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Poco antes de que los niños terminarán su comida, entre risas, juegos y a veces dándose de comer entre si, Sally llamo su atención, su mente repitiendole que tenía que buscar la manera de sacar a Harry de con sus tíos.

—Ahora, como ya han comido, espero su completa atención—dijo, ambos niños la miraron en silencio esperando—. Vamos a ir al Callejón Diagon, Harry tendrás que cubrir la cicatriz en tu frente y Percy no quiero que te alejes de él, pase lo que pase, necesito que se mantengan cerca. Iremos a Gringotts para cambiar el dinero y después por el baúl, luego ya veremos. ¿De acuerdo?—cuando vio que ambos asintieron llamo la atención del chico que los había atendido y pidió la cuenta.

Los pequeños pelinegros se apresuraron a terminar lo poco que quedaba en sus platos, cuando lo hicieron la mujer se levantó y ellos la siguieron, vieron como pago para después salir, ambos notaron como Sally caminaba por las calles de manera instintiva como ellos por su mundo cuando jugaban a esconderse, casi siendo llamados por el otro.

Pasaron ante librerías y tiendas de música, ante hamburgueserías y cines, pero en ningún lado parecía que vendieran varitas mágicas. Era una calle normal, llena de gente normal. ¿Había allí realmente tiendas que vendían libros de hechizos y escobas? ¿No sería una broma pesada preparada por los Dursley? Tal vez incluso su paraíso era parte de esto. Si Harry no hubiera sabido que los Dursley carecían de sentido del humor, podría haberlo pensado. Pero Sally lo había dicho con tanta firmeza que no podía dudar y siempre que Percy estuviera a su lado él confiaría.

—Es aquí —dijo Sally deteniéndose—. El Caldero Chorreante. Es un lugar famoso, al menos entre los magos.

Era un bar diminuto y de aspecto mugriento. Si Sally no lo hubiera señalado, ninguno de los dos lo habría visto. La gente, que pasaba apresurada, ni lo miraba. Sus ojos iban de la gran librería, a un lado, a la tienda de música, al otro, como si no pudieran ver el Caldero Chorreante. En realidad, los niños tuvieron la extraña sensación de que sólo ellos y Sally lo veían. Antes de que pudieran decirlo, la mujer los hizo entrar. Percy miro una vez más a Harry alisando su cabello para tapar la cicatriz y dar una caricia a su mejilla a la cual el más joven se inclinó, Percy retiro su mano y siguieron a la mujer dentro del local. Para ser un lugar famoso, estaba muy oscuro, destartalado y había un ligero olor a humedad. Unas ancianas estaban sentadas en un rincón, tomando copitas de jerez. Una de ellas fumaba una larga pipa. Un hombre pequeño que llevaba un sombrero de copa hablaba con el viejo cantinero, que era completamente calvo y parecía una nuez blanda. El suave murmullo de las charlas se detuvo cuando ellos entraron, pero cuando vieron su ropa regresaron a sus actividades, ignorando su presencia nuevamente.

—Tenemos que irnos. Hay mucho que comprar. Vamos, niños.— Sally los llevó a través del bar hasta un pequeño patio cerrado, donde no había más que un cubo de basura y hierbajos, ella los miró sonriente, sacando de su bolsa un pedazo de pergamino.—Tres arriba... dos horizontales... —murmuraba—. Correcto. Retrocedan, por favor.—dijo mientras dirigía su poca magia a uno de sus dedos, como antes con su voz, y dio tres golpes a la pared.El ladrillo que había tocado se estremeció, se retorció y en el medio apareció un pequeño agujero, que se hizo cada vez más ancho. Un segundo más tarde estaban contemplando un pasaje abovedado gigantesco, un paso que llevaba a una calle con adoquines, que serpenteaba hasta quedar fuera de la vista.

—Bienvenidos —dijo la pelinegra— al callejón Diagon—ella sonrió viendo como los ojos de ambos niños se iluminaban por la emoción y la curiosidad, hizo un movimiento con su cabeza para que los niños la siguieran nuevamente. Entraron en el pasaje y miraron por sobre su hombro viendo como la entrada se cerraba y regresaba a ser una pared de ladrillos nuevamente.

El sol brillaba iluminando numerosos calderos, en la puerta de la tienda más cercana. «Calderos - Todos los Tamaños - Latón, Cobre, Peltre, Plata - Automáticos - Plegables», decía un rótulo que colgaba sobre ellos. Ambos estaban seguros que era por ser de blanco sobre negro.

Selcouth -Harcy-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora