A day without Charlie

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Los grandes orbes del demonio ciervo comenzaban a abrirse con pesar, soltó un bostezo de cansancio y se talló los ojos con el dorso de su mano. Había tenido una noche muy agitada. Sonrió con perversión. Su mujer era una fiera. De apariencia dulce e instinto feroz. La noche anterior había sido salvaje. Y vaya que lo había disfrutado. Cada mordida, cada arañazo, cada gruñido. Giró su mirada hacia la izquierda en busca de aquella, la hermosa hembra que tenía por esposa y se sobresaltó al no ver rastro suyo por ningún lado. Se incorporó de la cama a gran velocidad y comenzó a buscarla con la mirada. Ya había pasado por suficientes malas experiencias como para soportar otra. Poco le faltaba para enloquecer, hasta que notó que había un pequeño papel sobre el estante que había junto al lado de su cama. Lo tomó entre sus temblorosas manos y lo abrió sin más.

"Antes de que enloquezcas, recuerda que como reina, tengo la obligación de visitar los círculos del infierno y cerciorarme de que estén llevando a cabo sus funciones, como es debido"

El demonio ciervo soltó un bufido y continuó con su lectura ajustando su monóculo para poder apreciarlo mejor.

"Regresaré antes del anochecer, hasta entonces...Charlotte Magne"

Alastor gruñó por lo bajo. En verdad deseaba ir por su amada esposa, pero no se podía dar el lujo de abandonar su puesto así como así. Ser rey llevaba una gran responsabilidad consigo y él había optado por tomarla sin más. No podía darle el gusto a Lucifer, de saber que no era apto para el trabajo. Soltó un suspiro de molestia e hizo pedazos el papel. Charlie lo enloquecía de una forma indescriptible e incomprensible. Tanto en el mejor, como en el peor de los sentidos. La habitación no era la misma sin su presencia. Perdía brillo. Pasó su mano por un área en su cuello. La marca territorial que su bella mujer le había hecho. El símbolo más claro de su unión. Sabía que Charlie debía cumplir con sus deberes, pero él era lo bastante egoísta como para molestarse por su ausencia. La necesitaba con él. En especial después de sus encuentros. Era cuando más la necesitaba y ella lo sabía. Charlie sabía que era vulnerable tras haberse entregado a ella y aún así lo había dejado. Estar sin la súcubo lo ponía mal. Chasqueó los dedos y sus vestiduras hicieron acto de presencia. Acomodó su corbata de moño a la par que suspiraba de mala gana. Su mujer siempre hacía esto. Siempre se daba el tiempo para acomodarle la corbata por las mañanas. Sus orejas comenzaban a bajarse, hasta que un chillido lo sacó abruptamente de sus pensamientos.

<<Diantres...>>—Maldijo para sus adentros. Giró sobre sus talones y se encontró al pequeño demonio ciervo sollozando y revolviéndose en la cuna. Definitivamente haberle pedido a su mujer que dejara los anticonceptivos no había sido la mejor de sus ideas. Y la prueba de ello lo miraba fijamente. Sin tener de otra, tomó al infante. El pequeño sollozaba y se revolvía en sus brazos. Alexander siempre quería estar con Charlie, todo el tiempo. Al menos en algo era parecido a su padre. Era una similitud que ambos compartían.

—Concuerdo, tu madre es una hembra despiadada...—Dijo, mientras salía de la habitación con el ceño fruncido y su sonrisa forzada para poder mantenerla.
Mataría a cualquiera que se atravesara en su camino. Siguió caminando hasta que llegó a las escaleras y comenzó a bajarlas. Tenía la mirada perdida, pero algo inusual en las paredes llamó su  atención. Marcas de pequeñas garras. Estaban por todas partes y las conocía a la perfección. Hacía esto desde que se le habían empezado a desarrollar.

<<Esta niña...>>—Gruñó y chasqueó los dedos, devolviendo todo a lo que era antes de que su hija arrasara con el papel tapiz de la pared. Al parecer ya estaba despierta, seguro con alguien haciéndole compañía. Al llegar abajo, confirmó sus sospechas, la pelirroja en efecto tenía compañía, aunque no era la que le hubiese gustado que tuviera.

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