Capítulo 18

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Cuando la delgada mano de Seongwu se posó sobre su palma, el enorme nudo que Daniel había sentido en el estómago se aflojó, aunque la bola de culpabilidad y de tristeza seguía carcomiéndolo por dentro.

Tenía un aspecto horrible. Tenía el cabello revuelto y sus ojos, que normalmente brillaban y eran muy expresivos, estaban apagados, hinchados y ensombrecidos detrás de aquellas enormes gafas redondas. Se le apretó el corazón al darse cuenta de que debía de haber llorado mucho para que estuvieran así. Él lo había hecho llorar.

Ese no era su Seongwu.

En fin, el sudor de su mano sí que era de Seongwu. Le dio un leve apretón y lo condujo a la puerta de la casa.

Cuando abrió e hizo ademán de entrar, él se tensó y se negó a moverse.

—Se me olvidó traer algo. Google dice que se supone que tengo que traer algo. Déjame ir por...

—No pasa nada, Seongwu. —Le rodeó la cintura con un brazo y lo obligó a entrar en la casa.

Una vez en el vestíbulo, lo vio cerrar los ojos con fuerza mientras tomaba una honda bocanada de aire. Se daba cuenta de que estaba absorbiendo el silencio, sentía cómo el cuerpo de Seongwu se relajaba contra su brazo.

—Sabes que me puedes decir cuándo algo te molesta, en cualquier situación, ¿verdad? Como la tv anoche... o el club la semana pasada.

Seongwu abrió los ojos, pero, en vez de mirarlo a la cara, clavó la vista a un lado, tenso de nuevo.

—¿Te ha dicho algo Dongho?

Daniel titubeó antes de contestar. Algo le decía que era muy importante para él que no lo supiera, de modo que hizo lo que mejor había aprendido de su padre, por más que lo detestara. Mintió.

—Solo que el ruido y la gente fueron demasiado para ti. ¿Por qué no me lo dijiste? Ojalá me lo hubieras hecho.

—Ya te he dicho que no me gusta que la gente tenga que comportarse de forma distinta por mi culpa.

—Podríamos haber hecho cualquier otra cosa —replicó él, exasperado. Lo último que quería era hacerle daño o incomodarlo.

—¿Por qué hay naranjas aquí? —le preguntó Seongwu, señalando el plato con naranjas que había junto a la urna de incienso y al Buda de bronce de la consola del vestíbulo.

—No cambies de tema. 

Seongwu suspiró.

—De acuerdo. Me avergüenza. Mucho.

Toda esa autoflagelación... ¿porque se avergonzaba de admitir que era distinto? 

—¿Me vas a decir ahora lo de las naranjas? 

Sonrió por la terquedad que demostraba Seongwu.

—Es una ofrenda para los difuntos. Se supone que tienen hambre en el más allá —contestó, y se encogió de hombros, algo incómodo. 

Con el cerebro tan científico que él tenía, seguro que le parecía una tontería. A él también se lo parecía, pero era algo que les gustaba hacer a la abuela y a su madre.

Una sonrisita asomó a los labios de Seongwu.

—¿También les ofrecen otra comida? Yo me cansaría de comer fruta a todas horas. ¿Chocolates?

Daniel echó a reír al oírlo.

—Ya has tenido suficiente chocolate por hoy.

—¿Qué hacen con la fruta una vez ofrecida? Porque supongo que los muertos no se levantan de las tumbas para comérsela...

El algoritmo del beso [🔞] 《OngNiel》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora