POV BEATRIZ
Eran las siete de la mañana. Las probabilidades de que la policía estuviera vigilando eran escasas; además, no estaba muy segura de que funcionaran así. Supuse que había agentes que se pasaban a visitar a mis padres; pero no que estuvieran las veinticuatro horas del día presentes.
Le pedí al taxista que esperara tres minutos en la puerta con el motor apagado; y aproveché para llamar a mi madre. Me lo cogió, aunque tras varios pitidos. Supe que la había despertado, pues si se seguía levantando a la misma ahora, le quedaba unos treinta minutos de sueño. Le pedí que abriera la puerta, estaba en la calle e iba a llegar. No dijo nada, solo vi la puerta abrirse y ella asomarse. En cuestión de segundos le di el dinero al taxista y salí mirando a todos lados; pero todo estaba en silencio y sin un alma en la calle.
—Es peligroso.
—Lo sé. —Asentí dándole dos besos—. ¿Está dormida?
—Sí, hasta las ocho no se despierta.
—¿A qué hora entra al colegio?
—A las nueve y media.
—Vale, voy a tumbarme con ella. —Le acaricié el brazo—. Tu sigue durmiendo, mamá.
Me protestó dado que, para media hora, no lo iba a hacer. Pero yo subí por las escaleras hasta la habitación donde sabía que mi hija estaría durmiendo; la misma donde había colocado su cuna cuando era un bebé.
Abrí y cerré la puerta con cuidado, me quité el abrigo y las botas y me tumbé a su lado. Respiraba con tranquilidad, arropada con las dos mantas que mi madre le había puesto y abrazada a su pequeño peluche que siempre la acompañaba.
Sin despertarla y apenas sin moverme, estuve más de una hora acariciando su mejilla con cautela. Me parecía mentira tenerla ahí, frente a mí. Durante ese último año había sido un puto infierno no poder verla a menos de cinco metros. Pero ahora, en ese momento, la tenía a mi lado. Dormida, en calma y sin ninguna pesadilla. Aunque esto último, puedo asegurar que ni ella, ni yo las teníamos.
Cuando mi móvil me avisó con una pequeña vibración programada, que eran las ocho; comencé a darle una infinidad de besos por la cara. Desde la frente, los ojos, los carrillos; absolutamente por todo lo que encontraba. Su mano fue a parar a mi mejilla, pero no para apartarme, sino para acariciarme. Y lo que me regaló fue una pequeña risa ronca. El único remedio que encontré para la presión que estaba sintiendo desde que cometí el error de engañar a Lucía.
—Vamos —susurré—. Arriba dormilona. —Abrió los ojos—. Hola guapetona.
—Hola. —Sonrió—. ¿Has dormido aquí?
—No, he venido hace un ratito pequeño. ¿Qué tal estás?
—Tengo sueño. —Le di otro beso—. ¿Me puedo quedar contigo?
—Tienes que ir al colegio.
—Pero por un día que falte no pasa nada.
—Pero bueno, jovencita; ¿cómo que no pasa nada? —Ella negó con una tímida sonrisa—. Se va usted a levantar ahora mismo de la cama, se va a arreglar y va a ir al colegio.
—¿Desayunas conmigo?
Asentí dándole otros cinco besos. Tras eso, fuimos juntas al baño para lavarle la cara, vestirla y desayunar. Ni ella se despegó de mí, ni yo de ella. Cereales con leche era el desayuno que mi madre había preparado para las dos. Terminó antes que yo de desayunar, pero en vez de marcharse, se sentó sobre mis muslos, mirándome mientras yo terminaba.
—No te vayas a quedar dormida, ¿eh?
—No. —Sonrió—. Mamá, ¿vamos a ir de vacaciones?
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Después de ti.
RomanceHan pasado muchos años desde que Lucía decidió salir de aquella relación tóxica que tanto la marcó y tanto daño la dejó. Ahora, se enfrenta a lo peor de todo, a ella misma. Una Lucía más madura, más adulta y con las ideas más claras; decidida a no p...