Hazel Sallow
Hazel se llevó la yema del índice a la herida del labio. Se manchó el dedo con sangre, aunque eso no le importaba en absoluto. Se levantó del suelo en donde se había caído a causa de la bofetada. Tal vez el señor Sallow solo quería golpearla, pero se le olvidó que llevaba un anillo, el responsable de su corte.
Se mantuvo de pie frente a él, con la cabeza baja y sin decir ni una palabra.
—¡Eres una deshonra para esta familia! —gritó Ro Sallow, colérico.
La señora Sallow los observaba desde una esquina de la habitación, con la mano en la boca y los ojos acuosos. Nunca disfrutaba cuando su marido castigaba de esa manera a sus hijos, pero esta vez todos los parientes que sabían del estado de Hazel parecían estar contra ella.
—¿Tienes alguna idea de que podría costarme la vida? ¿A tu madre?
Ella no era la responsable de esos rumores, pero igualmente el hecho de que llevara un bebé dentro de su cuerpo era suficiente como para montar el escándalo que saltaba de boca en boca por todos lados.
—Lo siento, padre —susurró la chica.
No tenía más que decir. Ro se dio la vuelta y entrelazó sus dedos por el pelo mientras caminaba de un lado a otro por la habitación. Hazel sabía que su padre no quería hacerle daño, tan solo con ver su cara al darse cuenta de que la había hecho sangrar era suficiente. Pero era un hombre con orgullo y no iba a dejarlo mostrar en una situación tan inadecuada como esta.
Su primer instinto fue llevarse la mano a la barriga, que ya había adoptado más volumen. Su reacción fue incluso peor que la de Ro cuando se dio cuenta de que llevaba sin sangrar mucho tiempo. No podía sacarse de la cabeza que estaba embarazada. ¡Estaba embarazada! No lo diría, jamás, pero el niño creció demasiado, más de lo esperado. Ni si quiera uno de sus vestidos más anchos podían disimularlo ya.
—Vendrás conmigo —masculló Sallow.
Hazel sintió que el corazón le daba un vuelco.
—¿Padre? —balbuceó—. Yo... no puedo...
—El rey reclama mi presencia y tú vendrás conmigo. No hay más que decir —ordenó. Dio varios pasos rápidos hacia la puerta y desapareció de su vista. Había observado que cuando intentó abrirla, su mano temblaba.
En la habitación reinó el silencio. Deslizó su mirada avergonzada hacia Rowena esperando que al menos ella le mostrara un poco de compasión. Su madre caminó hacia Hazel y le miró a los ojos. Tenía el pelo teñido de blanco por las canas y a pesar de que no tenía demasiadas arrugas su estado de ánimo la hacía parecer mayor de lo que realmente era.
—Si de verdad no ha sido el rey, si de verdad de tu boca salen palabras certeras, te suplico, hija, que digas quién es el padre.
Hazel tragó saliva. No podía.
—Perdonadme madre. Pero ni mi hijo ni sus familiares deberán saberlo —musitó.
Rowena Sallow no dijo nada, pero su cara de decepción fue bastante como para penetrarle en el corazón a Hazel y dolerle mucho más que aquella bofetada. La mujer se dio la vuelta e hizo el mismo recorrido que su esposo.
Observó su figura barrigona en el espejo. El cabello, rubio oscuro, se le había despeinado a causa de la caída y lo tenía tan largo que le tapaba los hombros. Estaba horrible. Tenía ojeras, los párpados caídos a causa de estar toda la noche en vela y ahora tenía un corte en el labio inferior que sangraba hasta bajar por su barbilla.
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Sangre y fortuna
DiversosEl cosquilleo de su estómago no hacía más aumentar, y su mano temblaba aún más cada vez que intentada detenerlo. Era irónico. La gente lo conocía como uno de los hombres más valientes y osados de toda la nación, pero a penas podía controlar los lati...