XX: Problemas en el paraíso

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Tessa Stekur

—¿Y es bueno, mi hermano, haciendo el amor?

Tessa por poco se ahogó, atragantándose con el trozo de pan que se había llevado a la boca ante la pregunta tan irrespetuosa y fuera de lugar que había formulado Mary.

A la señora Stekur se le había la magnífica idea de que "sus tres hijas" salieran a dar un paseo, algo que resultó desagradable para ella.

Elisa le proporcionó un codazo a su hermana tan llamativo que hasta un cerdo muriéndose pasaría más desapercibido que su gesto.

—¡Mariel! Se lo diré a madre —amenazó, con un tono agudo e infantil.

La verdad era que todo aquello le hacía demasiada gracia, y su mente se reía a carcajadas cada vez que veía a esas dos chicas y escuchaba sus preguntas.

Pero tan solo pensar en Irwin y ella practicando sexo, sentía una presión nerviosa su estómago. Si tan solo supieran lo que de verdad pasaba en ese lugar.

Les recordaba a Georgina, una vieja amiga que tenía en su barrio. Era agradable, al contrario que estas, pero hablaba como una cotorra y cogía confianza muy deprisa. Tessa se preguntó que estaría haciendo la chica en esos momentos, mientras ella caminaba con una panda de descerebradas.

Cuando por fin llegaron a la casa, Tessa se despidió de ellas (fingiendo que no era lo único que deseaba hacer) y subió las escaleras de prisa. Se chocó con Gareth, que la agarró para que no se cayera por los escaños, al perder el equilibrio.

Tessa se fijó en su mayordomo. En sus ojos oscuros y atractivos, sus pestañas largas y su pelo negro, muy parecido al de su hermano, que hacía contraste con el cabello, claro como el sol, de Irwin.

—¿Estáis bien, mi señora?

—Sí, claro —respondió, cohibida por la cercanía— Gracias, Gareth.

James asintió y despegó sus brazos de ella lentamente. Tessa sonrió y siguió con su viaje de vuelta a su dormitorio. Caminó por los pasillos, que estaban todos vacíos, y se dispuso a entrar en su habitación, pero unas voces lejanas le llamaron la atención.

¿En serio? Aquello parecía un libro. Esas largas y emotivas historias de terror en donde el protagonista escuchaba un ruido en su casa, sólo y de noche, y, muy contrario a lo que haría una persona en la vida real, caminaba hacia él.

Pues tal vez Tessa no era una persona normal, porque fue lo primero que hizo, comida por la curiosidad.

Al principio le pareció ser todo producto de su imaginación, pero después, al acercarse a una puerta cerrada junto al dormitorio de Pio, se dio cuenta que eran voces masculinas, procedentes de esa habitación.

Eran Irwin y Marlin.

Pegó el oído a la madera y distinguió una conversación. Fue fácil, porque estaban gritando.

—¿Y porqué diablos has hecho eso? —preguntó su yerno, con un tono muy elevado.

—¡Porque no quiero que me metas en tus problemas financieros! Estoy harto de tener que pagar por tus errores.

—¡No vuelvas a decir eso nunca más! Eres mi primogénito. Quieras o no tienes que seguir con el legado familiar. Y créeme, si fuera por mí le daría esta casa y la empresa a Pío, no a tí.

Hubo un silencio.

—El rey Odell ha muerto —dijo entonces Iriwn— Ya no recibimos inmunidad por su parte y Louis y su esposa son los reyes ahora. No creo que ellos acepten estos métodos.

—¡Estamos en guerra! El pueblo llano se morirá de hambre y los nobles tendremos que apañárnosla para seguir conservando las riquezas, y la manera en que se haga no es importante.

—¡Son niños! —gritó su esposo.

—¡Y tu también lo eras cuando empecé todo esto! ¿Te crees que no pensé en eso? ¡Claro que sí! Pero nuestra amistad con la realeza es mucho más importante —hizo una pausa—. Seguirás con esto. Y te recomiendo que controles a tu mujer. Se supone que debías elegir a esa niña para que su estúpido infantilismo no le permitiera darse cuenta de nada, ¡no ser una entrometida!

—¿Qué estás haciendo aquí? —oyó la voz de Pío, pero no al otro lado de la puerta, sino a su espalda.

Se sobresaltó y se dio la vuelta rápidamente. El chico la miraba de una forma tan inusual que le aterró.

—E-estaba de camino a mi cuarto —balbuceó y dio varios pasos rápidos para alejarse de él, pero le agarró con fuerza por el brazo.

—Eres una niñata muy curiosa, ¿eh?

—¡Suéltame! —gritó, mientras intentaba zafarse.

Pero él era más grande y fuerte que ella.

—Veremos que le parece a tu querido esposo que le espíes —dijo, y abrió la puerta de par en par. Los dos hombres los miraron, con el ceño fruncido, mientras que Pío tiraba con fuerza de ella para que no se escapara.

La empujó hacia Iriwn y él la agarró, quedándose entre sus brazos.

—¡La zorra de tu esposa os estaba escuchando! Deberías enseñarle educación y castigarla de vez en cuando, así aprenderá.

Irwin miró confuso a su hermano y luego a ella, que la sujetaba todavía. Tessa recobró la postura con un ágil movimiento y se dirijió, asqueada hacia Pío.

—¡Eres un desgraciado! —gritó.

—No... —susurró mientras se acercaba a ella— Esas serás tú, puta barata.

Tessa, que tenía la espalda pegada al pecho de Irwn, lo escupió. Llena de ira, por sus palabras.

Todos se callaron y él, disgustado, se quitó la saliva de la cara. La miró con los ojos más furiosos que había visto en su vida y le agarró la mandíbula con brusquedad, clavándole las uñas en la carne.

—Tienes suerte de ser mi cuñada. Porque si no... —soltó una carcaja— Te sacaría los ojos y te los metería en los oídos hasta que te sangren y así no volver a escuchar a nadie más, zorra.

—¡Ya está bien! —gritó Marlin y se dirigió a Irwin mientras caminaba hacia la puerta— Encárgate de ella. Que aprenda la lección.

Pío y su padre se marcharon del cuarto, enfadados por el espectáculo que había sucedido de pronto, y ella y el chico se quedaron solos en la pequeña sala, todavía juntos el uno de otro.

Sangre y fortunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora