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No había nada tan bueno como el cheesecake casero de Existence a primera hora de la mañana. Y Gloria lo probaría hoy por primera vez.

Ella solía pedir una taza de chocolate y galletas, pero cambiaría, para probar. Así que empujó la gran puerta de cristal y entró. Existence estaba llena, en las mesas había rodajas de pan fresco y el olor a café impregnaba el ambiente. Exactamente igual que la primera vez cuando entró en aquel establecimiento.

Había rostros jóvenes y no tan jóvenes, tranquilidad en el ambiente y una risa que otra de vez en cuando. Parecía un hogar. Los libros daban el toque familiar, supuso Gloria. Como si fuese la casa de la abuela. El lugar donde te miman y haces triquiñuelas a tus anchas sin mamá y papá que echarte la bronca.

Por eso Gloria se sentó en una de las poltronas vacías, hoy no quería estar en una mesa, tampoco se había molestado en traer el portátil. No se concentraría teniendo tantos libros a su disposición de todas formas.

Las chicas más jóvenes empezaron a soltar risitas y a moverse en sus asientos con nerviosismo. Gloria las observó curiosa por un rato, pero no mucho después entendió el por qué.

El príncipe azul hacía acto de presencia con su bandeja dorada por espada, y su largo pelo cenizo cuidadosamente peinado en una coleta alta. Vestido de negro, su color favorito, y el único que Gloria empezaba a creer sentarlo divinamente bien.

Ella pasó desapercibida por él, quizá porque hoy no estuviese en una mesa haciendo de las suyas, pero no la importó demasiado. Pierre en cambió siguió su camino, llevando la bandeja dorada con croissants rellenos de chocolate acompañados de dos tazas de café. Eran para la pareja de jóvenes universitarias sentadas cerca de la ventana. Una era rubia de ojos verdes claros, toda una belleza y dulzura hecha realidad, y la otra era una chica morena, de ojos oscuros como la noche y porte atlético. El prototipo de mujer independiente que los hombres solían babear de lejos. Y si Gloria no se equivocaba, las dos chicas parecían pareja, propiamente dicho. Las dos se miraban de forma indiscreta de vez en cuando, y tocaban las manos la una a la otra. Era algo adorable de ver a una distancia discreta.

Pierre las sirvió con profesionalidad, llevando siempre una sonrisa por delante y delicadeza en sus actos. Gloria observó como él alcanzaba las tazas de café y las acomodaba con mimo delante de las dos clientas, y exactamente con la misma delicadeza apoyaba el platillo de croissants en el centro de la mesa, sin olvidar de preguntarlas si necesitarían algo más.

Por desgracia, Gloria no pudo seguir observando con más escrutinio le escena debido a que alguien se la puso delante. El individuo no era otra más que Má, la mesera de la otra vez, Gloria se acordó de ella.

— Buenos días Gloria, ¿Te acuerdas de mí? — La pelirroja saludó con la típica tarjeta transparente en manos, Gloria se había acostumbrado a llamarla tableta, aunque realmente no fuese una. Hacía mucho que las tabletas dejaron de venderse en el mercado. Má siguió a espera de una respuesta, por eso Gloria asintió con la cabeza regalándola una sonrisa de reconocimiento. — Me alegra que te acuerdes de mí. ¿Así qué, que tendremos para hoy?

— Tengo entendido que aquí hacen los mejores cheesecakes de toda Barcelona. — Gloria indagó con amabilidad. — ¿Qué tal si me sirves un trozo?

— ¡Es para ya! — Má le guiñó el ojo a la anciana con complicidad antes de apuntarlo en la tarjeta transparente. — ¿Y de beber? ¿Te puedo recomendar un café?

— Por supuesto Jovencita, un café no me iría nada mal. — Gloria se acomodó más en el sofá, aunque sin querer tocó en la palanca que había cerca del brazo de la poltrona. Por suerte Má la cogió del brazo, evitando así que Gloria se volcase como la poltrona a modo de cama. — ¡Padre santísimo! Casi estiro mi pobre columna. Muchísimas gracias Má querida. No me gustaría terminar en un hospital...— Gloria amenazó con seguir, pero la extrañó seguir sintiendo la mano de Má todavía en su pulso. — Cariño, yo estoy bien, no hace falta seguir sosteniéndome el brazo. — Gloria la guiñó el ojo de la misma forma que Má había hecho antes, pero, ahora la pelirroja no sonreía. Su largo pelo color cereza pareció perder algo de brillo, y Gloria sintió como la piel de la pelirroja se ponía de gallina. — ¿Cielo, te encuentras bien?

— ¡S-si! ¡Traeré tu pedido en un momentín! — Garantizó a la anciana antes de darse media vuelta e ir a la cocina.

— Okay. — Gloria asintió levantándose de la poltrona destroza columnas, y optando por sentarse en una de las mesas que había delante suya. Mientras lo hacía, ella no notó la mirada de Pierre en ella. Mucho menos la sonrisa victoriosa que se le afloró en la cara al verla allí, en su tienda, a espera de su pedido, y charlar con él.

Pero Pierre era paciente, esperaría antes de acercarse a ella. Como un niño pequeño a espera de su tan esperado postre. Él incluso ya había pensado de lo que hablarían. De las historias que Gloria escribía, se llenaría de ellas, todas y cada una de ellas. Y sin embargo antes, tendría que librarse de los demás clientes.

"Vaya, no me queda otra más que esperar." Concluyó Pierre acercándose a la mesa de las chicas que chillaban sin motivo aparente con una sonrisa. Era de lejos lo que él deseaba hacer, pero las niñas siempre pedían por él. Pierre no entendía muy bien porqué.

El Mundo Que Pierre  AdoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora