Pág 8: Jalar los hilos indicados.

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Cuando Madara tomó asiento en su futón tranquilamente yo le vi un poco molesta

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Cuando Madara tomó asiento en su futón tranquilamente yo le vi un poco molesta.

– ¿Podrías por favor no secuestrarme por el  brazo cada vez que quieras hablar conmigo? – dije molesta por el miedo que me hizo pasar hace solo unos segundos.

Él pareció no encontrar problemas en hacer lo que hizo y yo suspiré.

– Puedes solo pedirme que te acompañe y lo haré. Quería cambiarme de ropa antes de hacer algo más. Esto aprieta y no estoy acostumbrada a usar las sandalias que ustedes usan... – dije quejándose mientras señalo mis pies descalzos y la apretada faja del kimono.

– Cambiate aquí...  – dijo con esa mirada que siempre tiene cuando no encuentra cual es el problema de algo que para mi es un gran problema.

– ¡¡Mira Madara, en mi tiempo cambiarse frente a un hombre implica una gran intimidad y estoy cien por ciento segura que en este tiempo también!! Así que no me pidas con tanta confianza eso porque no lo haré. –

–Bien... entonces quédate así. – su simpleza me enoja.

–No, tu no estás soportando un kimono  que aprieta mis costillas y mis intestinos. – dije ya indignada.

Me iba a marchar pero entonces Madara tomando un gran suspiro se levantó y al abrir su armario tomó una camisa negra de manga larga y cuello alto con el característico abanico de papel y me la tendió.

– Vistete rápido y hablemos. – yo la tomé y le vi fijamente. – ¿Qué?  – dijo un frente a mi.

– ¡Al menos vete para la esquina y no me mires! – dije enojada.

Él muy obediente se dio la vuelta y se alejó de mi.

Le vi por unos momentos esperando que no regresara la mirada.

– ¿Ya has terminado? – dijo con los brazos cruzados y sin regresar la mirada.

Entonces comencé a quitar toda la ropa y colocarme al fin esa gran camisa y respirar profundamente de nuevo.

Entonces tomé el kimono y lo doblé cuidadosamente y lo dejé en el piso.

– Ya... puedes voltear. – estoy apenada porque después de todo si que me cambie en su habitación. Iba a protestar que me diera solo una camisa pero esta me quedaba tan grande que no podía decir que enseñaba algo. Llevaba hasta casi mi rodilla y tuve que acomodar el cuello y las mangas para que me quedara bien.

Madara entonces tomó de nuevo su lugar en el futón y me observó.

–¡No me mires tanto! – dije apenada bajando un poco la camisa como si por alguna razón él me estuviera viendo las piernas o no sé.

– Ya no te quejes y siéntate que tengo muchas preguntas.

Yo haciendo un puchero y muy apenada tomé lugar cerca de él.

𝑳𝒂 𝑽𝒊𝒂𝒋𝒆𝒓𝒂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora