1. El Problema.

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¿Han oído alguna vez de esos idiotas que salen a pasear sus mascotas para conseguir alguna conquista? ¿O de esos padres que se presentan ante las mujeres que habitan las plazas como ejemplares, jugado y cuidando a sus hijos para conmoverlas? ¿Lo han oído? Pues sí es cierto y me resultan patéticos, me enojan, me dan ganas de darles un golpe de realidad y apartar a todas las mujeres ilusas que piensan que sen ven tiernos al hacer aquello cuando en el fondo saben que no son más que una maldita fachada...

Okay, quizás deba empezar a explicar porqué es que me encuentro tan enojado. Y sí, claramente, la única persona que me saca de mi paz habitual es Nano y en esta oportunidad no era la excepción.

Habían pasado poco más de un año desde que estábamos conviviendo, desde que Amelia había llegado a nuestras vidas y en los que todo parecía ir más que bien. Pero ¿en realidad estaban las cosas bien?

Yo había terminado de estudiar y actualmente me encontraba trabajando en una empresa inmobiliaria como ayudante de contaduría. Tenía un buen sueldo y comodidad laboral, no me podía quejar. Eso sin contar que ellos sabían de mi situación con mi pequeña niña y si ocurría algo podía retirarme sin el menor problema.

Nano en cambio se encontraba cursando sus últimas materias, aún continuaba estudiando y nos habíamos organizado para que pudiera cuidar a Amelia durante la mañana y así poder estudiar durante la tarde.

¿El problema?

Cuando hacíamos el cambio de cuidador él me esperaba en la plaza frente a mi trabajo y allí era el foco de todas las miradas. Siendo sinceros él sí se veía malditamente lindo y cariñoso con la niña, no podía culparlas por no poder sacar sus ojos de encima, pero ¿En serio era necesario que él se pusiera a charlar con esas mujeres?

La primera vez que descubrí aquella situación aún me encontraba trabajando. Me había movido de mi escritorio para entregar unos papeles a mi jefe y lo vi. Justo frente a mi oficina, sentado en un banco, con Amelia en sus brazos y una mujer joven a su lado mirándolo como si fuera lo más maravilloso que nunca antes hubieran visto sus ojos.

Ni siquiera lo pensé, entregué los papales y le informé a Mark, mi jefe, que debía retirarme. No puso excusas, sólo faltaban una media hora para terminar mi horario de todos modos.

Tomé mi cacheta y casi corrí hasta el lugar. Me detuve en la vereda y los observé unos largos segundos, ahora Amelia ya no estaba en sus brazos, sino en los de la muchacha.

—Buenas tardes —saludé políticamente captando la mirada de los dos adultos. Amelia tenía un celular en sus manos. Tragué saliva.

—Nacho —saludó mi compañero con una sonrisa. Asentí y miré a la mujer a su lado. —Ignacio, ella es Lupe. Lupe, ella es Ignacio.

—Mucho gusto —dijo la chica tendiendo su mano a la mía. Sonreí con amabilidad sosteniendo su pequeña mano e hice una rápida inspección.

Ella era hermosa. No había otra manera de describirla. Era pequeña, de piel color almendra y ojos marrones como el dulce de leche. Su largo cabello estaba cubierto de risos color caoba y sus labios gruesos mostraban una sonrisa maravillosa. Ella ni siquiera estaba maquillada.

Corrí mis ojos a mi niña y tendí mi mano a la de ella que respondió de inmediato bajándose de la chica. Amelía estaba a unos pocos pasos de aprender a caminar, por lo que sujeté su mano con fuerzas para que llegara a mí sana y salva. La tomé en mis brazos y la miré intensamente por unos segundos, yo la tenía a ella, no había nada que pudiera desestabilizar aquella armonía, ni siquiera una hermosa mujer llamada Lupe.

—¿Amelia comió? —consulté sin mover mis ojos de la niña que sonreía cuando oía su nombre salir de mis labios.

—No, nos levantamos tarde y sólo alcanzamos a desayunar.

—Oh, así que tendremos un almuerzo romántico tú y yo princesa —dije ganándome unas de sus fuertes carcajadas. Sonreí ante eso y miré a los otros dos muchachos. Primero a uno y luego al otro. —No quiero retrasarlos más. Muchas gracias por todo Nano.

—Nos vemos a la tarde —dijo poniéndose de pie para indicarle a Lupe que lo siguiera.

Por nuestro lado partimos en la dirección contraria y fuimos el centro de atención por unos largos segundos hasta que abandonamos el parque. Bueno, eso no había sido tan malo, no me sentía tranquilo pero no es como si nuestra relación estuviera mal y él se podría ir con cualquiera que se presentara en su camino, no significaba nada que ella fuera la reina de la belleza, no tenía por qué preocuparme, por nada.

Sin embargo, entre lo que uno piensa y lo que siente hay un abismo. Esa tarde fui a casa de mi hermana y nos quedamos allí hasta pasada la media noche. No podía enfrentarme a Nano porque los pensamientos horribles que habían aparecido en mi cabeza, esos en los que él me dejaba para irse con otra mujer, para irse con Lupe, me estaban carcomiendo la conciencia.

Volvimos tarde a pesar de que al día siguiente yo tenía que trabajar. Amelia ya dormía cuando llegamos, por lo que la recosté en su cuna y yo me acosté en la cama de su habitación. Me levanté al día siguiente y fui por una ducha, no alcanzaría a desayunar, se había hecho demasiado tarde, por lo que le escribí a Ben, el chico de los mandados en la oficina, para que me comprara un café y una medialuna en su paseo de la mañana.

—¿No vas a desayunar? —consultó Nano sentando en la cocina dándome un susto de muerte. Él nunca se levantaba cuando yo me iba.

—Se me hizo tarde.

—¿Cómo anoche?

—Como anoche —respondí dándole una sonrisa antes de ir por mi maletín abandonado en el sofá.

—¿Pasó algo? —quiso saber apresurándose a mí lado para mirarme más de cerca. Me giré a verlo y bajé mis labios a los suyos, por supuesto él se apartó de inmediato y me dio una mala mirada.

Había descubierto eso. Siempre era yo quien comenzaba algo. Quizás podía recordar una o dos veces en las que Nano lo había pedido, pero sino, siempre era yo. Incluso los besos, él parecía odiarlos. Me había dado cuenta que Nano sólo cedía.

—Amelia se durmió temprano, quería que se despertara para traerla de regreso, pero finalmente no lo hizo. Por eso llegamos tarde, lo lamento.

—¿Y porque dormiste con ella?

—Se despertó cuando llegamos, me quedé allí y luego me dormí —respondí encogiéndome de hombros antes de revolver su cabello. No le podía decir que estaba celoso, no por una idiotez como la del día anterior. —Nos vemos en un rato.

Llegué a mi trabajo justo a tiempo, tomé el café que Ben me había dejado en mi escritorio y comencé a hacer cálculos y más cálculos, lo único en lo que tenía control en ese momento, porque si de sentimientos hablamos los míos era un maldito tornado.

Nítido.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora