III: La casa Stekur

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Tessa Stekur

Tessa asomó la cabeza por un extremo del carruaje.

Después de más de dos días viajando por fin podía presenciar la casa de los Stekur, su futuro hogar. Era un edificio enorme rodeado de preciosos jardines con un lago, invernaderos, una gruta, o lo que parecía ser la punta de una cueva y un paseo entre esculturas que se podían apreciar desde distancia. Su color blanco marfil destaca entre el verde del campo y los colores de las flores que recalcaban entre las plantas.

—¿Es esa, señor Gareth? —le preguntó al mayordomo que la había acompañado en todo el trayecto para estar segura.

—Así es.

Los caballos relincharon acompañados del grito del cochero. El carruaje se detuvo y con él el de atrás, donde viajaba Irwin.

Tessa no podía dejar de pensar en su recién marido. ¿Y si estaba condenada a vivir con un hombre que la maltratara hasta el resto de la vida?, o, al contrario, ¿tenía suerte de haber contraído matrimonio con un joven honesto y justo? Tampoco podía dejar de sacarse de la cabeza a su familia, a Arian. Siempre fue su hermano favorito, y ella la de él, seguro. No quería ni imaginarse cómo lo estaría pasando mientras ella no estaba y lo mucho que sufriría sin poder verla durante esta larga temporada.

Aunque, a pesar de que ya no llevara el apellido Betancourt, siempre tendría su sangre. Nadie podría arrebatarle eso jamás.

Un noble se acercó a ella, que seguía dentro del transporte y le extendió la mano para ayudar a bajarla. Por un momento todos sus pensamientos desaparecieron cuando observó de cerca esa maravilla de estructura. La entrada era grande y elevada, y la única manera de subir hacia ella era por una enorme escalera decorada con piedras en los pasamanos. Serían como tres pisos y en cada uno relucía ventanas de vidrieras.

—Me alegro de que le agrade, señorita Stekur —musitó a su lado Gareth, pero se corrigió en seguida—. Señora Stekur, perdonadme.

Señora Stekur. Tessa Stekur.

Sonaba raro, pero estaba convencida de que se acostumbraría con el paso del tiempo. Por el rabillo del ojo observó a Irwin, que caminaba hacia ellos. Cuando la vio esbozó una sonrisa, que de todas maneras resultó falsa e inapropiada. Era un chico serio, y apenas lo había visto sonreír, no de verdad. Tenía el pelo rubio y los ojos oscuros, y siempre caminaba con los brazos en la espalda, la cabeza alta y con una vestimenta perfecta. Sin una mancha.

Tessa supo en ese instante que Irwin también estaba obligado a casarse con ella. La cuestión era el por qué. Eran una familia pobre y solo contaban con tierras y animales, como la mayoría de habitantes en los pueblos llanos. ¿Y por qué no decidió elegir a su hermana Edmee? ¿Por qué a ella?

—Avance, señora.

Caminaron hacia las escaleras y se encontraron con dos guardias, que la abrieron de par en par. El interior era tan hermoso como la parte externa. Nada más entrar, una lámpara araña colgaba del techo y atraía toda la atención del salón.

—Señor Gareth —llamó Irwin—. Muéstrale a Tessa su dormitorio.

El sirviente asintió con la cabeza. Le hizo un gesto con la mano indicándole que le siguiera, y así hizo. Caminó por varios pasillos, siempre decorados con las mejores joyas, cuadros y plantas, hasta llegar a una habitación con una puerta de madera bronceada. En el interior la esperaba una cama enorme de color rojo, doseles, cortinas y alfombras con colores a contraste y una perfecta decoración en cada extremo.

Tessa se dejó llevar por aquella hermosura y observó las vistas que permitía ver la ventana. La gruta y el lago era lo más distinguible, a lo que estaba muy agradecida. También podía ver el camino de tierra que habían recorrido. Tal vez algún día aparecería su hermano en un carruaje para visitarla. Aunque no sea más que fantasías juveniles.

Se quedó tan deslumbrada que perdió la noción del tiempo en esa habitación.

—Es una cama matrimonial —oyó la voz de Irwin a su espalda.

Cuando se dio la vuelta se lo encontró en la puerta, apoyado en un extremo con los brazos cruzados. Irwin tenía la edad de su hermano Arian y ella tan solo dieciséis (o al menos dentro de un par de semanas), pero él parecía tener mucho más, ya que era muy serio, reservado y cualquier persona de alta sociedad diría que maduro. Pero eso a Tessa no le agradaba demasiado.

Era como estar casada con un padre de familia.

Su temperamento era alegre, alborozado y conformista, ya que en sus pocos años de vida se había acostumbrado a vivir de lo que tenía y ser agradecida, muy diferente que él.

—¿A qué os referís? —preguntó, mientras deslizaba su mirada hacia el colchón.

—En esa cama deberían dormir dos personas. El esposo y la esposa —comentó.

Tessa no sabía muy bien a lo que se refería. ¿Tendrían que dormir juntos? Ella nunca se había relacionado tan cercanamente con un hombre y la simple idea de cuando tuvieran que... Se quedó callada, soportando la incómoda situación que había surgido.

—Yo dormiré en mis aposentos —rompió el silencio y señaló el camastro—. Tienes suerte. Podrás quedarte tú con ella.

—Creía que un matrimonio dormía junto —balbuceó.

—Sí. Un matrimonio de verdad —su tono seco le pareció cruel. Ni si quiera se molestó en despedirla cuando se marchó.

Si Irwin se comportaba de esa manera con ella para siempre, no sabría cuánto tiempo podría aguantarlo.


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