Aquello que buscaba

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"Hallar, del latín -afllare- (aliento, dar el aliento): encontrar aquello que se busca"

Dios era una presencia curiosa. Creaba seres tan hermosos que eran arte entre las artes, y tan superiores que tenían la capacidad de amarse y admirarse los unos a los otros. Sin embargo, no eran perfectos. Tenían un alma tan frágil y moldeable, que podía transformarse tanto en las cosas más puras, como en las más malvadas. Esta fragilidad los hacia ser tan temerosos de sí mismos, de fallar y de decepcionar a su creador, que llegaban al grado de imponer reglas y límites para el uso de sus capacidades. Como la de amar, la de desear y la de poseer.

Ohm no lo entendía.

Una parte de él sabía que no estaba hecho para cuestionar las normas de aquellos iluminados que juraban ser enviados con la palabra de Dios para salvar sus almas del pecado, pero otra, simplemente no podía dejar de gozar ensuciarse en acciones tan bajas, como amar. Amarlo.

No sabía exactamente cuándo o cómo había caído enfermo por el hijo del rey, simplemente un día lo supo, que estaba enfermo de amor, de deseo y de posesión por alguien superior a él, por un desconocido y por un hombre. Alguien de su mismo sexo, alguien a quién los hombres, los iluminados y hasta, por palabra de los segundos, el mismo Dios le prohibía amar.

Recordaba como una noche, luego de regresar de un evento de caza con los hijos de los condes al que su padre le había forzado a asistir, había caminado por un sendero diferente al habitual para llegar a casa con el fin de tardarse lo más posible y no tener que mirar a la cara a su progenitor luego de hacerle matar y descuartizar animales exóticos como una muestra de falsa hombría.

Caminaba molesto, refunfuñando y maldiciendo al viento hasta que sus ojos habían caído en lo que al comienzo pensó era un ángel. Un muchacho de piel casi albina con la ayuda de los rayos lunares sobre él. Tenía el cabello obscuro y los ojos puros. Labios rosados y facciones suaves, tentadoras. Posaba una de sus manos cerca de su cabeza en una posición digna de la pintura más exquisita de cualquier museo en el mundo y sonreía. Dios como sonreía. La curva delicada, pero rebosante de energía sobre su rostro le dejó congelado el corazón, paralizado, hipnotizado.

El ángel estaba sentado siendo dibujado por otro individuo de facciones similares, pero bastante más humanas desde su punto de vista. Los dos reían en armonía. El dibujante le pedía poses extrañas al ángel y, haciendo pucheros, este aceptaba y se movía con gracia.

Ohm había creído que aquel dibujante debía haber sido bendecido y que él, lo estaba siendo también al serle permitido observar tan hermosa escena, pero Dios era tan curioso...

La primera vez que Ohm lo comprobó, fue en ese mismo momento, cuando de la nada escuchó a una mujer de edad avanzada llamar a los dos muchachos por el adjetivo de "príncipes". No había un ángel ni un pintor afortunado, había dos jóvenes enjaulados, dos jóvenes en entrenamiento para gobernarlo.

La segunda vez no fue de golpe, fue lenta, fue mil veces peor que la primera. Dios se había encargado de que, cada noche, cada día e incluso en cada suspiro, aquella escena apareciera en su cabeza. Como una obsesión secreta, como un veneno dentro de sus venas, de su corazón y de su cerebro que había sido inyectado de la nada y no podía controlar.

Era una tortura. El príncipe de aspecto celestial no salía de su cabeza. No le conocía más que de habladurías porque, al ser una posesión tan preciada para el rey, casi no le dejaban salir del castillo y lamentablemente, había escuchado también que no se relacionaba con las actividades de los hombres de su edad como la caza o la práctica de armas y, aunque la curiosidad y la incertidumbre por anhelar un poco más de él le mataban a cada segundo, agradecía no tener que verlo teñido en sangre y pólvora, porque un ser tan hermoso no podía verse manchado en sustancias tan bajas.

Sickness [OhmFluke]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora