Festival de máscaras

12 1 0
                                    

La can y el genio entraron por fin al puesto de mando. Se encontraron con un sereno líder sentado al lado del príncipe en el lado opuesto de la sala. Este estaba fumando algo parecido a lo que en este mundo se describiría como un puro largo. Parecidos a nosotros, fuertes de constitución algunos, otros escuálidos, otros altos y otros bajos. Con atuendos propios del post apocalyptic punk, parecían venir de los estercoleros intergalácticos. Carroñeros, ratas de la galaxia, mercenarios, secuestradores, piratas (para los más nobles). Eran un grupo de individuos codiciosos y egoístas que a duras penas mantenían la paz de su propia pobre sociedad.

- ¡Bienvenidos, bienvenidos! - habló aquel capitán de los mercenarios con el puro en la boca, como si nuestros personajes fueran invitados de honor a un baile (que baile seguro que habrá - bromea Narrador -) Así que, ¿habéis traído a nosotros aquellos objetos que saciarán nuestras exigencias? Y... ¿Venís en compañía de la soledad?, espero. - el líder se levantaba de su trono improvisado y los miraba levantando una ceja queriendo escrutar cada gesto de su cara, deseando infundir su aura en los pobres corazones recién llegados manteniendo un tono petulante y burlón - ¿Hermosa mi nueva nave verdad? - la voz tosca y áspera de ese megalómano sanguinario fue emitida por aquellos labios curtidos por el tiempo y las torturas del tiempo -

- Sí, como quieras - irrumpe Imizael - He traído al emisario Rultán Raham para que se realice el intercambio. - Rultán da un paso al frente mientras en su mente hacía acopio de todo el protocolo a seguir ante un escenario como este.

- Heme aquí, señor Akahata, con la moneda de cambio para salvar a nuestro príncipe. - Saca una diminuta cajita como de energía de la cual en el centro surtía un brillo tenue pero firme - El Lis de Sannih-Jámadran, el mayor tesoro de nuestro sistema.

Akahata da un pie adelante mostrando la tremenda avidez que tenía por sostener ese objeto entre sus manos pero traga saliva volviendo a su posición inicial.

- ¡Muy bien! Esto es sencillamente maravilloso - confiesa con tono jocoso - Dispongámonos a hacer el trueque. - Hace un sencillo gesto y el carcelero del príncipe lo acerca completamente encadenado y atado salvo por las piernas, como si fuera un preso del medievo - Acércate al mismo ritmo que se acerca el carcelero a ti, por favor ¡Y tú! - Señalando a Imizael - No te pediré que dejes el arma, ya es un poco tarde para eso, ¡pero tienes a cinco hombres apuntándote con sus fusiles blasters, así que no creas que puedes tan siquiera intentarlo! - Imizael levanta las manos echando un par de pasos hacia atrás en gesto de "nada que objetar".

Rultán haciendo caso se iba acercando poco a poco al carcelero hasta que llegan a estar a un brazo de distancia el uno del otro. Sin embargo, de golpe, ¡Rultán retrocede! Todo el mundo se pone en defensiva, Akahata gruñe, y el silencio se impone ante los chasquidos de la ropa y las armas, hasta que que el emisario sonríe y explica su actuación:

- Por desgracia, tenemos un requisito más. Nuestro príncipe por muy vital que sea para nuestro imperio sigue sin ser tanto como esta Joya Real y el legado de toda una cultura. Observad las paredes que os rodean. Y esto que tengo entre mis manos es más valioso que todas vuestras vidas juntas. Podríamos entregaros esto y después finalmente masacraros.

- O viceversa - sonríe Akahata saboreando cada sílaba.

- Eso lo dudo. A fin de cuentas, si nos matáis a nosotros tres seréis perseguidos durante toda vuestra existencia por nuestros sistemas y galaxias. No tendréis por dónde esconderos. Así que modifico el trato.

- ¡ESO NO ES LO QUE HABÍAMOS ACORDADO, MEQUETREFE!

- Tal vez. Mas, mi sabio Akahata, - con ironía burlona mas en voluntad de manipulación - sabe muy bien que no será capaz de engañarse a sí mismo creyendo que tiene cualquier opción a parte de la que os he expuesto, mi carroñero amigo - afirmaba un seguro y firme Rultán aprovechando su ventaja. - A fin de cuentas no se olvide de la estirpe de Imizael, si es que los genios no son suficientemente imponentes para usted. Una estirpe guerrera aclamada y admirada desde los confines del universo por sus habilidades para salir siempre victoriosos de sus batallas. No sé. Yo de ser vosotros, sinceramente, estaría aterrado ante semejante amenaza. - Rultán realiza gestos algo exagerados en comedia y petulancia.

- Grrrrr... ¡Entonces, maldito rufián, imagínome que queréis que abandonemos esta nave, ¿verdad?!

- Y que la dejéis intacta, sí - junta las palmas de sus manos inclinando su peso hacia la punta de los pies, balanceándose un poco en gesto afirmativo - Sin un ápice de destrozo. Es lo menos que se puede pedir por dos premios tan gigantescos como este maravilloso cristalito minúsculo e ínfimo, capaz de destruir un universo entero. Además de no tener tras vosotros un ejército unido de varios planetas persiguiéndoos hasta el final de vuestros días.

Crujiendo los dientes, con un gruñido digno de uno de nuestros grandes felinos. El pequeño dictador mercenario se sienta en su trono improvisado agarrando fuerte los reposabrazos dubitante en dejar salir su cólera o guardar la compostura. Sin embargo la razón acude a él, se serena un poco, y dice:

- ¡Muy bien, muy bien; todos ganamos a fin de cuentas! - sonríe volviendo a su careta de anfitrión orgulloso, de aquel que se aferra al poder de dominar el sino - Dejadme un instante para darles nuevas instrucciones a mis acólitos, como es de menester.

- Claro, como desee - se inclina Rultán en reverencia oriental cortés -

Pasan unos segundos, habla con ellos; algunas sonrisas, algunas muecas de ira. Logran entreverse sus gestos faciales al comunicarles el jefe la remodelación de los planes. Imizael sabía que esas sonrisas no podían ser buenas, pero se congratulaba con altivez de la ira de los que se enfadaban. El príncipe Seminul Al-Qadil VII deshecho en agotamiento y dolores, observaba con fiereza sutil. Con una canción en su interior que le susurraba la esencia de los Antiguos, lo que estaba acaeciendo más allá de su vista. Por una vez, por buena vez, había olvidado su cuna de seda. Y las llamas de su corazón se prendieron en su característico azul. Sabía que el jefe no iba a dar su brazo a torcer tan fácilmente. Sería una trampa, tarde o temprano habría alguna. Decidió que, una vez que el intercambio se llevara a cabo, alertaría a sus salvadores. Seminul, Seminul - a su agotada mente susurraban - recuerda, recuerda. Las luces y las sombras que ya pasarán y las formas de las cosas que ya pasaron. - Dubitativo, alegando delirios, reflexionó en el críptico mensaje. Una magia más allá de la que habían conocido se estaba originando. No eran las palabras ni su significado, sino la esencia de su sonido, el timbre y el tono, el aura... Insuflaron dichas palabras una determinación inefable en un demacrado príncipe, lejos de su tierra, lejos de su yo, y lejos de su fuerza. Se irguió aún con aquellas cadenas malditas y reclamó:

- ¿¡Podemos hacer el intercambio de una vez!? ¿¡U os queréis quedar sin nada con lo que negociar!? - Describió un gesto con su dedo insinuando locura sobre sí.

El silencio se interpuso. Todos se dieron vuelta para mirarle, el centro de atención, irradiaba un aura extraña. Como si se estuviera levantando del suelo un esqueleto ancestral.

- ¡Oh! ¡Por supuesto mi gran príncipe Seminul! - se mofó con una arrogante reverencia Akahata - Procedamos. Los dos a la vez y que el intercambio se haga con lentitud. Boromiz, tú pórtate bien. - disimuladamente indica con la mirada al resto de sus lacayos directrices ya conocidas. Disimulo insuficiente para la experta y aguda vista de Imizael.

Rultán se dispuso a dar el paso al frente y lo consumó. Otro paso consumado. Consumía su aliento la tensión de su ataque de valentía. Consumía la distancia entre él y el príncipe. Consumía el tiempo. ¿Qué consumía si no era su existencia? Con sumo cuidado, se dio la orden y ambos bandos tocaron sus manos. El tiempo se detuvo. Rultán entregaba la Flor de los Genios, un micro mega cosmos en una quasi microscópica piedra preciosa. Mientras el carcelero entregaba los grilletes con su mano izquierda, a la diestra del emisario.

Vacío, oscuridad y balasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora