Sickness [OhmFluke]

Sin suficiente miedo

"Atrevimiento, de las raíces latinas ad- (hacia), tribus (tribu), más el sufijo -miento (acción, resultado): acción de hacer algo sin miedo". 

El pueblo entero había reído esa mañana. El sol incluso parecía más brillante y del palacio, esa estructura congelada y reluciente, salían risillas cálidas y traviesas provenientes de los príncipes.

Un par de días habían pasado luego de todos los desafortunados sucesos en los que habían terminado heridos, no sólo física, sino que también emocionalmente, pero luego de horas enteras de dolor muscular, olor a ungüentos y comentarios estúpidos de sus padres, finalmente, estaban riendo.

En el cuarto del mayor, las carcajadas de ambos comenzaron a subir de nivel al ver la hoja de papel que su nana les había entregado en secreto luego de regresar de buscar ingredientes para el desayuno en la plaza.

Sobre el papel había un dibujo. Una caricatura en tinta negra bastante ridícula y vergonzosa del mismísimo virrey corriendo por la plaza central en ropa interior. Era el escándalo más divertido que había tenido el reino en años.

¿Cómo no reír, entonces? Y es que, resultaba, que esa misma mañana el padre de Earth había aparecido en la puerta del palacio solo con unos burdos y sosos calzoncillos largos cubriéndolo, dejando expuesta toda su arrugada y enorme de grasa panza cubierta de vellos blancos retorcidos y rasposos. Lo peor de todo, es que el pelo no sólo nacía ahí, sino que también se dejaba ver en su pecho y en sus axilas. Su piel lucía tan reseca como la de un cocodrilo y sus labios estaban casi morados por el frío de las horas frescas.

Las reinas habían dado el grito al cielo. Todos los guardias habían visto sus míseras carnes. Los príncipes, al escuchar el alboroto, se habían levantado para observar desde sus respectivas ventanas el espectáculo de un virrey despojado a nada corriendo por los jardines del palacio semidesnudo y descalzo soltando improperios. Con la cara roja en furia, saltando ridículamente cuando pequeñas piedras se enterraban en las plantas de sus gordos pies y exigiendo que se le sacaran los ojos a todos aquellos pueblerinos que habían tenido la fortuna de ver su indigna imagen.

La situación, descrita sin demora por el virrey apenas se hubo vestido y dirigido a la corte a levantar una denuncia, era que dos rebeldes encubiertos habían estado esperando deliberadamente a que saliera de "inspeccionar la normativa" de uno de los burdeles más visitados del pueblo para someterlo, alejarlo del pueblo un kilómetro por lo menos y despojarlo de todas sus pertenencias. No había sido un asalto cualquiera, se había quejado, los atacantes tenían más experiencia y maldad de la que aparentaban al obligarlo a desvestirse y descalzarse en cuestión de segundos a punta de escopeta. Un ladrón común jamás habría cargado un arma tan selecta y, para colmo, uno de ellos aún había tenido la osadía de señalarle con el arma los pies, pidiendo sin usar la voz que dejara sus costosos zapatos y caminara de regreso al palacio lastimándose los pies.

Con los primeros rayos del sol, a muchos de los hombres y mujeres trabajadores que salían a acomodar sus puestos en la explanada o abrir sus pequeños locales, les había tocado admirar la gloriosa imagen de uno de sus gobernantes corriendo por ahí con los calzones mojados. Porque claro, el par de hombres no estaba jugando, y cuando sintió el frío de la punta de la escopeta que uno de ellos le puso sobre el pene a modo de amenaza, sin querer había soltado un pequeño chorro de orina por el miedo a quedarse sin su preciado órgano.

Era humillante.

Los caricaturistas de los periódicos censurados, enojados con sus leyes, no habían perdido ni un segundo para aprovecharse de la situación y, para el medio día, ya había sobre cada muro visible del pueblo una caricatura suya con rasgos y títulos ridículos, como ese del que los príncipes se reían, en donde se podía ver al enorme virrey usando un pañal, un par de alitas de gallina en la espalda y un chorrito de líquido cayéndole por la pierna.