Capítulo 25.

820 522 81
                                    

—¿Qué estás haciendo? —La voz de Surtur hizo que Darius abra los ojos asustado— Levántate ahora, Darius. Debemos regresar a casa y ver a tu madre.

   El rey mantuvo su mirada inexpresiva en el cuerpo de su hijo, prestó atención a los detalles: Darius se quedó inconsciente en el césped, en medio del bosque, y su única compañía entre tanta paz era Ansgar. El lobo se mantuvo alerta desde las sombras de los árboles y se acercó corriendo a Surtur.

    El príncipe se levantó con un cansancio excesivo y sacudió la cabeza antes de mirar a su padre. Los ojos de Darius eran de un intenso color dorado y sus cejas tenían un perfecto arco pronunciado. El rey dudó antes de pasar su mano por los cabellos negros y blancos de su hijo, y suspiró.

    —Cuando estemos en casa deberás limpiar este símbolo de tu cuello —murmuró Surtur, su tono sonó ronco y casi enojado—. No quiero volver a verte portando el Valknut en ninguna parte de tu cuerpo, Darius.

    Apartó la mano de su hijo antes de querer hundir las uñas en su garganta y retrocedió unos pasos para mantener una distancia prudente. Se cruzó de brazos para tener las manos escondidas y quietas, observó las sombras del bosque y luego tuvo una idea. Con su mano derecha acarició al lobo.

    —Ansgar, protege a tu reina —ordenó.

    La sombra del lobo se sacudió y corrió hacia las sombras antes de desaparecer. Darius quería alguna explicación por la actitud de su padre, hace tiempo que no lo veía y el elfo seguía siendo igual de distante que la última vez.

    —¿Papá? —preguntó con duda— ¿Qué sucede?

    —Hoy te enseñaré dos cosas, hijo mío —Surtur lo agarró de los hombros—. Primero, aprenderás a usar las sombras como portal y segundo, aprenderás a no darle segundas oportunidades a elfos como Ryndíh.

    —¿Qué hizo? —Darius apretó las manos en puños ante la posibilidad de que su madre estuviera en peligro y con su tío dando vueltas cerca— Dime qué hacer y lo haré.

    —Claro que lo harás, Darius. —Surtur miró la misma sombra en la que Ansgar desapareció— Ahora viajarás conmigo por los portales del Ginnungagap, pero no abras los ojos, no respires y no me sueltes. Pronto te enseñaré a controlar las sombras por tu cuenta, pero ahora solo obedece.

    El príncipe dejó escapar un gemido de sorpresa y miedo cuando su padre lo levantó en brazos como si fuese una princesa. Se sintió incómodo y algo humillado por la facilidad que tuvo Surtur para cargarlo a pesar de medir casi lo mismo. No pudo decir nada porque tuvo que fingir estar muerto una vez que tocaron las sombras.

    Quería ver cómo era el Ginnungagap, pero los sonidos que escuchó le causaron más terror del que pudo imaginar: gritos liberados desde el más profundo ser, el ruido de hogares siendo derribados, temblores en el suelo, pisadas de gigantes y gruñidos de animales; almas gimiendo por piedad, voces femeninas rogando no ser violadas y otras voces suplicando por no ser olvidados.

    ¿Cómo podía Surtur ser capaz de soportar tales horrores? Se aferró al cuello de su padre sin pensarlo y volvió a sentirse un niño pequeño con pesadillas, volvió a sentirse como un niño rechazado por otros de su edad por ser un oscuro. El dolor y la tristeza del Ginnungagap invadió el cuerpo de Darius.

    —Estoy aquí —susurró Surtur—. Estás conmigo, Darius, y estamos atravesando el Gran Vacío juntos.

    En algún punto los gritos se volvieron más fuertes e incontrolables, no había manera de ignorarlos y aunque se tapara los oídos todavía podía oírlos. El miedo de Darius hizo que Surtur se detuviera.

    El rey miró hacia los costados y agarró con más fuerza a su hijo cuando vio cuerpos desmembrados levantándose del suelo con intenciones de acercarse. No querían a Surtur, querían llevarse a Darius por sus pensamientos y su agitación. Su miedo los alimentaba.

    —Darius Surtursson. —El susurro de las almas hizo que el príncipe se sintiera tenso— ¡Perteneces a este mundo, Darius Surtursson! —gritaron con furia.

    El rey abrazó a su hijo con toda la fuerza posible mientras caía de rodillas en el suelo y escondió el rostro del príncipe en su cuello para que no pudiera ver todo lo demás. Surtur usó su mano izquierda para golpear el suelo polvoriento y gritó de forma gutural. Las sombras se sacudieron y las almas lloraron.

    Darius cerró los párpados con terror y no pudo ver cómo su padre le dio órdenes a las sombras de aquellas almas olvidadas para que los protegieran de los cadáveres de quienes tenían nombres y una historia. Escuchó una mezcla de sonidos indescriptibles hasta que solo quedó silencio. Varios segundos de silencio.

    —¡¿Qué le pasó?! —gritó una voz femenina conocida, Elentari.

    Abrió los ojos para encontrarse todavía en los brazos de su padre mientras salían de las sombras que estaban en un rincón del dormitorio de sus padres. Surtur lo apoyó en la cama y vio el pánico en el rostro de su madre. La reina, tan hermosa como siempre, acercó sus manos para acunar la cara cansada de su hijo. Ella no podía verlo, pero olía su pavor.

    —Ginnungagap —dijo Surtur. Rodeó la cama para acercarse a ella y abrazó su cintura con sutileza—. Está bien, el miedo se apoderó de él, pero no tiene heridas.

    El rey dejó a su esposa para pasarse las manos por el cabello y suspiró, sonrió apenas cuando vio al lobo saliendo debajo de la cama mientras movía su cola de un lado a otro y se subió para acostarse al lado de Darius. El príncipe estiró su mano para sentirlo, era una sensación extraña todavía.

    —¿Quién es la sombra? —preguntó Elentari con voz más calmada— Ha llegado aquí hace unos momentos y acorraló a Ryndíh hasta echarlo de la oficina. Me siguió hasta el dormitorio y como no parece ser hostil conmigo, lo he dejado.

    —Es el nuevo guardián que he creado para Darius y para ti. Sé que no te gusta sentirte protegida, pero se ha vuelto necesario. ¿Te incomoda su presencia? —contestó Surtur.

    —No, solo deberé acostumbrarme a sentir frío cada vez que él esté cerca. ¿Cómo se llama?

    —Ansgar. —Surtur suspiró—. Mi reina, dejemos descansar a Darius. Tengo asuntos importantes que hablar contigo.

    —¿Tiene que ver con mi pintura del Valknut? —preguntó Darius y se acarició el cuello donde el carbón había pintado su piel—. Debes decírmelo a mí también. ¡Soy el príncipe y el heredero! —añadió serio mientras se sentó en la cama y los miró.

    —¿Heredero? Ah, disculpe usted, Su Alteza —dijo con sarcasmo y cruzó los brazos—. Me pondré al día con mi reina primero, Darius, y luego te contaré a ti lo que tengas que saber. No exijas el saber cosas que no controlas aún.

    El príncipe suspiró cuando Surtur tiró despacio del brazo de su esposa y salieron del dormitorio. Darius volvió a acostarse en la cama de sus padres, sintió la suavidad del colchón y se durmió.

    Elentari abrazó el brazo derecho de su esposo cuando caminaron por los pasillos hasta dirigirse a la oficina, lo había extrañado mucho. Surtur cerró la puerta con llave y rodeó la cintura de Elentari con ambas manos, inclinó su cabeza hacia adelante para alcanzar sus labios y la besó con ternura.

    —¿Estás bien, mi reina? ¿Pasó algo mientras no estaba? —preguntó y bajó sus besos hasta el cuello sensible de Elentari.

    —Hice todo lo que me indicaste y no he tenido ningún problema hasta ahora —murmuró y apretó los hombros de Surtur—. Los dökkalfar parecen quererme, no hay desobediencia ni quejas. Salí algunas veces para pasear por Svartalfheim y conocer más el mundo, solo les hacía falta más cuidado y atención. Ayudé en algunas cosas con mi magia y me han sonreído.

     —¿Mis elfos te han sonreído? —preguntó Surtur con curiosidad y besó su mandíbula. Sus manos subieron hasta el cabello de Elentari— Eso es nuevo. Nunca sonrieron para nadie. Sabes cómo enamorar a los elfos.

    —Tal vez Ryndíh es el único problema. Ha estado conmigo la mayor parte del tiempo, incluso si le di órdenes a Malevjörn era Ryndíh quien obedeció e hizo todo —murmuró molesta.

    —¿Mi hermano estuvo mucho tiempo contigo, hm? —preguntó serio, antes de tirar su cabello hacia atrás.

    El gemido que soltó Elentari ante el placer masoquista de ser jalada así, hizo que Surtur olvide el motivo importante del que tenía que hablar: los dioses y su conversación con Caranthir. Intentó concentrarse, sus pensamientos le recordaron que tenían un asunto que tratar lo antes posible, pero el cuello delicado de Elentari, sus manos apoyándose en el pecho de Surtur y sus cejas ligeramente arqueadas... Lo excitaron, más de lo que quería.

    —¿Cuánto me extrañaste, mi reina?

    Su pregunta fue acompañada por una lamida de cuello y sonrió satisfecho cuando la respuesta de Elentari fue otro gemido, más dulce y alto. La empujó contra el escritorio para darle la satisfacción que ella se merecía. 

AL CAER LA LUNA #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora