CAPÍTULO 19.

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Joe Douglas

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Joe Douglas.

Cuando me dijeron que el corazón de Anie ya no latía, seguía preguntándome dónde estaba, mi cerebro estaba en estado de negación ante esas palabras. Lauren se sintió igual que yo o peor porque fue la que tuvo que darme la noticia, nuestras lágrimas y gritos se hicieron presentes por aquel teléfono.

Duncan me subió a la fuerza al auto, no podía dejar de llorar y gritar, cuando por fin lo logró, conducimos hacia donde nos había dicho Lauren que estaba Anie.

El acantilado.

Pasé muchas veces frente a ese lugar, y jamás se me ocurrió que podría estar ahí, jamás lo pensé. Al llegar a aquel lugar, de lejos podía notar esas cintas amarillas que se ponen cuando ha pasado algún accidente. Podía ver a Lauren arrodillada aun llorando, Duncan lloró en el auto, y me miró como si buscara respuestas en mí, pero yo buscaba lo mismo, no podía quedarme así.

Bajé de inmediato del auto, no me importó en absoluto si los policías ponían sus cintas amarillas, yo tenía que ver a mi niña Anie.

Corrí en dirección hacia donde veía la sudadera amarilla que llevaba aquella noche, conforme avanzaba sentía mis piernas temblar, no mantenía mi equilibrio, pero no fue un impedimento, la sudadera solamente estaba manchada de tierra, pero confirmé qué si era de Anie, de mi Anie. Mis piernas temblaban con más fuerza. Ya no quería seguir avanzando, pero mi conciencia sí.

Me acerqué y pude ver su pequeño cuerpo cubierto de tierra, no podía...mi corazón se hizo añicos, me arrodillé gritando y llorando su nombre nuevamente, aunque eso no solucionara nada, con mi voz salía mi dolor, quise abrazarla, sostenerla entre mis brazos, pero solamente pude tocar su suave y fría cara, los policías me gritaban e intentaban retirarme de ahí.

—Aléjate, muchacho. ¡Pierdes evidencias!

—¡Déjenme abrazarla! ¡Está fría! ¡Tiene frío! —Lloré— ¡ANIE! Por favor .... —gritaba desconsoladamente.

Duncan y otros dos policías más, intentaban quitarme de ahí, cuando por fin pudieron, me subieron al auto y Duncan me llevó a casa. Todo el camino hubo bastantes lágrimas de por medio.

Me adentré a mi habitación, sin decir nada, me tumbé en la cama y solamente podía pensar en ella, en Anie. Rogaba que fuera sólo una pesadilla, pero no era así, estaba despierto, estaba sufriendo, me estaba muriendo en vida.

Anie ya no estaría aquí para hacerme reír, ya no vería su hermosa sonrisa, sus hermosas pecas, su cabello despeinado ... ya no me besaría con tanto amor para hacerme sentir afortunado, ya no sentiría sus abrazos ... ya no escucharía su voz, ya no mandaría sus mensajes de " buenos días, cariño", ya no la vería disfrutar un atardecer, me dijo que volvería y arreglaríamos esto juntos.

Vuelve.

Regresa y hazme feliz otra vez.

Me costó una vida encontrarte y saber que estabamos destinados a estar juntos. Es extraño como te despides de alguien con la seguridad que la volverás a ver al siguiente día, y me puse a pensar y creo que a veces mandan a personas buenas al mundo con una simple razón, hacerte feliz; son prestadas, cuando logran su cometido, se van, no merecen vivir en este mundo tan feo, tan lleno de gente sin corazón. El problema aquí es que te dejan un gran vacío en el corazón.

Anie fue prestada, llegó a mi vida a solamente enseñarme a ser fuerte, a ser feliz y valorar aquellas pequeñas cosas que me daba la vida.

Pero fue prestada.

Y me la arrebataron, de la manera más cruel.

• • •

—Ven, Joe. —Me dijo mientras caminaba y me extendía su mano para que la tomara.

Caminábamos por la orilla de la playa, podía notar su felicidad al sentir cómo aquellas olas pequeñas se desasían en sus pies, cómo aquel choque de mar tocaba su piel cálida y la hacía erizarla, amaba el mar igual que yo.

Yo sólo podía admirar lo hermosa que era, lo bien que me hacía, la paz que me traía.

—¿Joe? —Dijo mientras se volteaba a mi sin soltar mi mano y sin salir del mar.— Creo que el destino es incierto, nadie sabe lo que le depara el futuro...Pero quiero que sepas que de una cosa estoy segura.

—¿De qué? —Dije mirándola con un ceño fruncido sin saber a qué quería llegar.

—De qué si hay vida después de esta, me gustaría encontrarte de nuevo, me gustaría poder mirarte tan siquiera por el rabillo del ojo, mirarte y saber que en otra vida fuiste el amor de mi vida, y asegurarme de que seas el amor de otras mil vidas más. Siempre estaré contigo, pase lo que pase, ni la misma muerte podrá cambiar el amor que siento por ti.

Quien iba a decir que todo aquello sonaba como una despedida, que me quería preparar para aprender a vivir sin ella, que todo aquello me lo dijo días antes de su muerte.

¿Ya lo presentías, Anie?

Nunca imaginé que días después, una persona despiadada llegaría a ella, se aprovecharía de su dolor y haría lo que se le diera la gana con Anie.

Sin temor, sin rencor.

Un ser sin corazón, que solamente por sentir poder, se aprovechó de ella y le quitó la vida.

Que la dejó tirada, como si su vida no valiera tanto cómo la de cualquier otra persona.

Cómo si no tuviera sueños y aspiraciones.

Cómo si no fuera hija, novia o amiga.

Cómo si no fuera una persona increíble, llena de amor y de luz.

Cómo si no fuera una parte esencial de mi vida.

No estoy preparado para dejarla ir.

Quería culpables, quería que aquella persona que le arrebató la vida pagara el dolor que causó y se pudriera en la cárcel.

No descansaría hasta saber que había tenido justicia, haría todo para despedirla como se lo merecía, si es que podía despedirme de ella.

Anie era, es y será por siempre el amor de mi vida.

De toda mi vida, dueña de mí.

Y no estoy seguro de si podré vivir sin ella.

• • •

"Y abrí la boca para que se fuera.

Y se fue.

Sentí cuando cayó en mis manos el hilito de sangre con que estaba amarrada a mi corazón."

—Pedro Páramo, Juan Rulfo.

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