4. Ninguna Autoridad.

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Ingresamos al edificio y tomamos el ascensor. Partí de inmediato a acostarla y volví a la sala encontrándome, sobre la mesa, el tiradero de hojas y fotocopias. Todo estaba muy desordenado y aunque no quería enojarme por ello lo hice, porque Nano sabía cuánto odiaba que la casa estuviera de esa manera.

Di unos cuantos respiros y fui por mi ropa a la habitación para el día siguiente, supuse que Nano querría dormir hasta tarde y yo ya tenia planes con mi hermana y los niños. Cuando volví a la cocina Nano ya estaba de regreso.

—Diablos, me asustaste —dijo mirándome sin dejar de pestañear con rapidez.

—Lo lamento —dije buscando entre las hojas mi celular.

—¿Cuándo regresaron?

—Recién. Amelia venía dormida así que pasamos directamente a la cama. Yo estoy cansado también —dije yendo por un vaso de agua. —Mañana iremos con Eva y los niños al balneario. Iremos temprano y volveremos tarde.

—¿Puedo ir? —consultó con cuidado parándose frente a mí, a escasos centímetros.

—¿No tienes que estudiar? —quise saber alejándome un paso, disimuladamente.

—Puedo llevar mis apuntes.

—¿Llevarás a Lupe también? —consulté sarcástico y procedí a revolver su cabello. —Está bien Nano, quédate a estudiar, estaremos bien sin ti.

—Ignacio —dijo con seriedad apresurándose para cortar mi partida. Se paró nuevamente en mi frente y movió su cabeza de un lado a otro. —¿Qué demonios te sucede?

—¿A mí?

—Sí. A ti.

—Nada.

—Estás yendo a dormir otra vez a la habitación de Amelia ¿No es así?

—Sólo no quiero molestarte por la mañana, ya te dije que saldremos temprano —dije soltándome de su agarre, ese mismo que momentos atrás había estado en la pequeña cintura de la princesa.

—No me molesta. Y no me gusta dormir solo —dijo con la mandíbula apretada. Suspiré.

—No quiero dormir contigo —largué encogiéndome de hombros y alejándome dos pasos de él. —Lo lamento.

—¿Por qué?

—¿Quién sabe?

—Oye... —pidió con cansancio acortando la distancia de nuevo. —Nacho no quiero pelear, en serio, pero me lo estás poniendo muy difícil —suspiró tomando mi rostro entre sus manos. —Fui yo ¿De acuerdo? Yo le pedí a Rocco y a Tomás si podían llevar a Amelia con ellos una noche.

Me solté dándole un manotazo a su toque y lo miré furioso.

—Sí tanto te molesta Amelia tú no tienes que hacerte cargo. Si estás cansando entonces no te levantes cuando ella llore. Si necesitas paz, tú simplemente puedes irte.

—¡Ignacio! —exclamó furioso. —No voy a permitir que pongas palabras que no dije en mi boca. Amo a Amelia. No hay nada que me moleste de ella, pero no te veo bien. Estás extraño, más extraño de lo normal, sólo quería darte un poco de espacio, que pudiera descansar. Nada más.

—Sí yo... —respiré profundamente y le di una sonrisa. —Está bien, lo lamento. No es tu culpa, soy yo ¿De acuerdo? No te preocupes.

—Hace unos meses me dijiste que querías casarte conmigo y ahora esto... yo no te entiendo.

—Sí, yo tampoco lo hago la mayoría de tiempo —suspiré y tendí mi mano a su rostro para acariciarlo suavemente. —Lo lamento, quizás me apresuré un poco. No te preocupes.

Nítido.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora