CAPÍTULO 17.

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Joe Douglas

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Joe Douglas.

Ver cómo Anie se iba me dolió bastante, estaba seguro de que arreglaríamos esto, pero la quería conmigo en estos momentos, mamá me dijo que hice bien en dejarla ir, que también necesitaba su espacio para poder pensar.

—Joe, lo que para ti es fácil, para ella puede ser lo más difícil del mundo. Cada quien sufre de diferente manera, déjala que aclare sus ideas. Cometiste un error y tienes que afrontar las consecuencias.

Mamá siempre había sido así, me daba consejos y me decía las verdades, aunque dolieran. No podía dejar de sentirme mal, de llorar y maldecir aquel momento en que dejé que Ester viniera a mi casa, aunque sé en el fondo que el único culpable soy yo.

Quería dejarla ir, quería que pensara y después viniera a mi diciéndome "Te perdono, volvamos a ser felices juntos" pero nada es tan fácil como en las películas, o las historias de amor, solamente le daría esta noche para pensar, si no tenía respuesta movería mar y tierra por volver a estar con ella.

Por favor, la parte de mi corazón que se fue contigo, Anie, cuídala bien. Te pertenece.

Tengo ganas de buscarla, de decirle que no se vaya que se quede y empecemos desde cero.

Quisiera poder decirle qué, aunque fue poco el tiempo que pasamos juntos se convirtió en alguien especial, y qué el tiempo en realidad no importaba bastante, lo que importaba era lo bien que nos sentíamos estando juntos.

Me lamento tanto que este orgullo no me deje poder decirle tantas cosas que quiero que sepa.

Pero por lo pronto la dejaré ir, aunque yo no quiera que se vaya. Si tan solo pudiera explicar la desesperación que siento en estos momentos, me entendería todo aquel que sepa la situación, pero no es así, la gente se aprovecha del sufrimiento de los demás, y solamente entre toda esa maldad, hay un rayo de luz, que te ayuda a superarlo, pero en mi caso, mi rayo de luz se había apago, Anie era aquel rayo de luz.

• • •

La noche pasaba, habían pasado aproximadamente cinco horas desde que se fue Anie, eran las 11:30 p.m. y yo estaba tumbado en mi cama, dándole miles de vueltas al asunto.

Mi teléfono sonó, y con una esperanza lo tomé creyendo que podría ser Anie, pero en realidad me estaba llamando su mamá.

—¿Hola?

—Joe, perdón por molestar, pero, ¿falta mucho para que traigas a Anie? Ya es tarde. Nunca la traes tan tarde a casa.

Hubo un gran silencio, y después reaccioné incorporándome de inmediato de la cama.

—¿Joe?

—¿Anie aún no llega a su casa?

—¿Cómo? ¿Qué estás diciendo? ¿¡Anie no está contigo!?

—No. Tuvimos una discusión y no me dejó llevarla a casa.

—¿Hace cuánto se fue de tu casa? Dios, Joe dime qué no es un juego.

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