Huir

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Había tenido esa sensación de amnesia al despertar, antes de que tu cerebro se llene de información a la velocidad de la luz y estuvieras lista para ponerte de pie, separarte de las cobijas y preparar el café matutino. Pero ésta vez era diferente.

Llevaba un buen rato frotando mi cíen, mirando el lugar.

La cama era cómoda, espaciosa, con un respaldo color chocolate, las sabanas blancas oliendo a recién lavado y suavizante de telas, además de la cobija roja sobre mí.
Todo estaba iluminado, la luz entraba por la alargada ventana frente a mí, las cortinas eran color musgo, recogidas dejando que los rayos apenas visibles entre las nubes grises, dieran los buenos días.
Había muebles bonitos, y piezas por todas partes, una lámpara victoriana, un teléfono azul  y óleos vacíos aún en su paquete en una esquina, ocultos tras un sillón pequeño y chato escarlata junto a un estante de libros. En la otra esquina había una alfombra blanca afelpada y un espejo cuerpo completo ovalado, y tres puertas.

Nada de aquello se me hacia familiar. Nada me pertenecía obviamente.

¿Donde estaba?

La pregunta invadió mi mente hasta escuchar un ruido, una llave siendo abierta o cerrada, un sonido metálico en una de aquéllas puertas.

Hice lo posible para recordar, pero sólo me venía a la mente el bar, y John bailando junto a Paul, mientras yo me empinaba lo último del tequila.

—Dios mío— susurré aterrada.

Si me había ido con un extraño, estaba muerta. Yo no era así, jamás me iría con alguien, pero al parecer así lo hice.
Arrojé la cobija de lado temiendo lo peor, pero mi ropa estaba en su lugar, a excepción de mi chaqueta y mis zapatos. Vi que mi bolso estaba sobre la mesa de noche, así que por lo menos no me habían robado.

Armada de valor me puse de pie para terminar con la duda de una buena vez. Con la jaqueca y un leve mareo azotandome sin piedad.

No volvería a beber en años.

Arrastré mis pies hasta donde había escuchado el ruido, colocando mi oreja lo más cercano posible a la puerta, pero, no se apreciaba ya nada. Maldije en mi mente, tomando la perilla con decisión, abrí y miré.

Era un baño.

El sonido del agua llamó mi atención, había un hombre en la tina de mármol, se dio la vuelta sorprendido, casi asustado, mirándome después expectante, con los mechones pegados a su frente.  Y yo me quedé allí con la boca abierta.

Era David.

Con el torso desnudo dejando apreciar su color pálido, y ese cabello cortado rubio de destellos rojos.
Me quedé allí sin saber qué hacer, hasta que recordé —casi— lo ocurrido en la noche.

Abrí mis ojos como plato, al darme cuenta que seguía allí mirándole.

—Perdón, perdón— dije a gritos cerrando de un portazo, con el rostro tornándose de rojo rápidamente

Tomé mi bolso y salí disparada de la habitación, llevándome la mano a mi boca, obligándome a hacer memoria.

Salimos juntos del bar, olvidé mis llaves, me quedé dormida en su auto, luego apenas me llegaban fragmentos de una escalera, y volví a dormirme.
Si eso era todo, dormí como bebé en casa ajena. ¡Que desastre!. Y lo peor había sido mi imprudencia. Lo había visto en la bañera, por Dios.

Miré el pasillo indecisa en buscar la puerta e irme o esperar, ya no deseaba ser mal educada. Caminar por ahí sería inadecuado. Además ¿si tenía algún cachorro nervioso?, lo último que quería era una mordida de perro.

As The World Falls Down Donde viven las historias. Descúbrelo ahora