Cuatro.

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Sacudió el tejido que lo cubría a un lado y se sentó. No había podido dormir. Aquel cabello rojizo no había dejado de hacer su aparición.  Creando más preguntas en su cabeza.

En los meses que había servido al príncipe, le había hecho varias preguntas, mas no recordaba que él le hubiera mencionado a una persona de cabello rojizo. 

—¿Estás bien?—cuestionó el príncipe con una sonrisa, recargándose en la barandilla de madera del balcón.

No lograba percibir ningún recuerdo con nitidez. Nada cobraba verdadero sentido.

—¿Has recordado algo?

Negó. Ningún recuerdo afloraba en su cabeza. Lo único que obtenía era dolor cuando escrutaba demasiado. 

—Oye, tranquilo, Ikki —depositó una mano sobre el hombre del joven desconcertado —Si no recuerdas nada es porque no tiene sentido recordarlo. Uno nunca olvida lo importante. 

Ikki era el nombre que el príncipe le pusiera al no recordar el suyo. ¿Por qué siquiera lograba recordar eso?

—Me iré. Necesito estar solo —esas fueron las palabras que salieron de su boca. Siquiera lo pensó. 

—¿En serio? ¿Para ir a dónde? Ikki, no puedes deambular por ahí sin tener siquiera un techo donde resguardarte del frío —rio —Puedes hurgar en tu cabeza en donde quiera que estés —señaló —Aquí dispones de cama, comida. ¿Qué pretendes hacer si te vas?

Cans regresó al interior de su habitación e hizo un gesto dirigido a su sirvienta, demandando que le sirviera el agrio licor.

Ikki regresó tras él, trayendo consigo aquellos ojos azules cargados de la angustia de la carencia de sus memorias. 

—No te martirices —indicó que se sentara en el cojín a su lado. Mojó sus labios con el licor transparente —Tengo por seguro que tu anterior vida no merece ser recordada.

El guerrero padeció de un etéreo silencio, perdido en la imagen que se reflejaba en el líquido que le había servido la sirvienta en una taza casi plana. La imagen de un hombre que no conocía.  Se sentía preso en un cuerpo que no era el suyo. Apenas tenía presente la esencia de la batalla en sus carnes, la presencia de muchas cicatrices.

Aún después de tantas advertencias, de tantas verdades dichas por el hombre al que servía, Ikki terminó abandonando el palacio. Aquel fue el principio de un sinfín de preguntas sin respuestas. Nadie le ubicaba. Todos desconocían haberle visto alguna vez en su vida. Lo que recalcaba las palabras de Cans. Él en verdad había sido un ladrón vulgar, con una increíble fuerza, pero que al final había caído como el humano que era y por ello había terminado entre rejas, lugar donde debió haber estado hasta el final de sus días.  Quizás sí debería de estar agradecido con la ausencia de sus recuerdos. 

En sus pasos se produjeron muchos frenos. Giró varias veces sobre sus talones en dirección a palacio.  Preguntándose si no debía regresar.  Si volver a su antigua vida era lo correcto.  No veía sentido a hallar otro trabajo disponiendo de una digna posición al lado del príncipe.  No podía desperdiciar la gran segunda oportunidad que le había otorgado la vida.

Hubo muchas dudas, pero al final siempre emprendía un camino contrario. Con el tiempo ya no se dignó a preguntar. Una parte de él había aceptado aquel nombre. Era Ikki, el guardaespaldas del príncipe.  Era todo cuánto sabía de él. 

—¡Ladrón!

Un joven, cuyas ropas eran deplorables, apenas arrapos mugrientos, salió de una tienda corriendo, cargando entre sus manos una pequeña bolsa de tela. Estaba terriblemente delgado, ya en los huesos y apenas podía huir de sus seguidores.

Akatsuki no Yona ~ El color de un recuerdoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora