—Ohm Thitiwat, hijo mayor del honorable linaje militar de la familia Thitiwat, se le acusa de traición de estado, ataque a la estabilidad del gobierno, rebeldía familiar, delitos contra la moral, complicidad en agresión contra su alteza, la virreina y, además, se presentarán pruebas por pecados nefandos, específicamente, por sodomía.
Ohm quiso asentir. Gritar que aceptaba todo sin ver las pruebas, que era culpable y que se arrepentía, pero no pudo. Se quedó callado, estático como una estatua fría de mármol, vacío de valor y lleno de frustración, de impotencia y de temor.
¿Podía realmente admitir la culpa? El fuerte nudo en la garganta, las náuseas y el vértigo en su estómago le amenazaban. Era culpable, lo era, no podía negarlo, pero admitirlo, decir que, si había hecho todo lo que le imputaban y que, para colmo, se arrepentía, era aterrador. Aceptar los cargos era reconocer que era un criminal, que sus actos eran abominables y dignos de tortura. Que Dios estaba avergonzado, que Dios estaba enojado y decepcionado de él, de sus intentos de ser libre, de sus esfuerzos por ser diferente y de sus deseos de amar, pero, ¿no era ese mismo Dios estricto, él que había puesto esos sentimientos en él? ¿No era Dios él que le daba las fuerzas para correr? ¿La inteligencia para pensar? ¿La capacidad de amar para atarse con fervor a la persona amada? ¿No había sido ese Dios el verdadero culpable? ¿Él que ató su camino al del ángel del que estaba prensado? ¿Él que dirigió su camino hacia la ventana del príncipe? ¿Era entonces culpable de seguir sus deseos? ¿Estaba arrepentido? ¿Era realmente tan malo como para admitirlo frente a todos?
Vulnerable no era suficiente para describir cómo se sentía en medio de un círculo de leones hambrientos de carne y sangre entre los que se encontraban sus padres.
No esperaba las muestras de cariño que nunca le fueron dadas, pero si un poco de compasión, lástima o piedad por su propia sangre. Por las criaturas que cargaron en vientre, por los hijos que habían criado, por las personas con las que vivían, desayunaban, hablaban... mas no la había. Su padre, ese gran Hidalgo del que no quedaba nada después de gastarlo casi todo en mujeres, se notaba más preocupado por lo humillado que estaría su apellido al final del proceso y, su madre, por la segura paliza que le proporcionaría su padre por haberlos educado tan mal.
Las preocupaciones por el dinero y el bienestar propio ocupaban todo su corazón y se dio cuenta ahí, con su hermana vendida al rey para casarse con el hijo del que terminó enamorándose a un lado, que no había espacio para ellos. Estaban tan solos como en el pasado y en el futuro.
Sudó frío mientras los testigos que lo habían visto con Fluke en el mercado hablaron de su cercanía aquel primer y último día de cita, cuando los guardias confesaron haberlos observado "comportándose demasiado amigables" cerca del granero, al escuchar a los condes viéndolos discutir aquella noche de fiesta en la que su amante fingió besar a su hermana, al ver a su prometida mentir diciendo que él mismo le había dicho que su matrimonio sería de papel y al asustarse por el entusiasmo con el que la reina, con vendas en la cabeza, narraba haberlo encontrado con su hijo en la cama, besándose casi desnudos.
—Creo que ya hemos escuchado suficiente de los testigos— anunció el religioso—, ¿tiene alguien alguna prueba concreta que quiera presentar de acuerdo con las acusaciones de pecados nefandos en contra de Ohm Thitiwat? —preguntó a los presentes.
El silencio ante la pregunta fue casi nulo al su padre saltar hacia el frente con un pliego de papel y varios sobres—. Tengo aquí pruebas consistentes de que... —paró con asco en la expresión estirándole los papeles al inquisidor—, su majestad, el príncipe Fluke y mi hijo tenían una relación anormal.
El que actuaba como títere desplegó los papeles hacia el cardenal, sus compañeros y la realeza. Todos compungieron el rostro y, minutos después, se les expuso lo mismo a los presentes.
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Sickness [OhmFluke]
Fiksi PenggemarEstaba molesto. Ese niño de rostro redondo y piel de porcela, ese niño con complejo de rey, ese niño con las mejillas encendidas, no sólo de un fingido asco sino más bien de vergüenza, de nervios y de expectativa por él, estaba intentando llamarlo e...