—Rayos.
Koji alzó el rostro y apretó los ojos, cegado por los ferozes rayos del sol. Sentía líneas de sudor recorriendo su piel, ciñiéndose a su vestuario. Apoyó el codo en la punta de la herramienta de agricultura y deslizó la manga de su camisa de algodón por su cara, librándose del cúmulo de sudor.
Por lo contrario, Ikki continuaba con la labor, al parecer nada afectado. Como si aquel fuera un trabajo de niños. Su cuerpo expuesto al sol, suavemente bronceado, cargaba con una capa de sudor que resplandecía.
—Esto es un asco —refunfuñó, agarrándose al palo como si lo abrazara.
—¿Ya estás cansado, señorita? —Ikki se paró sobre su metro ochenta y su cuerpo cargado de masa muscular.
Koji soltó un bufido cargado de envidia. Él en comparación no era más que un enclenque que ya tenía suficiente con caminar. No estaba hecho para arar la tierra. Nunca podría tener un cuerpo como el del guerrero y mucho menos disponer de semejante destreza.
—¡No soy ninguna señorita! —le lanzó un puñado de tierra que explotó contra el pecho tonificado del joven —¡Cúbrete antes de que aparezca Chiasa y le dé un infarto!
—¿Qué pasa conmigo?
Tal y como si la hubiera invocado, Chiasa surgió de entre la sombra de los árboles, cargando una gran cesta con las ropas que recién acababa de lavar en el río.
Koji apretó los labios, rabioso y esquivó la mirada curiosa de su amiga. No quería decirlo. No quería que el mencionarlo hiciera que ella se fijara en el guerrero.
—¿Ya estabas cansado? ¿Es eso? —le pinchó en el antebrazo con el índice, sonriendo con burla —Quizás debería ser yo la que se quedara a trabajar con Ikki aquí, mientras tú te vas a lavar la ropa al río.
—Quizás tengas razón.
Un gusto agrio se coló en la boca de Chiasa cuando vio a Koji dejando caer la pala y dándole la espalda, alejándose cabizbajo. Su corazón martilló su pecho, el que apretó con la mano.
—Oye, Koji, apenas estaba bromeando —dijo con verdadero arrepentimiento, hesitante en si acercarse o no.
Koji se detuvo y mostró una pequeña sonrisa por encima del hombro.
—Tranquila, lo sé. Apenas iré a lavarme la cara.
En aquella ocasión no logró ocultar la tristeza que cargaba, la frustración de ser un abnegado. No podría proteger a Chiasa, eso era un hecho. Si no fuera por Ikki seguramente ya habría muerto tras las rejas, dejando a Chiasa en la soledad, obligándola quizás a regresar a su antigua morada, justificándose que había sido raptada, pero que en un descuido por parte de su raptor había logrado escapar.
Se acercó a la tranquila orilla del río y se sentó junto a ella. Observó el recorrido del agua, donde pequeños peces aparecían de vez en cuando, nadando entre las grandes piedras. Apretó los hombros, víctima de un temblor que de repente azotó su corazón. Sentía la presencia de las lágrimas en sus ojos, razón que le frustraba más. Necesitaba de fuerza, de habilidad, todo para proteger a aquella chica que había jurado proteger aun cuando era un enano incapaz de protegerse a sí mismo.
—Maldición —masculló, ocultando la cabeza entre las piernas.
Día tras día había practicado tal y como le enseñaran en palacio. Había blandido veces sinfín la espada. Había entrenado hasta caer de rodillas sobre la tierra húmeda por el excesivo sudor que desprendiera de él, pero seguía siendo insuficiente. No lograba ser más fuerte. Su cuerpo era débil. No correspondía a los campos de batalla.
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Akatsuki no Yona ~ El color de un recuerdo
FanfictionAhora, Yona se halla donde se inició su aventura, en su antiguo hogar. Ahora gobernado por el que un día creyó ser el amor de su vida. Entonces, una guerra se presenta, amenazando la estabilidad del reino que tanto desea proteger. Se alzan las arm...