Prólogo

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Ciudad de Herrengarde, Albia – 1.821



—Sus padres murieron hace dos años, durante la guerra del Eclipse. Eran pretores, como usted, y desde entonces yo me hice cargo de ella. Eran unas buenas personas...

—¿Podría saber de qué bando lucharon?

—¿Importa acaso?

—Ya sabe usted que sí...

Siempre importaba, por supuesto.

—Del bando albiano. Somos albianas, señor.

Ambos sabían que la anciana estaba mintiendo, pero el pretor no quiso indagar más. La documentación así lo acreditaba, por lo que no iba ser él quien le arrebatase su segunda oportunidad a aquella familia. Ya habían sufrido suficiente.

—De acuerdo, señora Ánikka, el proceso seguirá según los protocolos. En cuanto firme toda la documentación, su nieta quedará bajo la tutela del gobierno y pasará a formar parte de una de las Hermandades del Nuevo Amanecer.

—¿Podré seguir viéndola?

Una sonrisa amarga se dibujó en los labios del pretor. Resultaba irónico que aquella anciana mujer, a la que apenas le quedaban unos meses antes de acabar de perder la vista, le formulase aquella pregunta.

—Por supuesto, señora Ánikka. Siempre y cuando cumpla con el proceso legal establecido podrá ver a su nieta.

—Se lo agradezco. Iris siempre lo ha sido todo para mí... ella y su hermano. Rezo a diario por mejorar. Dice el médico que si lo logro, podré recuperar la custodia, pero no me hago ilusiones. Sé que el Sol Invicto está demasiado ocupado como para escuchar las súplicas de una anciana.

—No pierda nunca la fe, señora, los milagros existen. Hasta entonces cuidaremos de su nieta como si de nuestra propia hija se tratase. Estará bien, se lo aseguro.

La anciana volvió la mirada atrás, allí donde al otro lado de la puerta de cristal aguardaba Iris, una niña de once años a la que el Eclipse le había arrebatado no solo a los padres, sino también las lágrimas y gran parte de su esencia. La observó durante unos segundos, aprovechando la poca vista que le quedaba para grabar su imagen en la memoria, y asintió con lentitud. Había pasado tantas horas lamentando su separación que por aquel entonces ya no le quedaban fuerzas para seguir llorando. Sencillamente tenía que hacerlo, pues de lo contrario la niña perdería una de las últimas oportunidades que le quedaban para ser alguien, así que se tragó el miedo y la pena y volvió a mirar al pretor.

—Es una niña muy buena, señor. Es dulce e inteligente, toda bondad. Dice querer ser pretor como sus padres, pero siempre tuve el presentimiento de que el Sol Invicto tiene otros planes para ella. Por desgracia, la suerte no le ha sonreído. Confío en que a partir de ahora las cosas cambien.

—Haremos todo lo posible porque así sea. Y sobre su futuro, no se preocupe, señora Ánikka. Si su destino es ser pretor, así será. Pero no todos los niños tienen por qué serlo. Si bien es cierto que corren tiempos difíciles para nuestro país, hay muchas más formas de protegerlo que empuñando una espada.

—El Sol Invicto le escuche, señor. Ya he perdido a una hija y a un nieto por la guerra, no quisiera que Iris se uniese a la lista. Ha habido demasiada sangre en nuestra familia.

—Por desgracia son los tiempos que nos ha tocado vivir, señora.

Dando por finalizada la entrevista, el pretor se puso en pie y señaló el despacho contiguo para que la anciana procediese con la firma de documentación con una de sus compañeras. Antes de cruzar la puerta, la señora Ánikka lanzó una última mirada a Iris, pero no salió a despedirse de ella. Sabía que lo único que conseguiría con ello sería empeorar el momento.

—Cuídela.

—Téngalo por seguro.

El pretor aguardó unos segundos a que la mujer abandonase el despacho para acudir al encuentro de la niña. A sus pies tenía una pequeña mochila en la que guardaba toda su vida hasta entonces. Pocas posesiones pero muchos recuerdos, al parecer.

Se acuclilló a su lado para mirarla a los ojos. Bajo la mata de pelo rubia platino se ocultaban unos bonitos ojos azules al borde de las lágrimas.

—Hola Iris, tu abuela me ha dicho que eres una niña muy buena y valiente, ¿está en lo cierto?

La niña no respondió. Clavó la mirada en el pretor con firmeza, pero no separó los labios. En lugar de ello bajó de la silla y recogió su mochila del suelo, dispuesta a acompañarle donde fuera que la iba a llevar.

—De acuerdo —sentenció él—. Acompáñame, tu nueva familia te está esperando.

Dioses del TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora