Ocho.

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—¡Koji!

Chiasa descargó su furia en la oreja del muchacho.  Se la prensó como si fuera de papel. El muchacho chilló.

—¡Chiasa, me haces daño! —gritó el chico, al borde de las lágrimas. 

Ella podía verse como una chica inofensiva, pero la fuerza que tenía su oreja la reconocía como sobrehumana.

—¡Esa es mi intención!

Koji se apresuró a acunar su oreja cuando Chiasa decidió que había sido suficiente. Estaba tan roja que parecía que iba a explotar. Ardía tanto como si hubieran sido llamas las que le habían hecho padecer dolor.

—¡¿Y por qué solo me lastimas a mí?! ¡Ikki también está metido en el mismo saco! —señaló él con dos gruesas lágrimas colgando de sus ojos.

Ikki cruzó los brazos y comenzó a silbar.  Estaba tratando de hacerle cargar a él con todo el bulto.

—¡Eres tú el genio de las ideas! —le culpó Chiasa, posando duramente las manos sobre sus caderas. Su frente estaba venosa. Daba miedo.

—Bueno... —no fue capaz de desmentir semejante acusación.  Si es que tenía razón... —Pero Ikki accedió sin siquiera titubear —soltó entre sus mejillas hinchadas, sobándose su ardiente oreja. 

La rubia posó su dura mirada en el guerrero.

—Ikki, deberías haberte negado.

Ikki giró ligeramente el rostro y exhibió una sonrisa traviesa. No tenía remedio. Eran dos críos incontrolables.  Chiasa a veces se sentía madre de dos niños que nunca había parido.

—Chiasa, no tienes que preocuparte por nosotros. Hemos hecho esto miles de veces. Es pan comido.

Koji se encogió al recibir de nuevo aquella peliaguda mirada verde calcinado su ser.

—¡Ahora no hay necesidad de robar! ¡Todavía tenemos mucho material que vender! —dobló ligeramente la espalda, viéndose todavía más amenazante.

—Pero si queremos ayudar a más personas necesitamos más material que vender —le recordó él. De repente había dejado de parecer un joven rebelde, convirtiéndose ese rasgo en madurez. 

Lo sabía.  Por supuesto que lo sabía, pero, es que no podía evitarlo.  Siempre que los chicos decidían aventurarse a un nuevo robo su corazón sufría.  La idea de que les ocurriera algo la escandalizada. 

—Ya lo sé —trató de hablar con rigidez, mas un hilo de lágrimas se precipitó por su rostro.

Se llevó las manos al rostro, en un intento por esconder su debilidad. No quería llorar. Deseaba dejar de verse como la chica débil que necesitaba la protección de un hombre fuerte. Ella también deseaba hacerse con un arma y desgarrar a todo aquel que deseara hacerle daño a los suyos. Reconocía la fuerza de Ikki, pero no podía obviar el hecho de que era humano. No estaba ausente del daño, de la muerte...

Abrió los ojos al sentir una calidez envolviendola. Entre los brazos de Koji, Chiasa se sintió más pequeña de lo que en verdad era. Apretó los párpados, sintiendo sus húmedas pestañas y se aferró al cuerpo de su amigo.

—No se les ocurra dejarme sola.

—Nunca lo haríamos. Jamás te dejaría sola, Chiasa —escuchar el suave llanto de la chica lograba un escozor en su pecho.

Sus manos temblaban alrededor del cuerpo de la muchacha. Aunque su rostro oscilaba valentía, la presencia del miedo vivía en él, como en todo ser humano cuerdo. Por supuesto que temía, pero su afán de ayudar a los desfavorecidos le empujaba a seguir adelante con aquellas aventuras.

Akatsuki no Yona ~ El color de un recuerdoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora