Diecinueve.

240 22 3
                                    

Cans, el príncipe, se veía más entusiasmado desde que Hak había regresado y ocupado el puesto de guardaespaldas de forma definitiva.  Ahora el príncipe tenía a un digno rival y cada rato libre lo ocupaba batallando con su guardaespaldas.

—Ikki, ¿ya estás de nuevo en las musarañas? —Cans soltó un suspiro cargado de fastidio y guardó la espada en la vaina.

—Lo lamento, señor.

No era capaz de mantenerse atento a la batalla. La carencia de visiones le desconcertaba. Hacía que pensara con más frecuencia. Su mano estaba temblando, temiendo la posibilidad de nunca recordar nada. Que su destino realmente fuera el de permanecer allí, como el guardaespaldas que no aguardaba otro futuro salvo el de proteger a Cans.

—¿Has recordado algo?

Hak ubicó al príncipe, hallando una esencia negra cubriendo su rostro y sus ojos fijos como cuchillos sobre su persona.

—No —negó, guardando la espada. Hak podía ocultar a la perfección su estado ausente cuando se lo proponía realmente. 

Había más movimiento últimamente en palacio. Los soldados tenían entrenamientos más arduos, los sirvientes se movían de un lado para otro, cargando grandes cajas y cestas abarrotadas de fruta y otros alimentos. Y Cans tenía menos tiempo libre.

—Señor.

Hak observó el punto en el mapa que un hombre señalaba para que Cans se fijara. 

Estaban en una amplia sala, todos con un aire serio, observando el mapa de otro país, uno que planeaban atacar.

De vez en cuando sonreían con gozo, satisfechos de la victoria que todavía no habían obtenido, pero la que tenían por seguro que iban a obtener.

Hak no abría la boca, apenas observaba el mapa, prestando atención a todo lo que decían los varios hombres reunidos, principalmente a lo que saliera de la boca del príncipe Cans.

—¿Y qué me dice de los dragones?

Hak clavó sus ojos azules en el hombre que hiciera esa cuestión, sintiendo un estremecimiento a lo largo de su cuerpo.

—¿Hablas de los dragones de la leyenda? —se burló un hombre rechoncho, dejando la copa de la que acababa de beber un trago de vino.

—No son apenas una leyenda —habló sin tapujos y con la seriedad impecable en su rostro —Son reales. En la anterior batalla de hace años tuvimos ciertos problemas por ellos. 

—Es cierto —cualquier burla se borró de todo rostro cuando se hizo la voz del príncipe, el que esbozaba una peculiar sonrisa de diversión —Yo me crucé con ellos. Son realmente fascinantes.

Todos emudecieron de repente, incapaces de acreditar en semejante información, mostrándose serios.

Hak se mantenía en su postura, fingiendo normalidad, pero padeciendo aquel agudo dolor en el pecho.  ¿Acaso él tenía algo que ver con aquellos seres que mencionaban? ¿No se suponía que él era un vulgar ladrón? Estaban hablando de Kouka, una tierra allá del océano. No podía ser que él procediera de otra tierra.

—No os preocupéis —habló el príncipe con total calma, sonriendo —Son realmente poderosos, pero también son humanos. Pude apreciar el cansancio en sus rostros y la sangre brotando de sus carnes. No son indestructibles. Bueno, al menos no todos. Existe uno, que pese verse más débil que los demás, no muere aunque le atraviesen mil espadas.

Entonces se dio inicio a un plan de captura de los dragones, con el que todos tuvieron de acuerdo. 

—Serían un bien preciado para nuestro reino. Nos temerían —habló un hombre de larga barba negra, uniendo sus manos con gran satisfacción. 

Akatsuki no Yona ~ El color de un recuerdoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora