Cuando Madara tomó asiento en su futón tranquilamente yo le vi un poco molesta.
– ¿Podrías por favor no secuestrarme por el brazo cada vez que quieras hablar conmigo? – dije molesta por el miedo que me hizo pasar hace solo unos segundos.
Él pareció no encontrar problemas en hacer lo que hizo y yo suspiré.
– Puedes solo pedirme que te acompañe y lo haré. Quería cambiarme de ropa antes de hacer algo más. Esto aprieta y no estoy acostumbrada a usar las sandalias que ustedes usan... – dije quejándose mientras señalo mis pies descalzos y la apretada faja del kimono.
– Cambiate aquí... – dijo con esa mirada que siempre tiene cuando no encuentra cual es el problema de algo que para mi es un gran problema.
– ¡¡Mira Madara, en mi tiempo cambiarse frente a un hombre implica una gran intimidad y estoy cien por ciento segura que en este tiempo también!! Así que no me pidas con tanta confianza eso porque no lo haré. –
–Bien... entonces quédate así. – su simpleza me enoja.
–No, tu no estás soportando un kimono que aprieta mis costillas y mis intestinos. – dije ya indignada.
Me iba a marchar pero entonces Madara tomando un gran suspiro se levantó y al abrir su armario tomó una camisa negra de manga larga y cuello alto con el característico abanico de papel y me la tendió.
– Vistete rápido y hablemos. – yo la tomé y le vi fijamente. – ¿Qué? – dijo un frente a mi.
– ¡Al menos vete para la esquina y no me mires! – dije enojada.
Él muy obediente se dio la vuelta y se alejó de mi.
Le vi por unos momentos esperando que no regresara la mirada.
– ¿Ya has terminado? – dijo con los brazos cruzados y sin regresar la mirada.
Entonces comencé a quitar toda la ropa y colocarme al fin esa gran camisa y respirar profundamente de nuevo.
Entonces tomé el kimono y lo doblé cuidadosamente y lo dejé en el piso.
– Ya... puedes voltear. – estoy apenada porque después de todo si que me cambie en su habitación. Iba a protestar que me diera solo una camisa pero esta me quedaba tan grande que no podía decir que enseñaba algo. Llevaba hasta casi mi rodilla y tuve que acomodar el cuello y las mangas para que me quedara bien.
Madara entonces tomó de nuevo su lugar en el futón y me observó.
–¡No me mires tanto! – dije apenada bajando un poco la camisa como si por alguna razón él me estuviera viendo las piernas o no sé.
– Ya no te quejes y siéntate que tengo muchas preguntas.
Yo haciendo un puchero y muy apenada tomé lugar cerca de él.
ESTÁS LEYENDO
𝑳𝒂 𝑽𝒊𝒂𝒋𝒆𝒓𝒂
أدب الهواةAbrí una brecha entre dos líneas temporales... una tiene toda mi vida y la otra al amor de ella. Si logro cambiar detalles pequeños en el pasado que afecten de gran impacto tal vez supongo que será posible lograr algo mayor, como que la gran guerra...