Capítulo VIII

1.9K 461 157
                                    

Puso un pie dentro del espejo y caminó a paso lento dentro de éste. Volteó, y observó a (Tn) muy cómoda leyendo unas revistas que Brûlée le había llevado el día anterior.

Llevaba algunas semanas dejándola vagar por la casa, mientras que él se iba a comprar ya fuese el desayuno, el almuerzo, o la cena, a su restaurante favorito.

Debía admitirlo: comenzaba a confiar en ella, aunque los primeros días no era así del todo y la vigilaba a través de un pequeño espejo de mano que conectaba con todos los espejos de su casa.

Pese a las sonrisas y juegos compartidos que hubieron de terminar a causa de un rugido de tripas hacía unos instantes, permitió que su tranquilidad se esfumara y se dejó dominar por la amargura.

Estaba allí, parado, sintiéndose como un verdadero idiota al darse cuenta de que hizo lo que se dijo que nunca haría cuando decidió mantenerla oculta en su casa. ¿Cuándo fue que se permitió fraternizar con ella? Ah, sí, desde aquella ocasión cuando la lastimó después de la ducha que tomaron en el cuarto de baño.

—Debo dejarla ir —dijo para sí mismo.

Si bien era cierto, Katakuri tuvo contratiempos en los meses pasados para lograr organizar un viaje en cuya ruta pudiera estar cerca de Puerto Escondido, además de las misiones que su madre le encomendaba y el viaje que tuvo que hacer, pero ya no podía seguir mintiéndose a sí mismo y se dijo, que si hubiese querido dejarla ir, lo hubiese hecho hacía mucho.

Ya no tenía el valor de seguir repitiéndose que si aún la mantenía en su casa, era por todos esos obstáculos que le surgían cuando tenía la intención de sacarla de la isla porque en realidad, esa «intención» nunca existió.

Se preguntaba qué haría ahora que ya se había acostumbrado a su presencia y que, aquello que creía sentir hubo de crecer a tal punto, que se planteaba pedirle quedarse a su lado como su subordinada, porque era lo único que podía ofrecerle y... Negó con la cabeza. Se riñó por lo que estaba meditando. Una mujer libre como ella, jamás aceptaría tremenda idiotez. O eso pensaba él.

Se fue con destino al restaurante y se propuso ya no darle más vueltas al asunto. La dejaría en libertad, o eso trataría de hacer en su siguiente viaje que estaba bastante próximo.

***

—¿Por qué saliste del la habitación? —le preguntó Katakuri a (Tn) al verla asomándose a la sala de estar donde él se encontraba leyendo el periódico. Estaba a punto de irse a merendar—. Te dije que no podías salir a estas horas.

(Tn) suspiró.

—Es que estoy harta de estar encerrada —explicó un poco desconcertada al notarlo tan serio.

Ese hombre la confundía. A veces amanecía luciendo muy tranquilo y comportándose un poco amable, y en otras ocasiones —como en ése día—, era todo un gruñón malhumorado.

Al notar el descontento en el otro, decidió dejar las cosas por la paz y regresó a la habitación. Estuvo mirando al techo por largo rato. A falta de quehaceres y de alguna distracción, se dispuso a dormir puesto que el aburrimiento la estaba matando.

Ya estaba en una posición muy cómoda abrazando la almohada, cuando sintió ganas de ir por un vaso con leche. Debatía entre ir o quedarse en cama, pero el deseo la venció y se levantó para de nuevo ir a la cocina.

Cuando llegó, Katakuri ya no estaba en el salón de estar.

Bueno, iría a la biblioteca y buscaría un enorme libro a su alcance para distraerse con algo de lectura.

Yendo por el pasillo, giró a la derecha y se encontró con la puerta de la oficina. Entró a curiosear, y deslizó los dedos por la orilla del enorme y elegante escritorio de madera de color negro. Casi podía imaginarse a Katakuri del otro lado sentado en su sillón, trabajando en algo que requiriese de toda su concentración.

ESTOCOLMO  ━━ [Finalizado] 《28》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora