La comida.

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POV LUCÍA

—Lu...

—¡Estoy en la cocina! —exclamé guardando la lejía detrás del cubo de basura.

—¿Tienes que trabajar hoy?

—Tengo turno de noche.

—¿Y alguna reunión con el tutor? —Negué mirando a Bea—. Entonces creo que te tengo un plan...

—¿Cuál?

—Comer conmigo y con mi madre.

—¿Con tu madre? —Ella asintió—. ¿Y eso?

—Pues porque quiere conocerte. Estuvimos hablando largo y tendido, y creo que la convencí sobre lo nuestro.

—¿Y qué se supone que la dijiste? —pregunté riéndome mientras me levantaba del suelo.

—Que contigo quería hacer las cosas bien, que me haces sentir increíble y que te quiero. —Deslicé mis manos por su cintura hasta llegar a su espalda—. Ella me preguntó por ti y poco más.

—Vale... ¿Y exactamente para qué quiere comer conmigo? ¿Para insultarme, para poner en cuestión lo que tenemos o para insultarte a ti?

—Esta vez no.

—¿Estás segura?

—Sí, conozco a mi madre; va con la mejor intención. Quiere comprobar por qué, tras contarte todo, te has quedado conmigo; está convencida que, si habla contigo y le das tus motivos, ella podrá creerme.

—¿Creer qué? ¿Qué su hija no es prostituta?

—Algo así, sí.

—Y me tiene que conocer a mí para saberlo... Eso no es que hable muy bien de ella.

—Lu, por favor —susurró colocando sus manos en mi cuello—. No vayas enfadada, solo ve. Hazlo por mí, por favor.

—Voy a ser la mejor novia existente en el planeta. —Sonreí dándola un beso—. Te prometo portarme bien.

—Gracias.

—A ti. ¿A qué hora nos vamos?

—Voy a llamarla, a ver qué dice ella.

Había visto dos veces contadas a Beatriz pegada al teléfono y se me hacía raro. No tenía a nadie con quién hablar, de hecho, lo tenía de adorno prácticamente. Por lo poco que había visto, no tenía redes sociales, ni juegos; tenía instalado el WhatsApp y poco más. Beatriz no quería saber nada del móvil.

Y mientras la escuchaba hablar por el pasillo con su madre, yo encendí el ordenador, dispuesta a terminar de una santa vez el TFM. Lo tenía que presentar ya, prepararme la presentación y, por supuesto, aprobarlo. Estaba segura que era un buen proyecto, confiaba en un trabajo que llevaba cerca de dos años investigando.

Tenía tres partes, la primera sobre la situación de las personas en sus países de origen; el que más me costó investigar. Segundo, cómo conseguían escapar de unas guerras propiciadas, en su mayoría, por poder, dinero y ambición que castigaban a los que menos tenían. Y, tercero, qué pasaba con las personas que conseguían llegar a países que les acogían.

Meses de llamadas, de lecturas, de correos electrónicos, de reuniones y de viajes. Sin embargo, todo eso, estaba adjuntado en un trabajo del que me sentía tremendamente orgullosa.

—Hemos quedado sobre las dos en el restaurante que hay a las afueras de la ciudad. —Asentí sin quitarle la mirada al ordenador—. Para evitar encontrarnos con mi padre o mi hermano.

Después de ti.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora