone que iba a hacer? ¿Dejar que su madre viva en una aldea controlada por su peor némesis? Por supuesto.

Gracias Robotnik.

Antes de irse, Tails caminó de aquí y acá curioso en los planos y prototipos del doctor, mirando con asombro alguna que otras cosas que jamás había visto. En la cima de una estantería se hallaba una roca con un rostro tallado en ella, él no sabía lo que significaba pero se le hizo gracioso que tuviera un esmoquin pintado en él y un anillo a su lado.

Después el zorro regresó con los demás, notando que se estaba alejando del grupo.

Después el zorro regresó con los demás, notando que se estaba alejando del grupo

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—¿Galletas?—preguntó otra vez, siguiendo su protocolo.

El adolescente gruñó ante la detestable voz robótica del asistente, pero eso no impidió que se llevara una galleta a su boca y guardara unas cuantas en su mochila para después. Podría estar hecho una furia y electrocutar a media aldea, pero eso no quitaba el hecho de que debía comer y como cualquier niño no podía resistirse a un dulce.

Al salir de la guarida del doctor Robotnik, Sticks los acompañó de vuelta hacia la tribu, aunque a veces parecía que era el erizo quien guiaba al grupo, con un semblante serio y furioso dejaba caer chispas a su paso. Tails lo miró con el ceño fruncido (que era el ochenta porciento de sus expresiones faciales de cada día), pensando sobre el por qué le afectaba tanto la noticia.

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