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Era una casa pequeña. Casi minimalista. Las paredes eran de un tono grisáceo, apenas había muebles en el comedor aparte de una enorme estantería llena de agendas de todos tipos y colores. Gloria pensó por un momento que fuesen diarios. Y quizá lo fueran.

— Gracias por aceptar la invitación Gloria.— Él la guió hasta la mesa que había en la terraza exterior de la casa. Que a diferencia de la vivienda, era mucho más amplia, y vívida.

— No hay de qué Joven. Y por cierto, hermoso jardín.— Añadió lo último con brillo en los ojos. — Siempre quise tener uno desde pequeña, pero por desgracia no me quedó otra que contentarme con un piso de bajo presupuesto. Sin embargo no me quejo.— Gloria se acomodó en la sillita de plástico con vistas a la zona urbana.— De todas formas no tendría dinero para costearme un mantenimiento de la casa, ¡Mucho menos un Jardín tan hermoso como este!

— Genevive también pensaba lo mismo...

— ¿Genevive?

— Una vieja amiga mía.— Se rascó el pelo avergonzado un momento antes de darse media vuelta y volver a entrar en casa.— ¿Dónde están mis modales? Traeré café. Ahora vengo.

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— ¿Está bueno?— Pierre Preguntó luego de sentar en el otro extremo de la silla y estirar las piernas.

— Divino. — Gloria le sonrió con amabilidad antes de volver a observar la vista que tenía delante.— Eso es un pequeño paraíso. No me importaría quedarme aquí el resto de mi vida, escribiendo.

— ¿Por qué no lo haces?— Pierre la observó detenidamente, de tal forma que Gloria lo observó confusa antes de echarse una risita.

— ¿Es eso una invitación Jovencito? Cuidado con lo que dices, o empezaré a tomarte en serio.

Pierre sonrió también antes de volver a tomar un sorbo del café que tenía en manos. Se había hecho un moño en el pelo y le quedaba bien. Su espalda perfectamente erecta, y el mentón hacían arriba mientras sorbía el líquido con tamaña maestría. Toda aquella escena parecía sacada de un cuento romanticón.

— Gracias por venir otra vez Gloria. De verdad me has alegrado la tarde.— Cruzó los brazos con tranquilidad. Todo allí parecía sinónimo de Paz para la anciana. Y era perfecto.

— De nada. Por cierto, ¿Querías preguntarme algo sobre Má verdad que sí?

— Es verdad. Ella me llamó diciendo que ya no quería trabajar para mí de repente. Y como me dijiste que hablaste con ella antes, me gustaría saber si te dijo algo. O un Por qué.

— Uhmm...Déjame pensarlo...— Cruzó las piernas con delicadeza antes de acariciar su mentón,— no, no me dijo nada sobre sobre irse. Estuvimos charlando un rato. La expliqué el significado una canción mía que la llamó la atención y creo que ya está. Puede que hayamos hablado algo más, pero nada relacionado con su renuncia. Siento no ser de ayuda en este aspecto.— Gloria movió la cabeza apenada antes de volcar su atención una vez más a Pierre.— Por cierto Jovencito...

— ¿Sí?

— No he podido evitar notar la hermosa estantería que tienes en el comedor. ¿Son diarios los que tienes allí?

— Oh, eso.— Pierre pareció pensativo por un momento antes de volver a sonreírla.— Sí...Se puede decir que son una especie de diarios.— Concluyó.— Me gusta escuchar historias, y una vez las oigo, las transcribo en papel.

— ¿Y eso? ¿No sería más práctico con los hologramas, querido?— Gloria indagó interesada.

— Bien, son historias especiales.— Tomó otro sorbo de café mirando a la anciana directamente a los ojos.— Y no me gustan compartirlas.— Acomodó la taza vacía en el centro de la mesa antes de seguir.— Digamos que soy un hombre de costumbres, y usted, Gloria, también. ¿O me equivoco? Siempre te veo con aquel viejo portátil. Usted también podría utilizar un Holograma, y sin embargo no lo haces.

— Cierto.— Estuvo de acuerdo.— Y estas historias...¿Podría yo echarlas un vistazo?

— ¿Echar un vistazo dices?— La observó por un largo rato pensativo, unos mechones se le habían caído del moño dificultando así su vista.— ¿Por qué no me cuentas a cambio historias usted antes Gloria? Si las historias que me digas son tan sabrosas como yo creo que será, puede que te permita curiosear mi preciada estantería.

— ¿Es eso una promesa?— Gloria bromeó.— Mis historias te alimentarán como ninguna otra. Esto te lo prometo. Pero con una condición.

— ¿Condición? ¿Y esta que sería?— Él apoyó descuidadamente la mano bajó su mentón, como un niño travieso a punto de conseguir lo que tanto deseaba.

— Una muy simple.— Garantizó sin dejar de sonreír.— Que no me mates después de oírlas.

El silencio que siguió aquella extraña propuesta se podía cortar con un cuchillo. La mano de Pierre agarró la punta de la mesa de forma casi inmediata antes de observar a la señora que tenía delante.

— Pierre, Cariño mío, ¿Por qué me miras así?— Gloria lo miró con cara de confusión.— ¿Acaso pensaste por un momento qué yo no lo sabía?— Se acomodó más en la silla de plástico.— Conozco a un asesino cuando veo a uno. Una lástima que no pueda olerte ahora.— Se excusó.— Pero bueno, digamos que he cogido cariño a este cuerpo. Y lo cuidé durante años, no me haría mucha gracia que lo asesinarás. Mucho menos me apetecería terminar como aquella pobre criatura, Lana, creo que se llamaba ¿No? Toda una hermosura.— siguió hablando con tranquilidad aun tras ver la cara asombro de Pierre. Él seguía siendo hermoso aun estando como estaba.— ¿Y bien? ¿Un trato justo no? Si lo cumples, me tendrás contándote historias hasta cansarte de mí voz.

El Mundo Que Pierre  AdoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora