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Mark abrió la puerta y entró a su departamento, seguido del pelinegro, quejándose.

—Ah, ¿por qué está diluviando tan repentinamente? Estoy empapado— chilló— Dame una toalla y una muda de ropa, tendré que darme una ducha si no te molesta y por favor, enciende las luces, no puedo ver nad... ¡Ouch!— se chocó contra el sofá y el rubio lo sostuvo, colocando una toalla en su cabeza— ¡¿Qué rayos haces?!

Mark comenzó a frotar la toalla en el cabello negro del chico para secarlo.

El más bajo trataba de zafarse, pero las manos del otro eran firmes en su acción.

—Deja de quejarte— le regañó, frotando la toalla en la cabeza de Donghyuck.

—¡Suéltame! ¡Yo también tengo manos! ¿Lo sabías?— inquirió con molestia— ¡Mejor ve y enciende la luz!

—Quédate quieto— regañó otra vez el rubio— Esto es algo que el dueño tiene que hacer, ¿no es así?

Donghyuck frunció el ceño.

—¿Hasta cuándo piensas seguir con eso? Lo de ser tu perro lo dije porque estaba molesto...

Mark esbozó una media sonrisa.

—No importa, ¿no te lo dije ya? Lo haré todo el día.

El chico bufó.

—Es realmente molesto que siempre tengas que ganar las discusiones.

—Y es realmente adorable como igual continúas retándome, a pesar de que sabes que no puedes ganar— soltó el alto divertido.

Este bastardo demente...

Con las esquinas de la toalla, Mark comenzó a secar el rostro del pelinegro lentamente y con delicadeza.

La respiración de Donghyuck se atascó en su garganta cuando el rubio colocó el pulgar en sus labios.

A pesar de que no podía verlo, podía sentirlo.

Y no estaba hablando de la oscura imagen frente a sus ojos, sino a los profundos latidos de su corazón.

¿Qué se suponía que era ese sentimiento?

Se sentía extraño.

Sin dudarlo, colocó sus manos en el pecho de Mark.

—¿Y-Ya terminaste?— preguntó en un titubeo— Si lo hiciste, entonces quítate rápido— pidió, y acto seguido, lo empujó lejos de él.

Mark sin embargo, apoyó sus manos en los hombros del chico, acercándose de nuevo y se agachó hacia su oído.

—Te dije que te quedaras quieto...

Donghyuck tragó saliva ante su amenazante y profunda voz.

Se estremeció cuando los dedos del alto fueron al cuello de su camisa para comenzar a desabotonarla.

—¡Oye! ¡Mark! ¡¿Qué es lo que haces?!— chilló en protesta.

El rubio se detuvo, mirándolo a pesar de que el pelinegro no tenía su vista tan bien desarrollada como para distinguir aunque sea el rostro de la persona en frente.

—¿Qué? ¿No que estaba bien mientras no fuera en público?

—Nunca...— tragó saliva cuando el otro estaba terminando de desabotonar los últimos botones—... dije algo como eso— se defendió, incapaz de moverse.

Mark relamió su labio inferior cuando pudo abrir la camisa y ver el torso canela y delgado del más bajo.

El rostro de Donghyuck estaba rojo y agradecía en este momento la oscuridad.

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