Tres.

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—¡Qué fácil!

Su grito resonó por las paredes del lugar, acompañado de su estruendosa carcajada.

—Y pensar que no fui yo el que dijo que no debíamos ser ruidosos.

El joven que le acompañaba rodó los ojos, mientras apretaba la cuerda que amarraba el saco.

—Bueno —el muchacho más joven, de cabellos ocre, tiró una bolsa sobre uno de sus hombros, provocando un sonoro sonido metálico que se expandió por el lugar —Si nos pillan, siempre puedes aplicar tu fuerza.

Ajustó la tela que cubría su rostro, dejando apenas al asecho una tempestuosa azulina mirada. El tejido negro se arrugó en sus labios, ciñiéndose a su sonrisa. No podía negarlo, la sensación que le provocaba aquella situación le agradaba.

—No hay vez en la que no te tenga que salvar el trasero —él era más alto que el muchacho insconciente que le acompañaba y también era más imperiosa su constitución. A su lado, el otro se veía como un canijo.

—Pues... —murmuró el otro, asomándose por la puerta, buscando signos de algún soldado o servidumbre —Parece que hoy no tendrás que lanzar a nadie por los cielos.

Fue cuando sacó la cabeza por segunda vez, que unos ojos castaños le ubicaron en la lejanía y un gritó procedió de inmediato:

—¡Ladrón!

—Cielos —masculló el chico, divertido,  arrancando a correr por el pasillo contrario, provocando un escándalo conforme seguía avanzando a causa de los metales que transportaban.

Pronto los evidentes pasos de los soldados, acompañados del blandir de sus espadas y sus gritos de advertencia fueron evidentes para los dos ladrones. 

—¡Koji!

Sin anunciarle el motivo le lanzó la pesada bolsa que cargaba sobre su hombro, la que fue recibida a la perfección.  Su sonrisa de niño se avistó en la tela castaña que cubría su rostro. 

—Te lo encargo, hermano Ikki —tras un asentimiento, el joven se marchó casi sin poder cargar las dos bolsas, torciendo las piernas de un modo que parecía que se le fueran a romper. 

En ese lapso de tiempo, el guerrero de ojos azules se deparó con la aparición de tres soldados con sus respectivas espadas, apuntándole.

—Bien, ¿quién será el primero?

—¡Atrápenlo! —gritó el más viejo de los guardias, uno con un bigote ridículo e imperfecto que necesitaba de más vello.

—¿Tres contra uno? ¿Estáis de acuerdo con eso? —Ikki esquivó el ataque de uno y arremetió contra otro, lanzando al tercero de una patada en el estómago —¡Sólo espero que logren divertirme! —soltó con burla, encendiendo el ánimo en el rostro de sus atacantes.

—¡Maldito ladrón! —gritó el chico más joven, que ante sus ojos parecía que apenas podía soportar el peso del arma, lanzándose contra él con verdadera determinación. 

—No —Ikki detuvo el peso del arma con su mano, provocando que un pequeño chorro de sangre enamara. Su mirada atravesaba la del rival como un animal, un lobo salvaje que vagaba por las frías montañas —Jamás debes lanzarte a tu enemigo conllevado por la ira. 

Tras esa sugerencia, empujó al chaval de una patada, provocándole un traspié que habría logrado controlar si Ikki no hubiera decidido incrustarle un puño en su cara. El chico se estrelló contra una de las paredes de la mansión. 

Ikki recayó sus esperanzas de más diversión en aquel último hombre, que lucía más experiente que sus dos jóvenes compañeros, pero que por el bigote uniforme era difícil tomarse en serio.

Akatsuki no Yona ~ El color de un recuerdoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora