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«Tienes que irte», me dijo después de mirar la hora. La observé confundido desde mi posición encorvada en el sillón. «Son las 10:10 pm, tienes que irte».
«Okay», respondí confundido y me levanté. En realidad fue muy extraño, pero no dije nada al respecto. Habíamos tomado confianza y platicado por aquella tarde que su actitud no hizo nada más que confundirme. La habíamos pasado bien, platicamos más de dos horas y después jugamos jenga, lo cual fue realmente divertido. Me acompañó a la puerta y justo antes de cerrarla, me lanzó un golpe en el estomago que por poco me deja sin aliento.
«No creas que olvidé el hecho de que me espiabas», sonrió ella encogiéndose de hombros. «¡Buenas noches!» Terminó ella cerrando la puerta.
Tal vez sólo dijo que no me golpearía para tranquilizarme...