VIII: Besos junto al fuego

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Hazel Sallow

Hazel entrelazó sus cabellos mientras miraba la llama de la vela.

—¿Alguna vez os han dicho que sois muy hermosa? —susurró Louis, que se acercaba a ella.

—Sí. Cientos de veces, y la mayoría de ellas sólo lo decían por fardar.

La habitación estaba oscura, pero podía distinguir con claridad el destello de los ojos del chico que la miraba con ternura.

—Vuestro padre... ¿Está bien? —preguntó Hazel, aunque sabía que no era el momento indicado para hacerlo.

Tal y como esperaba, su recién esposo agachó la cabeza, como si hubiera tocado algún punto débil.

—Los años caen sobre él. Ya es un hombre anciano y algunos días no puede ni levantarse de la cama —hizo una mueca triste—. Sangra al toser... Eso... Eso es más que suficiente para saber que su vida está llegando a su fin.

Hazel se compadeció de él, pero se sentía culpable de alegrarse de la noticia. Odell era un hombre cruel, que no se preocupaba por su pueblo. Ella nunca había vivido desde el punto de un plebeyo, estaba claro, pero sí podía imaginárselo. Tal vez su cuñado gobernara de una manera mucho más justa que Humerton, o al menos eso pensaba hasta que lo conoció en su boda, ya hacía cuatro días. Aunque con su reinado podría librarse de Grimm después de mucho tiempo, pero por ahora debía permanecer callada, tal y como había hecho siempre.

Louis esbozó una sonrisa y le acarició el mechón de pelo que caía de su frente. Se inclinó hacia delante y la besó.

Sus labios eran calientes, pero no desagradables, en absoluto. De hecho su calor le envolvía todo el cuerpo hasta notar cómo le sudaban las manos. Su beso se fue cada vez más intenso, desesperado y ansioso. Pego su rostro al suyo y saboreó su boca hasta quedarme sin aliento.

Estaba avergonzada. Nunca antes le había estado con otra persona que no fuera Grimm, aunque no fuera decisión suya. Pero aquel hombre le producía mucha confianza, dejando a un lado que estaba casada con él. Aunque no podía disfrutarlo del todo, y que cada instante que pasaba le recordaba a aquel violador.

Varios golpes en la puerta la despertaron. El príncipe, a su derecha, se levantó de la cama con suavidad y se cubrió el cuerpo. Hazel decidió no hacerle saber que estaba despierta. No quería molestarlo.

Entreabrió un poco los ojos y observó cómo él abría la puerta y al otro lado lo esperaba un guardia de la corte. Hizo una reverencia y se disculpó por la interrumpción.

—Mi señor. Vuestro padre ha muerto —dijo con voz severa. 


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