Capítulo 1

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Ciudad de Herrengarde, Albia – 1.836 (15 años después)



—¿Lo has conseguido?

—No lo sé aún, tienen que publicar las notas...

—¡Pero seguro que te cogen! ¡Oh, vamos, eres la mejor de todos! ¡No lo dudes, lo vas a conseguir! ¿A qué hora se publican?

—Dentro de quince minutos harán el anuncio... pero antes de que digas nada, no me iría mal una copa de vino. ¿Qué tal si pides un par? Yo invito.

Tan enérgica como de costumbre, Eli asintió y se apresuró a dejar la mesa para acudir a la barra rectangular del bar donde se reunían cada viernes desde hacía diez años. La joven se acercó a la gran masa de clientes que llenaba el local y se perdió, desapareciendo por un momento de su vista. Elisa tenía una capacidad innata para desaparecer, activase o no sus poderes de pretor.

Poco después, con Iris ya acomodada en la mesa y con el teléfono entre ambas, Eli regresó con dos copas de vino tinto entre manos. Se dejó caer en el banco de madera con suavidad, manteniendo en perfecto equilibrio el contenido de las copas, y sonrió. No solo no vertía ni una gota, sino que lograba que el nivel no variase en absoluto, como si el vino estuviese congelado.

Pero no lo estaba, por supuesto.

Acercó una de las copas a su amiga y se reservó la otra para ella. Seguidamente, acercando su pálido y ojeroso rostro hacia el de Iris, bajó el tono de voz.

—¿Estás nerviosa? —dijo en apenas un susurro—. ¿Cuánto tiempo ha sido? ¿Dos meses? ¿Tres?

En realidad habían sido seis meses desde el inicio del proceso, pero las pruebas se habían concentrado durante el último trimestre. Un trimestre en el que Iris había sentido la sombra de los examinadores perseguirla día y noche, evaluando en todo momento sus palabras y actos.

Habían sido meses de gran tensión. Después de cinco años de preparación, Iris había estado convencida de que podría controlar a la perfección el estrés y la ansiedad, pero lo cierto era que, tal y como le había advertido su tutora, había acabado siendo arrastrada por las circunstancias. Ni podía controlar todo lo que hacía o decía durante días, ni tampoco era lo que buscaban los jueces. Las Hermandades del Nuevo Amanecer necesitaban al frente a hombres y mujeres preparados no solo para dar soporte a los huérfanos de la guerra, sino también para formarlos y dirigirlos de acuerdo a los intereses del país, y para ello era necesario que mostrasen su auténtica personalidad.

—Demasiado tiempo —respondió Iris en apenas un susurro, dejando escapar un suspiro. Se llevó la copa a los labios y le dio un suave sorbo—. Pero por suerte todo ha acabado hoy. Hace unas horas, para ser más exactos. El comité se reunía a las cuatro para debatir.

—¿Y cuál crees que va a ser el resultado?

Iris confiaba en que sería positivo, pero tenía dudas. Cada año se promocionaban a cincuenta maestros de toda Albia para que pudiesen acceder al siguiente eslabón de la cadena de mando dentro de las Hermandades. Los elegidos eran seleccionados por sus tutores y directores debido a sus grandes capacidades, pero su historial no tenía ningún tipo de importancia durante el proceso de evaluación. Todos los profesores empezaban con cero puntos, y solo aquellos que hubiesen participado en misiones gubernamentales podían obtener alguna ayuda para acceder al puesto. Por suerte, aquel año todos habían partido de la nada, por lo que jugaban en igualdad de condiciones.

Pero el que Iris no fuese un pretor o una soldado jugaba en su contra. Albia necesitaba guerreros entre sus filas, tenía que rearmarse ante la amenaza en la que se había convertido Throndall con el alzamiento de Elberic como nuevo rey, y el que ella no contase con esa formación era un problema. A pesar de ello, tenía la esperanza de que se valorasen otros factores. Si bien no era una guerrera, era inteligente y tenía grandes conocimientos que durante años había estado transmitiendo a los suyos. Desde niña, de hecho. Los primeros dos años en el orfanato habían sido duros, pero en cuanto Iris había entrado en la adolescencia, no había necesitado más que un poco de confianza en sí misma para ganarse el respeto de todos sus hermanos. Los había cuidado y protegido como si de sus propios hijos se tratasen, y durante años había ejercido de madre hasta que, con la llegada de la mayoría de edad, se había convertido en una de sus maestras.

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