Capítulo 18.

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En un lugar diferente a los nueve mundos había un camino eterno rodeado de flores altas de color morado y blancas, el cielo era completamente blanco y hacía algo de frío, pero no demasiado. Parecía un mundo desconocido, vacío de elfos, humanos o cualquier otro ser vivo que no fuese una planta, una linda flor o un árbol. Era un lugar para descansar de la realidad, para aislarse y dejar entrar la luz en el corazón.

Elentari no necesitó ver para reconocer el prado. Inhaló y contuvo la respiración unos segundos, inhalando el rico aroma a lavanda y se dejó envolver por las partículas de luces blancas que rodearon su cuerpo completo. Por fin sintió el alivio que tanto ansiaba después de la muerte de Eidar.

Solo las hijas de Máni tenían el permiso de acceder a ese prado, ese hermoso lugar perdido en alguna parte, imposible de encontrar por tu propia cuenta. El prado era tan grande que podían perderse durante semanas al intentar recorrerlo completo. 

Elentari sonrió de forma abierta, enseñando sus dientes, cuando una brisa más fuerte sacudió su cabello y el frío se intensificó. Oyó el suave sonido de algo bajando del cielo y supo quién era. Frente a ella apareció su fuente de poder, su padre adoptivo, su eterno amor paternal. 

El dios bajó flotando, muy lentamente, con sus brazos tapando su rostro, formando una X. Su cuerpo estaba perfectamente erguido, desnudo, y censurado por el propio brillo que encandilaba a cualquiera que lo vea. Máni, la luz de la noche, se personificó frente a su hija favorita.

—Buenos días, padre —saludó con voz suave e hizo una pequeña inclinación respetuosa.

Naturalmente Máni no tiene voz, se comunica a través de runas que aparecen en forma de destellos a su alrededor, girando sobre su cabeza, pero con Elentari se comunicaba con sonidos inentendibles que solo sus hijas podían comprender. El sonido de su voz era suave, como si hubiera mil voces susurrando al mismo tiempo, en diferentes idiomas.

—Te amo —dijo Elentari.

Máni le respondió de la misma forma y acercó su cuerpo a la princesa, siempre manteniendo su postura. Ella estiró su mano con cuidado y lo tocó, todo el frío que lo cubría se volvió un calor relajante. El dios emitió sonidos, las runas giraron a toda velocidad sobre su cabeza y explotaron, entregando más luz.

Ehiwaz, Sowelu, Tyr —pronunció el dios en voz muy suave—. Mi linda Luna, mi niña... necesitas sanar.

—Mi hijo murió por mi culpa, padre —murmuró con pena. Las cejas de Elentari se arquearon un poco al fruncir el ceño—. Si me hubiera movido Eidar estaría vivo y yo no necesitaría estar aquí.
Elentari dejó caer las manos a sus costados cuando sintió el calor protegiendo su cuerpo, Máni la abrazó con su luz. 

Berkana, mi Luna bella. Berkana —murmuró.

Elentari sintió algo en su pecho. Primero sintió alivio al tener a su amado 'padre' a su lado, pero después de oírlo pronunciar la runa ᛒ la invadió un repentino deseo por ser madre otra vez. Máni tenía el poder suficiente para reemplazar sus emociones negativas por otras positivas. Berkana es la runa para la fertilidad y la maternidad.

—Berkana —repitieron de nuevo, al mismo tiempo.

Mi bella Luna, mi luz embriagadora, al mundo trae una luz nueva. La felicidad abrazará tu corazón sin repetir errores. La luz vivirá contigo y cuando no estés permanecerá —dijo Máni entre tantas voces suaves—. Manos arriba, Luna mía.

Elentari obedeció como siempre y al levantar sus palmas, el dios hizo aparecer dos objetos livianos en sus manos. La princesa los tocó unos segundos, reconoció la textura de la madera y el relieve de una letra en cada objeto, runas Berkana e Inguz.

AL CAER LA LUNA #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora