Capítulo 29

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Cuando Seongwu tanteó para tomar las gafas a la mañana siguiente, sus dedos dieron con un trozo de papel. Frunció el ceño, lo tomó y se lo acercó a los ojos hinchados de tanto llorar. 


Un cheque. El suyo. De cincuenta mil dólares.


Se sentó en la cama y acarició con dedos temblorosos el papel. ¿Qué quería decir eso? ¿Por qué no se lo había quedado Daniel y lo había cobrado?


Las palabras que le dijo la noche anterior resonaron en su cabeza.


«Acepté tu propuesta porque quería ayudarte.»


No porque quisiera estar con él, ni siquiera por dinero, sino porque le tenía lástima.


Porque era autista.


Una emoción horrorosa se apoderó de él como si fuera un veneno, y se tapó la boca para acallar los sonidos que brotaban de su garganta. Creía que empezaba a gustarle. Creía que era especial. Creía que él podría corresponder su amor. 


Pero siempre que estuvieron juntos fue por caridad. Todos los besos, todos los momentos..., caridad. Y como Daniel ya había terminado con su buena acción, pasaba página.


El dolor lo abrumó y lo desgarró, destruyéndolo por dentro. Él no era una buena acción. Era una persona. De haber sabido lo que Daniel sentía, nunca le habría propuesto el acuerdo. No era una obra de caridad. Su dinero era tan bueno como el de cualquier otro. ¿Por qué no lo había aceptado y ya?


Se secó las lágrimas con rabia y se dijo que era un hombre fuerte. No iba a derrumbarse porque otro no lo quería.


Hizo la cama con movimientos furiosos y entró en el cuarto del baño para lavarse los dientes. Se pasó el hilo dental mentolado con tanta fuerza que le sangraron las encías. Cuando cerró los dedos en torno al cepillo de dientes, un impulso lo llevó a soltarlo y a meterse en la ducha. Con suma deliberación, ejecutó su rutina al revés, lavándose de los pies a la cabeza. No era un robot ni un chico autista discapacitado. Era él mismo. Era suficiente. Podía ser lo que quisiera. Podía obligarse a ser cualquier cosa. Demostraría que todos se equivocaban.


Cuando salió de la ducha, respiraba entre jadeos. Iba a hacerlo, e iba a hacerlo bien. Cuando terminara, se habría reinventado y estaría fenomenal. Se merecía esas cosas.


Se secó con movimientos bruscos y pasó junto al cepillo de dientes sin hacerle caso antes de entrar en el vestidor, donde sacó el único par de jeans que poseía, se puso una camisa blanca y zapatos deportivos, el conjunto no combinaba y se veía ridículo, pero a la mierda. 


Se miró en el espejo que había sobre el lavabo una vez que se permitió cepillarse los dientes y descubrió que los ojos le brillaban por la determinación. Tenía el cabello alborotado, pero no pensaba peinárselo. No estaba para controlar sus emociones. Otras hombres permitían que sus emociones dictaran sus actos y cambiaran sus rutinas. Él haría lo mismo.


Después de tragarse como pudo una rebanada de pan, echó un vistazo por su casa vacía. ¿Y ahora qué? Sentía la abrasadora necesidad de moverse, de cambiar, de hacer algo violento. Ese día no podía trabajar. Las personas normales no trabajan los domingos. Salen a comprar cuando abren las tiendas. Hacen recados. Hacen cosas juntos.

El algoritmo del beso [🔞] 《OngNiel》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora