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Localizo las llaves de mi coche. No me apetece caminar hasta allá. Salgo de la mansión encaminándome al estacionamiento, hay más de una docena de autos, algunos deportivos (obviamente de Jules), camionetas de seguridad y autos pequeños. Escojo rápidamente el Toyota negro. Me sitúo en el puesto de piloto con rapidez. Me coloco el cinturón de seguridad. Enciendo el auto y lo coloco en marcha. Le indico con señas a los de seguridad del portón principal para que lo abran. Noto por el espejo retrovisor como dos camionetas más me siguen a una distancia prudente. Suelto un suspiro y sigo manejando por la tensa noche. Las luces de los faros, más las luces del auto me acompañan en la oscuridad. Hay algunos autos en la carretera. La matutinita de la ciudad a esta hora es pocamente escaza. Visualizo los grandes árboles del parque. Muerdo los labios y me dirijo al estacionamiento. Quince autos están aparcados. Y más de veinte individuos se desplazan deliberadamente por el sitio.

Cuando llego estaciono persuasivo. Recorro los últimos metros a pie. Me estanco al distinguir la silueta de mi mejor amigo fumando un cigarro. Distingo su modo de evacuar el humo. Al notar mi presencia dedica una de sus grandes sonrisas. Acelero el paso en su dirección; lanza el cigarro a los pies y lo pisa. Abre sus brazos para recibirme. No lo pienso dos veces y me tiro encima. Sus fuertes brazos me reciben gustoso con un ruidoso beso en el cabello.

—¡Pequeñajo! —Masculla exaltado cuando caemos al suelo—. ¡Sí que te extrañaba!

Sonrió mostrando mis dientes.

—También te extrañé, grandote.

Un carraspeo nos hace voltear. Me levanto enseguida cuando vislumbro a Sandra con Iggor. EL can se lanza encima de mi amigo que aún permanece en el suelo.

—Hola Sandra —se acerca y me abraza.

—¡Joseph! —chilla contenta—. ¿Quién es ese galán? —susurra en mi oído, mientras observa desde mi cuello a mi amigo.

—Es Tayron —desenvuelvo el abrazo para ver sus ojos—. Mi mejor amigo.

Lo estudia de pies a cabeza mientras me observa con los ojos entre cerrados hasta que asiente suave.

¡Guau! El contacto visual entre estos dos me flipan de velitas.

Tayron es un chico muy guapo, masculino y siempre (sin querer): llama la atención de las personas por su beldad sensual. Lo apode: «solo-piensa-con-la-cabeza-de-abajo» por el simple hecho que pierde sus estribos cuando observa un buen monumento de mujer. Le encanta las mujeres extravagantes. Cita que para algo sus ojos observan y que si Dios le dio manos no era quien para poder usarlas de mejor manera. Es un picarón y bastante juguetón. Hubo una vez que estaba cortejando a una hija de un narco. Y aun así se la tiro sin importarle quien es el padre. Le había reñido que tuviera cuidado con ese tipo de gente. Alego, que se iba a follar era a la chica no al padre.

Suspiro risueño. Llevo una mano al cuello descubierto. Me encamino a una banca cercana. La misma banca en la que me siento desde hace veinte años. Es sorprendente como este lugar sosiega prontamente psiquis y mi sistema endocrino. El panorama magníficamente hermoso. El viento se enredaba con las hebras de mi cabello. Mis pómulos están ruborizados. Y mi garganta pica. A esta hora de la noche, el parque refleja grandes luces de distintos colores, hay vendedores ambulantes y niños paseando en patinetas o patines, algunos se fotografían y otros tantos se indemnizan de serenidad. Es lo que nos brinda este sitio: paz y tranquilidad.

El curioso embarazo de Joseph ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora